Tras el largo «mitin» del Sr. Sánchez en Moncloa el pasado 15 de febrero y siendo su mandato el más corto de la historia, España vuelve a las urnas por el módico precio de 130 millones de euros.
Volvemos a comicios el próximo 28 de abril en un movimiento desesperado por no mezclar la política nacional con la autonómica, la europea y la local.
Va a ser un año ajetreado, electoralmente hablando. Podríamos decir que nos enfrentamos a una política cambiante en España.
De hecho, vamos a votar para elegir al alcalde de nuestro pueblo o ciudad, al presidente de nuestra autonomía, a los representantes europeos en el Parlamento Europeo y finalmente, ejerceremos nuestro derecho para la formación de un nuevo Gobierno nacional.
2019 se ha presentado imparable en cuanto a comicios y eso es bueno, por un lado, pero por otro resulta muy caro. Digo que es bueno porque significa que nuestro país es democrático, subrayo que es caro porque cada vez que hay que montar el chiringuito electoral, cuesta una pasta gansa, repito: 130 millones de euros.
Abierta la precampaña electoral, la lucha por el poder se prevé encarnizada. Hay mucho en juego.
Guerra entre partidos de izquierdas y de derechas.
¿En España votamos de corazón o por tradición?
Por lo general, los españoles votan tradicionalmente al partido de sus padres, al color de toda la vida, a las siglas que hemos mamado en casa.
En ocasiones, a la pregunta directa de si te has leído el programa, la respuesta es un «no» alegre y desenfadado.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, hay mareas y oleaje en las urnas y las previsiones dan un vuelco de última hora, arrojando resultados nada calculados. Así ha pasado en las autonómicas andaluzas y no es descartable que ocurra en las generales.
El españolito de a pie se está manifestando más maduro y decidido a la hora de castigar con el voto y por tanto, no hay nada seguro en el panorama político. Las máquinas calculadoras echan fuego intentando sumar escaños para alcanzar mayorías. Cabría preguntarse si La Ley electoral avalada por la Constitución hace 40 años, no debiera ser reformada…
¿Qué hay que tener claro a la hora de votar?
Es vital saber a quien queremos votar. Es común observar a la gente horas antes, incluso personadas en las estancias donde se ubican las mesas y notar su indecisión.
Me contaba una buena amiga que en una ocasión, ante la duda, cogió papeletas de todos los partidos y los barajó hasta votar al tun tun.
Otra cuestión interesante es resaltar que los hijos, por ejemplo, no tienen que votar lo que quieren los padres; los progenitores absténganse de ordenar a sus vástagos qué papeleta tomar; los cónyuges no tienen que manipular el voto sagrado…
El voto es libre y si uno así lo desea, secreto.
La política cambiante en España nos puede aproximar al hartazgo democrático, aunque desaconsejo este desánimo plebiscitario. Muy al contrario, es una ocasión importante para influir y mejorar la sociedad en la que vivimos, ¿vamos a desaprovechar la ocasión?
¿Puedo cambiar mi voto respecto de las elecciones anteriores?
La democracia es lo que tiene, nos otorga licencia para aupar al partido que más se ajuste a nuestras ideas, y como las personas y los partidos están sometidos a constante evolución, el voto puede ser diferente de una vez a otra.
También podemos afianzarnos y seguir apoyando a ese partido que venimos votando… desde siempre, porque no te ha decepcionado, porque ha cumplido sus promesas electorales, porque es el más cualificado para generar puestos de trabajo y resolver las cuestiones sociales que tanto nos preocupan.
En definitiva, eres libre para votar, lo cual es un derecho maravilloso que en España, venimos ejerciendo desde hace muy poquito, visto desde el cómputo global de la historia.
Disfrutemos del paisaje electoral, ahondemos en las promesas políticas, y finalmente, salgamos a votar con ese talante respetuoso que hace tan agradable la convivencia social.
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