Somos víctimas de la desinformación. Y quienes utilizan el lenguaje para dar información intencionadamente manipulada o insuficiente, lo saben. Los medios de comunicación, la prensa, radio y televisión, las redes sociales… se llenan de mentiras o de falacias, esas argumentaciones falsamente válidas.
Pero dejémonos de estructuras. Aunque podemos tachar de responsables de la “cultura de la desinformación” a los periodistas, profesionales de la comunicación y del marketing, políticos, sociólogos… unos más que otros, lo somos sobre todo cada uno de nosotros.
La desinformación, fruto de la posverdad
¿Sabías que España es uno de los países en los que más preocupa que se utilicen las noticias falsas como un arma? Lo teme entre un 76 y un 80 % de la ciudadanía, según revela el estudio Approaching The Future 2018 realizado por Corporate Excellence y CANVAS.
Según el Barómetro de Edelman 2018, sigue informando el estudio, el 63% de la población mundial no es capaz de distinguir entre noticias verídicas y rumores y el 59 % opina que cada vez es más difícil saber si una noticia proviene de un medio respetado o no.
La desinformación es uno de los frutos de la posverdad, esa palabra introducida en 2017 en el Diccionario de la Lengua Española que se define como “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
«La posverdad es la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”
Sí, está de moda informar o comunicar las cosas de forma astuta, distorsionando la verdad o la justicia con tal de conseguir ciertos intereses. Está de moda manipular el crédito que damos a un hecho y la emoción que nos provoca. Está de moda esta sutil forma de corrupción. ¿Te parece que exagero?
Manipular la información no es un juego de niños
Se juega con la información. Se transmite con sesgos, como por ejemplo la ocultación de la completa y cruda realidad que hicimos visible en el artículo sobre la jovencísima madre de Esperanza. En otros casos, se utiliza la sobreinformación, en el otro extremo, con la intención de confundir nuestro juicio, predisponer nuestros sentimientos o distraernos de otros asuntos.
La desinformación también utiliza un recurso que tiene un nombre sensacionalista, la demonización. Presenta a entidades étnicas, culturales, religiosas, partidos políticos… como fundamentalmente malos y nocivos, apelando al sentimiento más que al razonamiento y a los hechos.
¿Nos preocupamos por comprobar el fundamento objetivo de este tipo de noticias? Aunque muchas veces tengamos que poner un fuerte empeño por encontrar una fuente fidedigna.
¿Nos cuestionamos la veracidad de la información que recibimos, aunque haya que poner empeño por encontrar una fuente fidedigna?
Otras veces se utiliza la presuposición para contar los hechos sin esperar a tener certeza de los mismos. Hoy la búsqueda de exclusividad y la rapidez que demanda la comunicación invitan a caer en esta trampa, descuidando la calidad de la información en el mejor de los casos. O en el peor, lo que interesa es informar sin cerciorarse de lo que se dice para influir en las valoraciones sobre ciertas personas o hechos.
En ocasiones un informador, por ejemplo un periodista, se preocupa de buscar datos verdaderos, pero son insuficientes y poco representativos o hace conclusiones más allá de lo que los datos autorizan. Incluso si tiene buena intención, el resultado es igualmente erróneo. Se puede llegar incluso a negar los datos apelando a excepciones en caso de tener la intención de no informar con verdad.
El periodismo de datos tiene también una buena aportación en este sentido, como explica en esta entrevista Mar Cabra, miembro de la Asociación de Periodistas de investigación – API y participante en la investigación de los “Papeles de Panamá” del ICIJ, que mereció el Premio Pulitzer 2017.
Mar comenta que el periodismo de datos, en vez de hacer preguntas al azar, permite “ir al sitio correcto y que la muestra sea más significativa. El análisis de cifras ayuda a encontrar grandes patrones que pasan desapercibidos si no las analizas y, al mismo tiempo, a encontrar historias”.
Hace falta un conocimiento tecnológico que ahora mismo se asocia más con los periodistas de datos, porque son los que saben manejar más cantidad de información, pero la principal herramienta para combatirlas es la verificación (Mar Cabra)
Otra táctica de manipulación es generalizar con poco o ningún fundamento. Sería un ejemplo, un planteamiento del feminismo que generaliza el comportamiento opresor de los hombres y afirma la discriminación tácita de la mujer por el hecho de serlo. Hay varios ejemplos actuales de declaraciones o actuaciones amparadas en esta idea que son injustas o, por lo menos, alejadas de la realidad.
También es desinformar el hecho de descontextualizar, sacar un hecho del entorno físico, político, histórico, cultural o de situación. O descontextualizar una palabra, frase o expresión de forma que cambie de sentido.
Viene al caso la genial contestación del gestor de la cuenta en Twitter de la Real Academia Española, a una usuaria que preguntaba por qué la palabra “marrón” no tiene género femenino y si se trataba de una discriminación a las “marronas”. Se hizo viral.
Después de compartir lo que significa manipular los hechos o los datos para desinformar, queda reflexionar también sobre la manipulación el lenguaje, otra forma de sacrificar la verdad con tal de conseguir unos fines determinados. Y responder a la pregunta que todos deberíamos hacernos: ¿Qué es la verdad?
(Continuará en los próximos días)
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: