Dentro de unos días, y después de un año y tres meses desde que se inaugurara la exposición en Sevilla, cerrará sus puertas al público la seleccionada muestra de obra de Bartolomé Esteban Murillo con motivo de la celebración de los cuatrocientos años de su nacimiento.
La tierra que le vio nacer, y de la que rara vez se ausentó, ha sido la custodia de una de las más grandes exposiciones de la obra de esta gran figura del arte barroco en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Dominador de técnicas tenebristas, del claroscuro y el naturalismo, se puede apreciar la genialidad de los recursos técnicos y compositivos, e incluso elementos renacentistas en estas composiciones, debidos sin duda a la influencia de Zurbarán, quien cultivó diversos aspectos pictóricos de las escuelas italianas de Venecia y Bolonia, todo ello bajo una mirada profundamente humana.
La procedencia de las cincuenta y cinco obras del pintor sevillano traídas para la exposición, es de países como Alemania, Italia, Francia, Portugal, Reino Unido, Irlanda, Estado Unidos, y como no, de España, haciendo de la misma una oportunidad única de reencuentro con muchas de sus obras, así como de descubrimiento de muchas otras.
Los diferentes temas objeto de su pintura hacen que la exposición se desarrolle con un criterio claramente temático definido por sus dos preocupaciones, su profunda fe cristiana y la preocupación por la sociedad. Aunque retrató a algunos nobles de su época, su sentido de la transcendencia le llevó a representar a los más pobres también. Lo mismo pintaba a la Virgen que a un mendigo.
Su capacidad creativa y su sincera espiritualidad se manifiestan asimismo en una gran producción de pintura devocional que incorpora detalles de la vida cotidiana manteniendo una conmovedora concepción de lo trascendente, mediante imágenes de gran belleza.
La exposición está repartida en salas temáticas: Santa Infancia, Una familia de Nazaret, La Gloria en la tierra, La Inmaculada, Compasión, La penitencia, Narrador de historias, Pintura de Género y El retrato. Los numerosos bocetos de Murillo que se conservan demuestran la importancia de estas pequeñas pinturas en el procedimiento de trabajo de su taller, fuera como obras preparatorias, para presentarlas a los clientes o como ricordos. A veces pinta obras en las que luego varía la posición de la cabeza, los brazos o la expresión.
Haremos un recorrido por algunos de los cuadros de esta exposición.
La Santa Infancia
Venía marcada no sólo por la figura del Niño Jesús y María, sino que incluye la figura del primo de Jesús, San Juan Bautista.
Murillo sitúa la figura de El Buen Pastor en un paraje bucólico, con referencia al mundo clásico por los restos arqueológicos que pinta. El Niño Jesús muestra firmeza con el cayado y ternura en su cara y en la forma en que el Agnus Dei acaricia a la oveja. Es el Buen Pastor y el Cordero de Dios. El animal representa la prefiguración de la mansedumbre con que Cristo obedece al designio de su muerte en la cruz.
La Vírgenes con el Niño que figuran, pertenecen a diferentes épocas y por tanto son reflejo de la evolución de su estilo y técnicas, incluso hay una sanguina sobre un suave esbozo de lápiz negro procedente del taller del maestro.
La Virgen con el Niño, traída de la Galería Corssini, es una obra de su última época, donde el artista supera el tenebrismo de las décadas anteriores y anticipa la pintura estética rococó. En ella sustituye la penumbra que envolvía a las figuras de su primer periodo por un escenario al aire libre donde sucede, al lado de una arquitectura en ruinas invadida por vegetación.
Esta obra tuvo gran fama y se convirtió en un icono de la Galería Corsini, siendo conocida como la Virgen Gitana.
San Juanito en el desierto es pintado en numerosas ocasiones por Murillo. El niño aparece representando una imagen de la vida adulta del santo, según una tradición figurativa extendida en Europa a través del gravado o de copias de obras de Van Dyck o Reni, que influyeron en su estilo. En esta obra destaca la gran sensibilidad en su composición y la ternura del niño hacia la oveja.
Una familia de Nazaret
La Sagrada Familia en el interior del hogar gozó de gran devoción popular al tratarse de una aspecto piadoso de carácter amable, en un entorno cotidiano con el que el espectador se identificaba fácilmente. San José con el Niño, La Sagrada Familia con san Juanito, La huida a Egipto o la Sagrada ( Las dos Trinidades) son ejemplos de esta temática.
En esta obra de la Sagrada Familia Murillo plasma la idea teológica de la doble naturaleza de Jesús, como Dios y como hombre. Forma parte de la Familia de Nazaret (conocida como Trinidad en la Tierra) y de la Santísima Trinidad junto a Dios Padre y Espíritu Santo.
Se puede observar la cercanía de la Virgen al Niño mientras que San José aparece como padre y esposo, mostrando más proximidad al espectador, al que dirige la mirada. La suave y transparente pincelada que integra forma y fondo hace de esta obra una de los mayores logros dela producción final del artista.
La Gloria en la tierra
Obras como la Natividad o la Anunciación o la Virgen del Rosario.
Murillo pintó la Anunciación sobre obsidiana, un soporte muy inusual en la pintura europea, ya que se trata de un vidrio volcánico de color negro brillante, traído probablemente de Méjico o Centroamérica a través de uno de sus mecenas. Se pulió intensamente el lado pintado, percibiéndose el vetado natural de la obsidiana como rayas lechosas verticales, que en este cuadro crean la impresión de luz divina.
La Inmaculada
Pese a que toda la obra de Murillo tiene un gran valor, es la parte por la que este pintor es más conocido, siendo sus Inmaculadas famosas en el mundo entero.
Aunque el dogma de la Inmaculada Concepción fue decretado por la Iglesia en 1854, España fue la gran defensora del mismo ya desde el Concilio de Toledo en el siglo en el que el rey visigodo Wamba era defensor de la Purísima Concepción de María.
Era tan grande el amor por la Inmaculada, que Sevilla juró la defensa de la Concepción de María, Toda Pura, en 1615, siendo fiesta de guardar el día de la Inmaculada en todos el imperio español desde 1644. No es de extrañar que Murillo sintiera también esa gran devoción por la Inmaculada Concepción y pintara gran variedad de ellas incluso con técnicas diferentes, como la Inmaculada que está en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, pintada al óleo sobre cobre, soporte ideal para veladuras y transparencias.
Destaca la Virgen del Rosario, con una paleta de colores que ha enriquecido y aclarado, mostrando una luminosidad y transparencia que anuncia el rococó.
En la Inmaculada Concepción del Escorial, el artista aligera los atributos que se asocian a María, rosas y lirios, conservando el creciente lunar y el contorno de luz solar, rompiendo con la tradición sevillana y representa a María con túnica blanca y manto azul según la visión de Beatriz de Silva. El aire ascendiente de la figura parece fusionarla con la Asunción.
Compasión
Es el sentimiento que produce su obra, reflejo de pasajes del evangelio y la devoción popular. Cristo con la Cruz a cuestas es un gran ejemplo de esta temática muy usual en el barroco español y en la Sevilla de la época, o Cristo en la Cruz con la Virgen, Maria Magdalena y San Juan, traído desde Dallas.
Para reflejar el dolor de Cristo prescinde de cualquier escenografía en «Ecce Homo» (Aquí tenéis al hombre).
Esta representación individualiza a Cristo, recoge en momento en que , tras ser flagelado, coronado de espinas, cubierto por un manto púrpura, portando en la mano derecha una vara a modo de cetro, es presentado al pueblo judío.
La Dolorosa, muestra a María sola y sin atributos, en el momento posterior a la muerte de su hijo. Se piensa que estos dos cuadros se presentaban juntos, aunque no está confirmado.
La Penitencia
Los retratos de santos son también una constante en su obra: Magdalena penitente, San Jerónimo penitente, San Pedro o San Felipe, son muestra de ello. Todos están representados con sus símbolos habituales, y se representan en una atmósfera de claroscuros, como figuras iluminadas que emergen de la penumbra, iluminando los elementos principales y dejando en penumbra lo superfluo. Dos de las obras expuestas, San Pedro y San Felipe, forman parte de las series bíblicas de pinturas sevillanas del barroco.
En estas obras se ve claramente la influencia de Ribera o Zurbarán.
Narrador de historias
La disipación del hijo Pródigo, Las Bodas de Caná, La adoración de los Reyes o el Martirio de San Andrés son pasajes del evangelio que Murillo gustaba representar, y en ellos se plasma su gran sensibilidad para narrar en un instante, como si de una fotografía se tratara, un acontecimiento gracias a la riqueza de detalles.
La pintura representa el primer milagro de Jesús, cuando convirtió el agua en vino. Murillo creó una extensa composición donde los personajes ocupan un solemne espacio arquitectónico, cuyas lineas verticales se equilibran con las líneas horizontales de la mesa. Aunque los novios están en el centro de la escena, las jarras de barro con su patina incluida, son de un tipo que estaba especialmente vinculado a la cerámica sevillana y están situadas para destacar el milagro de la conversión del agua en vino, al mismo tiempo que figura la Jesús, en primera fila, le sitúa como protagonista del mismo.
En esta obra, la Virgen muestra al Niño Jesús a todas las generaciones y los continentes, representados por los tres Reyes Magos en las tres edades del hombre y los tres continentes conocidos en ese momento histórico. Murillo se centra así en las actitudes y la comunicación entre los personajes, reflejando un gran naturalismo, que junto a la armonía colorista hacen de esta obra una de las más atractivas del comienzo de su madurez.
Pintura de género
Esta faceta es una de las más ricas del pintor, además de los acontecimientos marcados por su gran fe, supo retratar como nadie a la sociedad de su época, haciendo en cierta manera una denuncia de la pobreza general de la sociedad en la que vivía.
San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres forma parte de una serie de obras que realizó para el Convento de San Isidro. Se puede observar claramente la influencia de Velázquez en esta obra, donde San Diego de Alcalá reparte la sopa boba entre los mendigos que recurren a la caridad del convento. Esta es una escena tomada de la vida cotidiana Sevillana donde Murillo representa a la caridad en forma de la mujer con su pecho descubierto para alimentar a su hijo.
El pintor hará suya la leyenda franciscana – » Mira en el pobre a Dios»- y dignificará la figura del mendigo elevándolo a principal protagonista de este género.
Murillo prestó atención a personajes que siempre habían aparecido como secundarios, dotando a estas figuras de protagonismo, dotándoles de dignidad al darles sentimientos propios como puede verse en la amplia sonrisa del niño.
Sitúa al niño en el alféizar, elemento muy utilizado en sus composiciones, separando el exterior del interior en penumbra, el tratamiento de la luz y la posición del niño dan profundidad.
La obra puede entenderse como una escena cotidiana, ya que aparecen elementos como la interacción de miradas y el gesto, mirando el niño hacia el espectador, como queriéndole decir algo, el gesto, el alimento como preocupación vital y la risa como detonante.
La vieja y el niño, Vieja despiojando, La pequeña vendedora de fruta son una muestra la preocupación del pintor por mostrar la vida cotidiana y la realidad social de la Sevilla del siglo XVII, la de los menesteros y los santos, la de los pícaros, o los adinerados.
Este es uno de los cuadros más polémicos de la exposición ya que da lugar a diferentes teorías en relación a la composición de sus personajes. Hay quienes defienden que es una simple familia que observa curiosa lo que sucede en la calle, hasta los que lo relacionan con la práctica de la prostitución. De cualquier forma es una invitación a la participación del espectador ya que los dos personajes más jóvenes parecen entablar un intercambio con él. Las gafas de la anciana son un recurso habitual en el barroco. Con excepción del pantalón roto del niño, el resto de personajes parecen de cierta posición social.
El retrato
Otro de los estilos que trabajó Murillo en su prolífera carrera, las personas siempre eran el centro de su obra y el retrato es la forma en que adquirían un protagonismo individual, retratando a pobres y ricos, santos o pícaros.
El autor se presenta como un hidalgo, y no como artista. Se retrata sobre una piedra, que era el soporte de la pintura de la antigüedad clásica. La elección de formato oval y la sensación de trampantojo conectan esta obra con las innovaciones del género en el norte de Europa.
El retratado en esta ocasión es Josua Van Belle, un comerciante holandés que pasaba largas temporadas en Cádiz y Sevilla. Sigue la tradición holandesa y flamenca del retrato de aparato.
Retrató a Ínñigo Melchor Fernández de Velasco, y a Don Andrés Andrade de Cal, Don Antonio Hurtado de Salcedo, marqués de Legarda, o a Don Juan de Saavedra.
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