Recientemente he descubierto a la historiadora Elvira Roca Barea, premiada por la Fundación Villacisneros, Premio más que merecido. No solo me tiene enganchada su simpatía o su elocuente exposición, sino más aún su rigor y, sobre todo esa verdad que reconforta, en su caso, la verdad histórica.
Y es que la verdad parece ni estar de moda ni ser tendencia, sin embargo es algo recurrente en nuestras vidas, ¿o no? Si la verdad fuese protagonista probáblemente el ánimo general de la sociedad española sería otro.
La verdad y la historia
Escuchar a una experta en Historia de España que te cuenta con mucha educación, pero claridad, lo imbéciles que hemos sido los españoles al creer las historias que de nuestra Historia se han ido fabricando otros países a lo largo de los siglos, me ha producido conforto. Incluso ilusión.
Alguien puede pensar, vaya perogrullada, la verdad es la verdad. Cierto, pero cuántas verdades hay que no queremos mirar de frente. Si lo hiciéramos con sinceridad absoluta, otro gallo cantaría en nuestra sociedad.
Porque mirar de frente a nuestra historia supone sacudir la pereza, el complejo, el conformismo, erradicar la falsa humildad que no es otra cosa que la ñoñería o el… acongojamiento.
Esa verdad que reconforta es la que te aporta, hace que te reconozcas ignorante, pero te da igual, porque te sitúa en la simplicidad del joven aprendiz. Y entonces comienzas la andadura por el deseo de querer saber más y más, no por erudición, sino porque persigues la verdad incuestionable.
Aparecen las tres ‘erres’: reconforta, redirecciona, renueva. Reconforta llamar a las cosas por su nombre; redirecciona el objeto de conocimiento de la mente; renueva porque se amplía el horizonte y se albergan esperanzas reales, siempre y cuando se comunique el hallazgo.
Obviamente a nadie le agrada escuchar cosas como: los españoles, particularmente las élites, se han traicionado a sí mismos a lo largo de siglos ¡Caramba qué negativo! ¡No! Qué verdad tan maravillosa, ésta que nos abre la puerta de la esperanza para volver a empezar con el abc de la historia, de los documentos, testimonios, personas y hechos, la verdad de nuestra Historia común ¡Fascinante!
Reconforta
Cómo no reconocer lo que yo misma vi con mis ojos en la Pampa argentina cuando me mostraban las «Misiones jesuíticas», maravillosas pequeñas ciudades y vida ordenada de progreso y desarrollo para los pueblos indígenas.
Cómo no conmoverse al escuchar composiciones polifónicas cantadas por indígenas (hasta 400 o 500 personas) durante la evangelización de los franciscanos en Perú. Aquella explosión barroca en todos los aspectos: religioso, artístico, musical, arquitectónico.
¿Y aquel «ordeno y mando»? Cómo no evocar el Testamento de la Reina, Isabel la Católica, con toda la grandeza que encierra, en su realeza y en su humanidad: una pobre mujer suplicando miles de Misas por su salvación eterna, ¡Cómo no reconocer el canto a la dignidad humana del dicho testamento!
Y si hablamos del fracaso de la España actual con su modelo autonómico, que ha desembocado en 17 seres deformes y no deseados por los padres de la Constitución. ¡Cómo no reconocerlo! Pues ¡Hala! Manos a la obra y a desfacer el entuerto.
Redirecciona
Cuando te hablan pestes de tus ancestros históricos, lo normal sería revolverse, ¿no? Porque surge la duda del «¿Qué hubiera ocurrido de haber sido valientes y poner la verdad histórica de España con toda su grandeza ante nuestros enemigos?»
Al escuchar que «los intelectuales de la época se afrancesaron, compraron el discurso francés ante el cambio de dinastía, y ni un solo historiador se plantó, todos agachados y sometidos, y así durante siglos«, por poner un ejemplo.
Lo normal sería enfadarse, que el amor propio se revolviera, la soberbia por el amor patrio buscara atajos y justificaciones de grandeza, pero no, lo que ha producido, al menos en mí, es conforto. Porque la verdad reconforta siempre y libera, por muy agria que sea saborearla al principio. Y también es ocasión para echarle humor a la cosa, porque de dantesca da risa.
Porque la verdad cuando pone el dedo en la llaga, sana. La verdad contrastada, reflexionada y sacada a la luz, provoca paz
Así es, agradezco muchísimo que una persona venga a decirnos sin tapujos que nuestras élites desde hace siglos viven ausentes de la realidad de las personas, que existen dos realidades paralelas.
Agradezco que una persona afirme: «Lo triste y dramático no fue que el pueblo español contra la invasión francesa siguiera la rebeldía de las élites, sino de un alcalde de Móstoles, y menos mal que el pueblo le siguió«.
Porque la verdad cuando pone el dedo en la llaga, sana. La verdad contrastada, reflexionada y sacada a la luz, provoca paz.
Escuchamos día y noche lecturas ennegrecidas de la España actual, y es cierto, es verdadero, es verdad. La retahíla de calificativos que podría añadir no se contienen en dos párrafos
Siempre he escuchado que no hay mayor valentía que la de enfrentarse a uno mismo, enfrentamiento metafórico, porque adentrarse en nuestra verdad cuesta, personal o comunitaria.
Renueva
En definitiva, el camino de la verdad comienza por uno mismo, por querer buscarla, en lo pequeño y en lo grande. Ella está afuera para confirmarnos, la razón se adhiere a la verdad como el imán, el problema radica en dónde pone la razón la mirada.
Escuchamos día y noche lecturas ennegrecidas de la España actual, y es cierto, es verdadero, es verdad. La retahíla de calificativos que podría añadir no se contienen en dos párrafos. Sin embargo, hay esperanza, sólo hay que sacudir la sombra de losa que nos oprime, abordar nuestra verdad como españoles y ponernos en marcha.
Y sobre todo que esas erres que reconfortan, redireccionan y renuevan, acarreen más erres de reformas, de reconstrucción moral, y de erradicación de la mentira.
Siempre la verdad por delante. Hay esperanza.
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