Andaba yo enfrascada en el último estudio «Approaching the Future 2019», donde se expone el informe de tendencias en el ámbito empresarial sobre reputación e intangibles. Algo que ha llamado mi atención en un informe tan bien elaborado es que la palabra ‘excelencia’ aparece en una ocasión, en la bibliografía final del informe.
Lo que no sé tras leer el informe sobre «intangibles», es si debo concluir que la excelencia no es tendencia. Y pensando, pensando, encuentro una posible explicación, la excelencia sí se implica con tangibles, sobre todo con las personas. Pero dejaré lo de los tangibles e intangibles para otra ocasión.
Hoy día abundan en redes sociales los llamados «gurús» que no influencers. Personas que han obtenido tal estatus profesional que en lugar de interactuar y ponerse al alcance de las personas, toda su comunicación virtual se limita a emitir sentencias, consejos, etc.
Éstos gurús, aparentemente llenos de sabiduría y eficiencia, corren el riesgo ellos mismos de ser percibidos de cualquier cosa menos de excelentes, porque lo excelente sí trata con tangibles.
Se palpa tanto a la persona excelente como a la excelencia
Conozco personas de altísima excelencia profesional en áreas que para mí, por ejemplo, no son de mi interés, pero su forma de tratar, comunicarse, expresarse, transmitir su campo de conocimiento, acción personal y laboral, muestran que estás tratando con una persona de excelencia.
Por lo general estas personas reúnen unas señas de identidad: suelen ser ajenas a lo sofisticado; muestran acogida y apertura; humildad; son cumplidores, porque se exigen mucho en su orden personal para cumplir con sus compromisos. Se delatan por el «decir poco y hacer mucho». Ofrecen esa suerte de calma y serenidad que en ocasiones despierta envidia; son grandes conversadores y sumamente amplios de mente, siempre dispuestos a aprender y al verdadero diálogo que no omite la disputa lleno de respeto. Y enseñan sin erudición.
Pero destacan de forma especial en dos aspectos: la escucha y la libertad interior. Saben escuchar, la persona al otro lado percibe de ellos el «me interesas».
Y se les descubre muy libres y seguros en sus opiniones, digamos que se suele decir de ellos «están a otro nivel», ésto no obsta a que yerren porque son humanos, la persona excelente no está libre de errar.
Trato personal y personalizado
Algo muy propio de películas que muestran como telón de fondo el ambiente universitario y académico de Oxford o Cambridge, es la escena de un profesor y pocos alumnos tratando algún tema o libro. A más atención al alumno, mayor será el aprendizaje. O mejor aún, a más trato personal entre maestro y alumno, mayor será el conocimiento que uno obtendrá del otro.
Si nos vamos unos siglos atrás cuando San Ignacio de Loyola creó los ejercicios espirituales de un mes, lo hizo pensando en dos personas, un sacerdote como guía y un aprendiz de vida espiritual. Alguien con deseo de crecer en su conversión hasta tomar la bandera definitiva por Cristo, de ahí, una de sus famosas meditaciones: «Las dos banderas», donde el aprendiz es llevado al límite de la opción: O Cristo o el mundo, tú verás.
Pero si echamos la vista unos cuantos siglos más atrás, vemos cómo Sócrates creó el famoso «método socrático» para enseñar a sus alumnos el arte del conocimiento. Un diálogo donde el maestro mediante preguntas iba adelante, atrás, de la superficie a lo más profundo, preguntando, y así ayudaba a sus alumnos a desarrollar el razonamiento, el pensamiento crítico y a ampliar sus conocimientos, en definitiva.
Corremos de nuevo siglos adelante y llegamos a nuestro tiempo y pensamos en la figura del Rey Felipe VI. A nadie se le escapa la enorme formación a todos los niveles de nuestro Rey, y que desde niño tenía instructores según área: idiomas, historia, etc. Conocido por todos es la labor de la académica Carmen Iglesias durante años con él. Añadido a que el Rey destaca por su curiosidad natural para aprender, en definitiva, para el formador, D. Felipe era un diamante en bruto, no solo por su responsabilidad, sino porque su personalidad cooperó con la tarea.
¿A dónde quiero ir? A constatar que ese pequeño e infalible secreto del trato personal y personalizado siempre obtiene buenos resultados. La cuestión es que requiere sacrificio y dedicación por parte del vamos a llamar aquí formador o más sencillo, persona excelente.
A estos excelentes los encontramos en todo el espectro social, sea educativo, sanitario, empresarial, laboral, religioso, comercial, familiar, etc. Se distingue del resto de personas que pueden mostrar o enseñar algo en un determinado momento porque va más allá con cada persona, su labor no se limita a la del conocimiento.
Por ejemplo, si un director de Recursos humanos de una empresa posee alma de formador y sentido de la excelencia, su interés por cada empleado con sus éxitos y problemáticas irá más allá de su desempeño profesional. No será un mejor «legislador» de normativas corporativas, o un buscador de métodos innovadores continuamente para la permanente mejora de la productividad del personal…
A la excelencia se llega cuando se ha tratado íntimamente con excelentes, y éstos a todos los niveles. Humano, intelectual, social, laboral, etc.
Ese excelente Director de RR.HH será quien se preocupe por conocer a la persona antes que al trabajador y, como consecuencia podrá orientar, corregir, exigir, indicar que aumente su formación por algún área que necesitará en un futuro o promoverla a puestos de ascenso. La persona será respetada, reconocida y tratada según sus capacidades reales o según su situación personal porque se la conoce bien.
En el mundo educativo los resultados son excelentes, si un formador excelente logra que un alumno le tenga confianza y sepa ir más allá de lo meramente académico, podrá hacer con él lo que quiera. En el buen sentido de la palabra. El alumno abrirá sus dificultades, problemas, dudas, alegrías, todo. Porque tendrá alguien a quien sabe que le puede contar sus cosas.
La excelencia personal y profesional no se conquista solamente con la adquisición de enormes fuentes de conocimiento. El conocimiento de poco servirá si la persona no ha trabajado su timidez porque nadie se lo hace ver. O no lucirá si nadie le ha dicho que su expresión oral es deficiente y ha de trabajarla. O no podrá transmitir sus logros si su cabeza no está bien amueblada para desarrollar un pensamiento bien estructurado.
A la excelencia se llega cuando se ha tratado íntimamente con excelentes, y éstos a todos los niveles. Humano, intelectual, social, laboral, etc.
Implica un enorme desapego de uno mismo, del sentido del tiempo y de preferencia por el bien del otro antes que por el propio.
El trato personal y personalizado es un arte, ese y no otro es el infalible secreto de las personas excelentes.
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