A medida que nos acercabamos aquel estruendo aumentaba de intensidad. Plantas, flores, olores, colores, animales nunca vistos y el rugido del agua era cada vez más ensordecedor. La pasarela nos sumió entre la vegetación, unos árboles aquí, remover unas ramas allá y nada más levantar la vista: ¡La garganta del diablo! ¡La inmensidad! Es indescriptible cuando el pequeño ser humano se topa de bruces con la belleza. Esto que narro ocurrió en las Cataratas de Iguazú (Argentina).
La belleza es como un motor oculto que necesariamente pone en marcha lo mejor del ser humano
Hoy día escuchamos poco la palabra belleza. La nebulosa de la confusión y el empobrecimiento al dejar de exponer lo bueno, bello y verdadero, quizá nos lleve a confundir espectacularidad con lo bello. Espectacular es un gol de chilena en fútbol, pero no es bello, puede ser admirable, sí, pero no es belleza. Espectacular, admirable puede resultar algo sumamente estético, pero la belleza posee alma propia, digamos que es… otra cosa.
La belleza es como un motor oculto que necesariamente pone en marcha lo mejor del ser humano y cuanto más se descubre, más afloran expresiones profundamente humanas. La ternura al mecer al bebé; la sonrisa discreta; la mirada sincera y complaciente al otro en silencio; la caricia al enfermo que no habla; la escucha sosegada al anciano; la lectura de algo que te obliga a parar de leer, suspirar, levantar la mirada y perderla en el infinito y… volver a releer. El silencio buscado para adentrarse en uno mismo y hallar el diálogo con el Espíritu. La belleza oculta del corazón que perdona. La música que te trasporta, la unión de las voces que desaparecen en la perfecta armonía. Tanto y tanto es belleza que no acabaríamos nunca.
Los filósofos griegos solían ligar la belleza a la bondad ¡Ah! Podríamos preguntarnos, pero ¿la inmensidad de Iguazú o del Matterhorn es bondadosa? No, es belleza para los sentidos, pero provoca trascendencia, ahí está su bondad, bondadoso es el ser humano. Contemplar lo inmenso, sea bajo millones de estrellas o frente a un cielo tupido de todos los matices posibles de color, provocan al pequeño ser humano ir más allá de sí mismo.
Belleza y bondad se ligan porque centra al ser humano en su esencia, en su pequeñez y, a la vez en su posibilidad de comprender la verdad radical de su absoluta igualdad con cada congénere.
La experiencia de lo bello
Experimentar la belleza de un paisaje sublime como es Iguazú se fue enriqueciendo al entrar en contacto el elemento humano. «Los ruiseñores no hacen otra cosa que cantar para regalarnos el oído, no picotean los sembrados, no entran en los graneros a comerse el trigo, no hacen más que cantar con todas sus fuerzas para alegrarnos» (Atticus Finch, «Matar a un ruiseñor»).
Éramos un grupo peculiar, un coro de casi 100 personas. Nos agolpábamos en una especie de islote según salíamos en fila india de la pasarela y, casi tocar y dejarnos engullir por la «Garganta del diablo». Sin dejar de mirar la caída del agua, sin parpadear, asombrados. Nadie habló durante minutos, se podría decir que «el hombre callaba y Dios hablaba». Creo que aquello fue la expresión natural del verdadero asombro, ante esa inmensidad, ante ese ruido ensordecedor de las toneladas de agua cayendo en cascada desde 80 metros de altura. Impresionante.
Pasado un buen rato donde nadie hablaba, casi sin necesidad de ponernos de acuerdo, comenzamos a cantar, eso sí lo sabíamos hacer bien. Gospel por aquí, algo de música sacra por allá, nos apretamos por voces, sin importar que no se nos oyera o no saliera bien. Lo importante era expresar del mejor modo que sabíamos nuestra gratitud y sacudirnos de alguna manera ese estado de shock repentino.
Una escena preciosa, creo que uno de los cantos fue el famoso «Deep river» o el no menos conocido canto a la libertad «Everybody sing freedom«, entre otros. Aquello era un espectáculo, el coro nutrido de grandes voces, creyentes y no creyentes unidos por algo que nos superaba con creces: la belleza de la naturaleza salvaje en toda su expresión. Y algo que nos trascendía: la necesidad de comunicarlo, brotó espontánea la comunidad, habló la bondad y el hermanamiento, otra cosa era imposible.
El círculo virtuoso de la auténtica belleza es que no se cierra en sí misma, se abre, quiere ser contemplada, descubierta, escrutada, admirada
Más allá de la propia preservación de la especie humana con el auge de la ecología y de «protegernos» ante el cambio climático, la naturaleza en su espectacularidad, es una creación y pequeño reflejo del Creador. Y se nos regala. Por eso debemos cuidarla y protegerla, porque así nos cuidaremos y protegeremos nosotros. Pero desde luego ¡Disfrutarla!
El círculo virtuoso de la auténtica belleza es que no se cierra en sí misma, se abre, quiere ser contemplada, descubierta, escrutada, admirada. Sea la belleza desperdigada por el planeta, sea la belleza producida por el hombre. La auténtica belleza nos supera, posee múltiples rostros y formas.
Humanismo y belleza
«Quien trae belleza, nunca molesta» fue la simpática forma que tuvo Benedicto XVI, ya retirado, de acoger a alguien que le regalaba una colección muy preciada por él. Eso mismo me brota para explicar lo que viví hace unos días. Sin molestia alguna la belleza se me presentó… y diría que me sacudió.
Acudí a Greco Vibrante, ya supe de ello al entrevistar a Pilar Gordillo no hace mucho. Me picó la curiosidad y fui. No sé si he sido testigo de la belleza, o si más bien, presa de la misma. Sin caer en misticismo barato, viví una especie del «quedéme y olvidéme» del Santo de Fontiveros, y la cosa perdura días después.
A diferencia de la belleza de la naturaleza, esta vez se asomó ante nosotros a través del arte excelso de El Greco, de la historia de Toledo con su arquitectura, personalidades, aventuras, anécdotas, desventuras. Todo ello, junto a la música y poesía del Siglo de Oro español.
Greco Vibrante es una exposición inigualable, pedagógica, elegante y sencilla. Donde la persona creyente se eleva, y el no creyente, también. No le «dimos a la caza alcance» pero se palpaba en el ambiente de silencio y atención absoluta, «la caza nos alcanzó».
Lograr que te pongas a dialogar en el silencio de la noche con un cuadro de El Greco, «El entierro del Señor de Orgaz» (que no era Conde), aunando historia, arquitectura, pintura, música, poesía, silencio, escucha y mirada atenta, no provoca sino la experiencia de la belleza. La amplia belleza del ser humano por lo que es capaz de expresar: vida y muerte, pasado, presente y eternidad.
Rendirse ante la belleza de la creación, o dejarse penetrar por la belleza excelsa producida por el hombre, es maravilloso ¿O no se nos ponen los pelos como escarpias al escuchar el Concierto de Aranjuez, por ejemplo? Pero aún más es ser bello por dentro, la belleza interior.
«Es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento de la verdad auténtica, en la defensa de la propia libertad de elección ante los comportamientos de masa y ante las seducciones de la propaganda, para alimentar la pasión de la belleza moral y de la claridad de la conciencia» les decía Benedicto XVI a un grupo de profesores.
Y en cierto modo, eso es lo que logra un evento de ocio cultural como Greco Vibrante, reeducar la mirada, el oído y el corazón, y de paso abrirnos la puerta del aprendizaje envuelto en misterio, amabilidad, claridad y porqué no, pasión.
Belleza, verdad y bondad van de la mano, permitamos que ocupen sus puestos en nuestra sociedad, lánguida y decadente en tantas formas. Y como afirmaba el sabio Papa Benedicto XVI «Quien trae belleza, nunca molesta«.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: