Julio de 2019 posiblemente pase a la historia de España como uno de los momentos en los que la política nacional, junto con sus protagonistas, ha tocado fondo. O no, pues todo es empeorable. En cualquier caso, la ciudadanía contempla, quizá cada día con mayor hastío, una pavorosa mediocridad en la clase política española, una falta de horizontes y de grandeza de espíritu, un cortoplacismo esterilizador, que no invitan mejorar la estima por ella.
Es bueno echar la vista hacia atrás, contemplar el pasado, para animarnos, pues en nuestra larga y fecunda historia hemos atravesado crisis peores que la actual
Sobran profesionales de la política dedicados a ella en algunos casos por no tener otro oficio ni beneficio, y se echa en falta la presencia de estadistas que, con amplitud de miras, aborden, con generosidad, teniendo en cuenta el largo plazo, los graves y grandes problemas que afectan a nuestro país.
Por eso, es bueno echar la vista hacia atrás, contemplar el pasado, para animarnos, pues en nuestra larga y fecunda historia hemos atravesado crisis peores que la actual, en circunstancias mucho más complejas. Para hallar ejemplos en los que mirarnos, buscando la necesaria regeneración de nuestros políticos, de modo que, en un ejercicio de metamorfosis no imposible, devengan hombres y mujeres de estado.
La de Cisneros es de esas biografías que cualquier persona culta debería conocer. Y si se dedica a la cosa pública, mucho más, tendría que ser obligatorio
Quiero fijarme en uno de esos grandes personajes, alguien que hubo de afrontar las tareas de gobierno en circunstancias muy difíciles, y no sólo una vez, sino dos. Me refiero al cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, una de las figuras más interesantes de la historia española.
Rasgos de un fraile que acaba en política
La de Cisneros es de esas biografías que cualquier persona culta debería conocer. Y si se dedica a la cosa pública, mucho más, tendría que ser obligatorio.
El príncipe de Talleyrand, político nato, de raza, capaz de sobrevivir a cualquier cambio de régimen, cuenta en sus memorias que, cuando se estaba preparando para lo que se suponía brillante carrera eclesiástica, entre las lecturas que tuvo que hacer estaba la biografía del cardenal “Ximénez”, como era generalmente conocido hasta el siglo XIX.
A mí me apasiona la vida de Cisneros. Hablo de un hombre llamado a una carrera eclesiástica brillante, y quien en un momento dado al quedar entusiasmado con el descubrimiento de la Sagrada Escritura en su lengua original –de la mano de rabinos de la judería seguntina–, tuvo un proceso de conversión interior, fiel a su conciencia. Decidió dejarlo todo y se retira al más austero de los monasterios franciscanos del momento, La Salceda, cambiando su nombre secular, Gonzalo, por el del poverello de Asís, Francisco.
En aquel momento la sombra del cardenal Mendoza, obispo en la entonces importante diócesis de Sigüenza, era muy larga… Y sacó al fraile de su retiro para ocupar el puesto de otro personaje fascinante, Hernando de Talavera, como confesor de Isabel la Católica. A pesar de sus protestas al “tercer rey de España” –Mendoza–, el fraile obedeció.
De este modo la reina, otra de nuestras figuras históricas de primera categoría, cuya vida también debería ser obligatorio conocer a los políticos, descubrió la impresionante personalidad de Cisneros. Pronto ocupó la primera sede episcopal del reino, la de Toledo, y desde allí desarrolló una intensa y profunda labor de renovación de la Iglesia en España, que se adelantó, sin rupturas y con mayor eficacia, a la de Lutero, personaje con el que, por otra parte, tiene grandes paralelismos (junto a innegables diferencias).
En dos momentos críticos para Castilla –las crisis abiertas tras las muertes de Felipe el Hermoso y de Fernando el Católico–, Cisneros, como si lo hubiera hecho toda la vida, asumió, con energía y visión de Estado, la regencia del reino
Su labor pastoral se completó con un extraordinario mecenazgo artístico y cultural, que produjo obras tan espectaculares como la maravillosa custodia de Arfe o el retablo mayor de la catedral de Toledo, junto a la creación de ese foco de humanismo que fue la Universidad de Alcalá.
El hombre… de Estado
Como ven, una figura de primera categoría, que sólo por lo indicado habría figurado entre las grandes personalidades de nuestra historia. Pero Cisneros no se quedó ahí. En dos momentos críticos para Castilla –las crisis abiertas tras las muertes de Felipe el Hermoso y de Fernando el Católico–, Cisneros, como si lo hubiera hecho toda la vida, asumió, con energía y visión de Estado, la regencia del reino.
Y aquí desarrolló lo que creo es el núcleo de su ideario político, si es que, en un ejercicio de anacronía, podemos definirlo así: la búsqueda del bien común, por encima de los intereses particulares o de grupo, como eran los nobiliarios. Lo ha desarrollado de un modo preciso el hispanista Joseph Pérez en la muy recomendable biografía que escribió sobre el cardenal en la colección Españoles eminentes de la editorial Taurus.
Cisneros es visto como un político para el que el concepto de bien común, tomado de la tradición romana, enriquecida por el tomismo, es la norma de actuación, de modo que el Estado, la ‘Res publica’, tiene la obligación de velar por el mismo
En el capítulo dedicado a Cisneros político, señala cómo Cisneros fue un estadista que se adelantó a las concepciones modernas del ejercicio del poder, tomando esta idea del nada sospechoso Pierre Vilar. Una figura que, retomando una tradición francesa poco conocida en España, pone por encima del cardenal de Richelieu.
Cisneros es visto como un político para el que el concepto de bien común, tomado de la tradición romana, enriquecida por el tomismo, es la norma de actuación, de modo que el Estado, la ‘Res publica’, tiene la obligación de velar por el mismo, creando una administración competente y unos servicios públicos eficaces, modelo que se concretaría, siglos más tarde, en el modelo republicano francés, que no sería incompatible con la monarquía. Una teoría política muy sugerente.
Más allá de este posible marco teórico, la realidad es que el cardenal lo llevó a la práctica con numerosas iniciativas, que abarcaron desde la creación de pósitos que paliaran las hambrunas cíclicas propias del Antiguo Régimen hasta, y esto fue sumamente importante, el control férreo de la nobleza, que, aprovechando el posible vacío de poder, trataba de volver a los tiempos de Juan II o Enrique IV en los que imponía su voluntad al monarca.
Cisneros continuó las grandes líneas marcadas por los Reyes Católicos y no descuidó tampoco la política exterior, que incluía, para la defensa de los intereses de Castilla, la expansión por el norte de África, que llevó a cabo con la conquista de Orán.
Para Cisneros, el Estado era una función pública, al servicio de la sociedad. Un concepto tremendamente moderno, y que, sin embargo, vemos olvidado con frecuencia cuando lo que prima es el interés de tal o cual partido, o de tal o cual personaje político.
Quizá esto sea lo más lamentable, una vez en el cargo, subordinan todo al mantener un statu quo del cual no pueden salir, convirtiéndose en políticos profesionales sin otra alternativa vital ni laboral
En los últimos años hemos vivido una progresiva decadencia de la clase política española. No es sólo que se dediquen a la política gentes sin formación, sin experiencia vital o laboral que hayan aportado algo a la sociedad, producto muchas veces de las diversas juventudes en las que inician un cursus honorum a base de obediencia ciega y acrítica a quien les puede proporcionar un cargo, comienzo de un lento ascenso basado no tanto en méritos personales cuanto en ser peones dispuestos a ser utilizados en bien del partido.
Es que, y quizá esto sea lo más lamentable, una vez en el cargo, subordinan todo al mantener un statu quo del cual no pueden salir, convirtiéndose en políticos profesionales sin otra alternativa vital ni laboral.
Frente a esto, si de verdad queremos regenerar nuestra política y devolverle el prestigio que debe tener una tarea imprescindible para el buen funcionamiento de la sociedad, hay que reivindicar, y luchar, como ciudadanos comprometidos con la misma, por una profunda transformación de la clase política española. Una mayor exigencia, que excluya a corruptos, mediocres, ineptos y demagogos. Un compromiso que es urgente al día de hoy.
Por ello, conocer una figura tan excepcional como la de Francisco Jiménez de Cisneros, puede ser un buen acicate para pasar de esta plaga de políticos que padecemos, a una generación de estadistas que necesitamos.
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