En la saga de la Guerra de las Galaxias, una de las tramas más interesantes es sin duda la que une a Darth Vader, Luke Skywalker y la Princesa Leia. Luke y Leia crecen sin conocer su verdadero origen. Y, aunque tienen una buena conexión entre ellos, no son conocedores de la verdad hasta bien entrada la trama de la historia. En efecto, la frase mítica (“Luke, yo soy tu padre”) nos hace comprender buena parte de la complejidad psicológica de los personajes. Más aún cuando se sabe que Luke y Leia son hermanos separados al nacer.
La identidad de cada uno de nosotros está definida por muchos factores
Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos… Estas inquietudes que cantaban los componentes de Siniestro Total reflejan una inquietud que es compartida por todos los seres humanos. Todos sin distinción.
La identidad de cada uno de nosotros está definida por muchos factores. Dónde hemos nacido, quiénes son nuestros padres, dónde hemos estudiado, quiénes son nuestros amigos, nuestras aficiones, las cosas que no nos gustan, lo que creemos… Son infinidad de factores que, por separado, pueden no constituir la esencia de cada uno, pero que combinados nos hacen ser quienes somos.
La clave: nuestra herencia genética
Obviamente existe otro factor que no es menor, aunque hay muchos que proclaman a los cuatro vientos que apenas tiene importancia o, directamente, su inexistencia, contra toda evidencia. Se trata de nuestra herencia genética. No solo en lo que respecta a nuestras características físicas, las probabilidades de desarrollar alguna enfermedad, o nuestra capacidad para engordar o adelgazar a gusto.
Sin caer en un determinismo genético, que nos llevaría a entrar de lleno en ideologías repulsivas como el racismo o la eugenesia, tener la certeza sobre quiénes son nuestro padre y nuestra madre no es una cuestión baladí.
Mucho menos después de décadas en las que determinados avances en las técnicas científicas llevaron a algunos, probablemente confundidos y arrastrados por una falsa piedad a desarrollar programas de fertilización artificial. Un problema agravado por el comercio de los vientres de alquiler que esclaviza a la mujer y convierte al nuevo ser humano en un objeto.
¿Quién soy?
El problema no es nuevo. Pero es un asunto mucho más grave que en ocasiones el público en general suele desconocer.
No son pocos los que alcanzada la mayoría de edad y siendo conscientes de que su existencia se debe a una donación de óvulos y espermatozoides se preguntan por quiénes son en realidad.
Y la olla está apunto de estallar. O, mejor dicho, ya ha estallado. Al menos 36 países ya han cambiado sus leyes para que las ‘donaciones’ de esperma y óvulos (siempre pagadas por una industria cada vez más en boga) no sean anónimas. Entre ellos se encuentran el Reino Unido, Holanda, Suecia, Austria o Portugal.
El Comité de Bioética de España, según han publicado diversos medios, va a plantear al Gobierno la necesidad de obligar por ley a que las entregas de semen y óvulos no sean anónimas para que los hijos puedan conocer a sus padres biológicos en el caso de haber sido concebidos en procedimientos artificiales.
Es probable que en el Comité de Bioética sólo se hayan planteado la circunstancia de quien, al saberse fecundado de forma artificial en concurso con una ‘donación’, se pregunta por la identidad de quienes aportaron el material genético.
Desafíos de enorme trascendencia
Pero son muchos más los desafíos que se presentan sobre esta cuestión.
Ya hemos apuntado el caso de quienes fueron concebidos por el sistema esclavista de los vientres de alquiler. ¿Cuántos padres o madres tiene esta persona? Se ha de recordar que durante una determinada fase del embarazo existe un cierto intercambio genético entre la mujer gestante y el concebido, por lo que, de haberse implantado un óvulo procedente de otra mujer, se lía aún más la madeja de la identidad genética.
Por otro lado, es conocido que las técnicas de fecundación artificial suelen seguir un procedimiento por el cual se inseminan varios óvulos. Algunos se congelan y otros se destruyen. De entre los que se implantan, no es infrecuente que se eliminen algunos, los que hayan arraigado peor en el vientre materno. Por tanto, cabe la pregunta: ¿cuántos hermanos tengo?
Pero los problemas de identidad también asoman por otros frentes. Cuando a una generación entera se le dice que no importa lo que diga la Biología, sino que uno puede identificarse de la manera que en cada momento “sienta”, el puzzle se complica. Pero esa es batalla de otra galaxia. Y también da para una saga.
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