No hay más que entrar en Twitter, sobre todo en días tan claves como los postelectorales, y toparte con toda clase de discursos que no son ejemplo precisamente de tolerancia. Muchos de ellos los dejas por imposibles, quiero decir, por intolerantes, pues están plagados de invocaciones al asco, a la vergüenza y a otras violencias verbales.
En el otro extremo están los que podrían llamarse “monólogos en compañía”, tan incapaces como sus contrarios de construir un intercambio enriquecedor de ideas. La causa puede estar tanto en la frivolidad de la falta de un pensamiento crítico con interés por debatir, como en el deseo de manipular.
Aún hay más, y peor. Hay otra forma de traficar con las palabras que es más dañina bajo mi punto de vista: la que es reflejo de una intolerancia con todas sus letras pero, eso sí, vestida de señorita respetable. Se trata de la intolerancia tolerante, una imagen grotesca de la verdadera tolerancia, que sojuzga y excluye a los que disienten de su pensamiento único.
La verdadera tolerancia es un valor moral por el cual se permite un comportamiento con el que no se está de acuerdo, cuando existen medios para impedirlo. Es uno de los valores que más se invocan en las sociedades democráticas y una de las palabras que más se alzan en los discursos políticos.
La tolerancia es un valor moral muy invocado en las sociedades democráticas por el cual se permite un comportamiento con el que no se está de acuerdo, cuando existen medios para impedirlo
El “todo vale” o la indiferencia no son tolerancia
No es lo mismo tolerancia que relativismo o indiferencia. Una persona o una sociedad tolerante tienen unos principios o valores de actuación. La tolerancia requiere tener firmeza de principios a la vez que permitir comportamientos con los que se disiente, hasta cierto límite. Esos principios conducen igualmente a actuar con «tolerancia cero» ante comportamientos inadmisibles que no respeten la verdad, el bien o la libertad de conciencia.
Como dice Umberto Eco «para ser tolerante hay que fijar los límites de lo intolerable». Un ejemplo sería, como explicaba en otro artículo, los límites a la libertad de expresión cuando ésta supone atacar la dignidad de ciertas personas o convicciones.
La tolerancia requiere tener firmeza de principios y, como escribió Umberto Eco, «para ser tolerante hay que fijar los límites de lo intolerable»
Explica Rafael Navarro-Valls en su libro “Del poder y de la gloria”, que el director general de la UNESCO recogía esta idea en el informe que acompañaba el proyecto de proclamación del Año Internacional de la Tolerancia: «la tolerancia no es una actitud de simple neutralidad o indiferencia, sino una posición resuelta que cobra sentido cuando se la contrapone a su límite, que es lo intolerable».
La tolerancia en un único sentido no es tolerancia
Otra forma de no ser tolerantes es aplicar la tolerancia en un solo sentido o vivirla solo hacia determinados temas o colectivos.
Lo explica Juan Meseguer en un artículo de la Revista Aceprensa1: “En las sociedades democráticas la mayoría de los ciudadanos no solo no tienen problemas con los llamados “valores occidentales”, reconocidos en las Constituciones europeas, sino que los respaldan y defienden. El desacuerdo surge cuando pasamos de los valores a las causas. Es decir, cuando la clase política establecida y los medios de comunicación afines a ella intentan traducir en medidas concretas lo que ellos dicen que son la igualdad, la libertad, la tolerancia o la diversidad.”
A todo el que no esté de acuerdo con su idea de tolerancia se le considera inmediatamente un intolerante. Entonces aunque no se viva en una dictadura política, sí se vive en una dictadura de lo “políticamente correcto”.
En esto, el establishment progresista (no solo en el ámbito político, también puede ser el ámbito cultural, legal o judicial, de los medios de comunicación, etc.) se puede parecer a los líderes populistas que intentan apropiarse de la voluntad del pueblo.
En las sociedades democráticas la mayoría de los ciudadanos no solo no tienen problemas con los llamados “valores occidentales”, reconocidos en las Constituciones europeas, sino que los respaldan y defienden. El desacuerdo surge cuando pasamos de los valores a las causas (Juan Meseguer)
¿Qué le ocurre a una sociedad democrática que no entiende de tolerancia?
Cuando en una democracia no se entiende de tolerancia, en vez de respetar valores comunes, se enarbolan causas. Entonces el sano pluralismo se torna en desacuerdos y la común participación, en luchas guerrilleras. Se malentiende la igualdad ante la ley y reina una falsa libertad que se lleva por delante el respeto y la justicia. Pongo algunos ejemplos…
Una forma de no proteger la igualdad es defender de forma selectiva e injusta los derechos de unos colectivos a costa de los de otros. Esto es aún más injusto cuando se hace con los derechos de colectivos minoritarios a expensas de la defensa de otros colectivos que son mayoritarios, como vemos que ocurre en ocasiones.
Apoyándose en ideas populistas, el Estado puede llegar a tomar partido con la pretensión de injerir en la libertad de los ciudadanos. En nuestra sociedad tenemos un ejemplo reciente: una visión de la educación del poder establecido que pretende suplantar la libertad de quienes ostentan el derecho a educar conforme a sus convicciones: los padres. En el vídeo del final del artículo reclama esta libertad un padre de tres hijos que estudian en la escuela pública.
Y en fin, también hay muchos que no se oponen a la diversidad pero viven un relativismo que confunde el tener una mente abierta, con la actitud de aceptar cualquier idea y estilo de vida sin ninguna capacidad crítica. ¿Dónde han dejado esa firmeza de principios que caracteriza a las personas tolerantes?
El verdadero consenso pasa por un verdadero debate
El consenso ficticio de lo políticamente correcto en una democracia lo único que pretende es zanjar los desacuerdos en falso. Ese tipo de consenso significa imponer la propia visión de los valores comunes de una sociedad, en vez de recuperar su auténtico significado con un verdadero debate. No es que exista un vacío de valores, pues están ahí. El auténtico vacío que existe es el del diálogo sincero.
Se echa en falta un respetuoso debate en nuestras sociedades democráticas. ¿Es que la falta de razones se disimula acusando a la otra parte de intolerante o descalificándola sin justificación alguna? Con esto se cierra la puerta al debate y se abre a la manipulación. En nuestro tiempo, la era de la posverdad, hay numerosas formas sutiles de manipular.
La democracia, privada de la referencia a la verdad, queda indefensa ante sus enemigos (Rafael Gómez-Pérez)
El profesor y escritor Rafael Gómez Pérez propone2 en referencia a las democracias de Occidente, «la apertura de un amplio debate sobre la verdad, que haga posible fundamentar la libertad y la dignidad humanas. Si la causa de la libertad se separa de la referencia a la verdad, los derechos humanos no son más que una imposición ideológica de Occidente. La democracia, privada de la referencia a la verdad, queda indefensa ante sus enemigos”.
Referencias
1 Artículo Aceprensa “Por qué ha pinchado la burbuja progresista” (Juan Meseguer)
2 Artículo Aceprensa “Una libertad de expresión que se haga entender” (Rafael Gómez-Pérez)
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