Cada día nos quejamos más de lo rápido que pasa el tiempo. Vemos pasar los días, semanas, meses y años sin apenas darnos cuenta.
¿Y que significa esto? Pues como solemos decir casi a diario o por lo menos con mucha frecuencia: «Que no pasa el tiempo, sino que somos nosotros los que vamos cumpliendo años, pasando por esta vida con demasiada rapidez y acercándonos a la vejez con una rapidez de vértigo sin apenas darnos cuenta«.
Y yo pregunto: ¿Qué vejez nos estamos preparando? ¿Acaso una llena de tristezas o una vejez ilusionada y con un corazón lleno de alegría a pesar de nuestro achaques y limitaciones?
Soy de las que piensa que hasta para saber envejecer hay que tener arte. ¿Cuántas veces nos hemos quedado sorprendidos ante esas personas mayores y jubiladas cuyos años y arrugas, no son un impedimento para ayudar a los demás, para practicar deporte o para pasárselo estupendamente con otras personas? ¿Cuántas veces nos asombramos al ver a una juventud «anciana», sin esperanza, que están (parece ser) de vuelta de todo, y que pasan su existencia viviendo sin ningún proyecto o ilusión?
La edad no es la que el DNI señala. La edad tampoco es una fecha de nacimiento o una jubilación. La edad auténtica y verdadera está en nuestro corazón en nuestra mente y en el espíritu que nosotros tengamos.
Envejecer con una corazón joven quiere decir que a pesar de los años, a pesar de los achaques y dolores que sintamos en nuestro cuerpo, nuestro corazón sigue con la misma ilusión que teníamos en nuestra ya pasada juventud, y que aunque la edad nos marque ciertas limitaciones, somos capaces de vibrar, reír o emocionarnos ante las situaciones que vivimos.
Sepamos disfrutar de la vida con la misma ilusión que cuando éramos jóvenes y que los años no sean un impedimento para ello.
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