Más de uno dio un respingo al ver que una película de corte documental, tema religioso y planteamiento polémico se colaba en los Globos de Oro y, con este sencillo gesto, de paso, se convertía en una de las favoritas para ser nominada en los Oscar.
Los dos papas es una de esas películas que no se resuelven con un par de párrafos, aunque la sinopsis pueda resumirse en una línea: una larga conversación entre Benedicto y Francisco. Reconozco que, al verla, pasé por todos los estados anímicos que pueden acompañar a un visionado de dos horas. Me enfadé con el injusto retrato de Benedicto en el arranque de la película y con la rendición incondicional a la narrativa de los medios que han decidido que tener un Papa bueno y otro malo les da mucho juego. Me gustó recordar pasajes olvidados de Mi vida, la autobiografía de Ratzinger y de El gran reformador, quizás la mejor biografía de Francisco. Me reí con la aparición del perro Rex en la televisión del Vaticano y lloré con la escena de la reconciliación del padre Jalics (el jesuita secuestrado en tiempos de la dictadura argentina) con Bergoglio. Para coronar mi montaña rusa anímica, me faltó un pelo para aplaudir la potente escena final. Un final festivo para una película que tiene dentro mucha crítica a la Iglesia y mucho periodismo –del sensacionalista y del no- pero también mucha carga de profundidad, bastante teología, una dosis importante de humor y mucho, mucho, cine.
Mi película, de hecho, habla sobre la tolerancia, sobre el diálogo, sobre cómo dos personas distintas –porque Benedicto y Francisco lo son- pueden hablar, entenderse y quererse”.
Detrás de este título, que se estrena hoy en Netflix, está un veterano director, Fernando Meirelles, cineasta brasileño que no esconde ni su despego religioso ni su simpatía hacia Francisco “aunque soy católico no practico la fe, pero me siento muy cercano al Papa actual”. Meirelles, que en un momento de la entrevista manifestó su preocupación por el cambio climático –“es una locura y nadie escucha”-, reconoce que le tocó mucho la encíclica Laudatio si. “Es un texto maravilloso, que habla de la casa común y en el que descubrí a un líder que, al contrario que otros que están continuamente levantando muros, quiere construir puentes. Mi película, de hecho, habla sobre la tolerancia, sobre el diálogo, sobre cómo dos personas distintas –porque Benedicto y Francisco lo son- pueden hablar, entenderse y quererse”.
A Meirelles no le cabe ninguna duda sobre la sintonía personal de los dos Papas e ilustra esta afirmación con una emotiva anécdota que conoció por un cardenal uruguayo “me contó que un día Francisco encontró en una cafetería unos bollos típicos argentinos. Compró la bandeja entera y se la llevó, en directo y a pie, a casa de Benedicto porque quería que los probara. Cuando me contó esto pensé: aquí hay verdadero cariño, verdadera amistad porque es un gesto absolutamente espontáneo y libre, no hay periodistas, no hay cámaras, es algo que sale directamente del corazón”.
El cineasta, que habla un correcto castellano con toque brasileiro, se molesta un poco cuando se le pregunta si su retrato ha sido excesivamente benévolo hacia la Iglesia (una crítica que se ha lanzado desde algunos medios) y habla de la gran polarización existente, que lleva a las personas a situarse en una trinchera y encerrarse en ella. “Pienso que es una película honesta, que habla –y con dureza- sobre los problemas de la Iglesia, pero habla también del entendimiento. Habla de los fallos de los hombres, pero también habla del perdón”. Meirelles explica cómo, en Argentina, hay muchos que siguen criticando al Papa Francisco por su actitud frente a la dictadura, un tema muy presente en la película, y cómo también critican a Benedicto por su apoyo al nazismo. “Hay que mostrar lo que pasó: los hechos. Benedicto estuvo en las juventudes hitlerianas cuando tenía 14 años y, en cuanto pudo, huyó. En relación a Francisco, no fue colaborador de la dictadura. Es verdad que no habló contra la dictadura y que pudo haberlo hecho… pero no colaboró con la dictadura”. El cineasta ahondó en esta idea contando un hecho concreto del rodaje: “Para hacer la banda sonora de la película contacté con un compositor argentino que me dijo que jamás haría una película sobre el Papa Francisco. Es la visión de una parte de la izquierda argentina, pero ahí es donde pienso que necesitamos entender el contexto de las cosas, dialogar y perdonar. Y perdonarnos a nosotros mismos. Pero hay gente que no perdona y está encerrada en esa actitud”.
Cuando me contó esto pensé: aquí hay verdadero cariño, verdadera amistad porque es un gesto absolutamente espontáneo y libre, no hay periodistas, no hay cámaras, es algo que sale directamente del corazón”.
En cuanto al desequilibrio que se percibe en algunos momentos de la película en el tratamiento de los dos Papas, Meirelles reconoce que es posible porque, además de su sintonía con Francisco, la película nació como una biografía del papa argentino “el proyecto inicial era contar la vida de Francisco, por eso hay mucho más de su pasado, de su historia. Benedicto llegó después”. El cineasta brasileño reconoce también que la película le ha ayudado a acercarse más a la figura del Papa emérito “después de conocerle más pienso que quizás no merece muchas de las críticas que se le hacen. Es un hombre tímido y más serio, tiene otro carácter, pero, en sus enseñanzas, no es muy distante a Francisco. En sus textos y homilías hay afirmaciones sobre la inclusión o sobre la pobreza que nadie conoce. Y es una pena…”
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