A finales de la Edad Media, una de las figuras más interesantes fue la del cardenal Nicolás de Cusa, filósofo que supo elaborar su pensamiento conjugando cristianismo, platonismo y Ciencia de la naturaleza. Escribió una obra, la más importante de su producción, titulada: «De docta ignorantia». Considerada la primera obra clásica de la filosofía alemana, fue publicada en 1440 y se componía de tres libros, sobre Dios, el mundo y el hombre.
La premisa: “Sólo sé que no sé nada”
El Cusano, como era conocido –evitando así su apellido, Chrypffs, Krebs (cangrejo)- desarrolló una original idea de la “docta ignorancia”, que arrancaba del precedente de Sócrates “sólo sé que no sé nada”, y que buscaba espolear a quienes, satisfechos de su saber, no advertían que no sabían muchas cosas que creían saber.
Era preciso revitalizar el saber rutinario, y para ello había que comenzar por hacerse ignorante, “nesciente”, si de verdad se quería llegar a ser sabio. Las consecuencias de dicho principio llegaban a la dimensión espiritual, convirtiéndose en una vía mística, un “no saber sabiendo” que más tarde San Juan de la Cruz expresaría con su “no entender entendiendo”. Pero no trato de darles una lección magistral de filosofía alemana tardomedieval. Lo mío es más pedestre. Aunque siguiendo la guía de nuestro autor, quiero invitarles a poner en cuestión una de las “verdades oficiales” con las que solemos autoengañarnos.
La disimulada ignorancia de hoy
Vamos a “deconstruir” una idea que, por repetida, no deja de ser más un deseo que una realidad. Vamos a hablar de la “indocta ignorancia” en la que está sumida muchas veces nuestra sociedad, pero que, ni es asumida, ni es combatida, sino más bien disimulada, en unos casos, y exhibida impúdicamente en otros.
Porque uno de los grandes dramas de una sociedad en la que, gracias a Internet, podemos estar al alcance de una cantidad ingente de información como nunca ha estado el ser humano, es que tampoco nunca como ahora nos encontramos con tanta ausencia de saber, de conocimientos básicos, de cultura general que sería esperable en personas que han podido disfrutar de un sistema educativo que, a pesar de sus fallos y limitaciones, ofrece unas posibilidades educativas envidiables.
Es cierto que la creciente especialización hace que nuestro horizonte de conocimientos quede, cada vez más circunscrito a unos ámbitos muy concretos, de los que podemos saber muchísimo, pero que nos impide abrirnos a otras áreas del saber. Pero este no es el verdadero problema.
Un sistema educativo fallido
La cuestión es que los conocimientos generales son cada vez de más bajo nivel. Y la causa está en la educación que estamos impartiendo y recibiendo. El sistema educativo adolece en primaria y, sobre todo en secundaria, de unos fallos que no se están subsanando y al llegar a la Universidad, son de difícil solución. Como un mantra se repite la idea que tenemos las generaciones mejor preparadas.
Los que llevamos muchos años en la docencia sabemos y lamentamos que no es así; podemos tener más titulados universitarios que nunca, pero los conocimientos que alcanzan, más allá del ámbito limitado de la propia carrera, e incluso en ésta, son, con demasiada frecuencia, bastante pobres.
Una de las causas principales ha sido la introducción de una serie de teorías pedagógicas que si bien sobre el papel resultan atractivas, su aplicación práctica, carente en gran medida de autocrítica, ha demostrado sus carencias y limitaciones
Causas y consecuencias
Las causas de este progresivo deterioro del nivel cultural medio son diversas, y en gran medida, han sido analizadas y estudiadas. Personalmente creo que una de las principales ha sido la introducción de una serie de teorías pedagógicas, que si bien sobre el papel pueden resultar atractivas, su aplicación práctica, carente en gran medida de autocrítica, ha demostrado sus carencias y limitaciones, sin que ello obste para reconocer algunas aportaciones valiosas.
El desprecio de la memoria ha sido una de sus consecuencias más nefastas, olvidando por ejemplo, que en el mundo real, cualquier niño se sabe de memoria y sin consecuencias traumáticas para su salud, las alineaciones de sus equipos favoritos.
Junto a esto, otro de los más graves problemas es el del olvido y menosprecio, en muchas ocasiones, de las Humanidades, reduciendo el aprendizaje al ámbito técnico o científico.
Recuperar las humanidades es urgente para complementar una educación integral, que abarque todas las dimensiones de la persona
Docta sapientia
La literatura, la historia, la filosofía, nos ayudan a conocer nuestro entorno vital, saber de dónde venimos, interpretar el mundo desde su complejidad, ampliar nuestro vocabulario y con él nuestra capacidad de reflexión y crítica. Quien ha leído y se ha fascinado con Platón o Aristóteles tiene herramientas para poder convertirse en un ciudadano responsable, comprometido con el bien común.
Descubrir la belleza de la literatura, ya sea clásica o moderna, permite hacer volar una imaginación tantas veces entontecida por las horas de televisión. Adentrarse en los recovecos de la historia nos libera de la esclavitud presentista y nos hace comprender la complejidad de los seres humanos, con sus luces y sombras, relativizar problemáticas o asumir las dificultades del momento desde la sabiduría acumulada por nuestros antecesores.
Esquizofrenia legislativa
No menor culpa de la situación lamentable en la que nos encontramos la tiene el constante cambio legislativo que desde los años 80 venimos sufriendo en España, y que parece que, una vez más, cual plaga bíblica, nos volverá a azotar.
Necesitamos un marco legal fruto del consenso, no de la imposición de unos u otros partidos políticos, que esterilizan tanto esfuerzo, a veces heroico, realizado por los docentes. Es urgente que se llegue a un consenso entre todos los grupos políticos, con participación activa de los docentes, no de pedagogos de despacho que ignoran la realidad del aula.
Es necesario un acuerdo que permita la promulgación de una ley que prime lo educativo sobre lo ideológico y que asegure una estabilidad y permanencia por encima de los cambios de gobierno. No pretendo que alcance la longevidad de la Ley Moyano, pero, al menos unas décadas si sería deseable.
Hay otras causas – el menosprecio de la FP, la falta de autoridad de los docentes, la masificación en las aulas, etc.- pero pienso que éstas son las más graves. Aún así, no soy derrotista.
La experiencia me ha hecho encontrar alumnos brillantes, con ganas de aprender, de superarse a sí mismos, de salir de la mediocridad que impone el sistema –el nefasto afán de igualar por abajo- y desarrollar plenamente sus capacidades. Y los que no lo son, suponen un reto fascinante también. Porque, ¡Qué quieren que les diga! soy un enamorado de la educación.
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