Después de mucho tiempo he vuelto a ver “La vida es bella”, esa fantástica película escrita, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni, que narra la vida de Guido Orefice, un judío italiano que consigue salvar a su pequeño hijo Giosuè de los horrores de un campo de concentración nazi, en la Italia de la segunda Guerra Mundial.
Creo que como en mí, esta película ha dejado en los espectadores un gran recuerdo, y con cada visionado nos arroja un nuevo matiz, una nueva interpretación. Quizá ese sea el rasgo distintivo de las grandes historias, sus matices no se agotan, poseen el don de ser interpretadas y reinterpretadas una y otra vez a la luz del crisol del momento en el que el espectador se encuentre.
Todos sufrimos con Guido y Dora, judío él e italiana ella, humilde él y refinada ella, la tragedia de su reclusión en el campo de concentración, obligatoria para él, voluntaria la de ella. Todos admiramos a Guido y su maravillosa capacidad de convertir en un juego las normas del campo, y con ello salvar la vida de su hijo, pagando como precio la suya propia. Vida que entregó feliz arañando a su hijo la última sonrisa antes de la liberación del campo por las fuerzas aliadas.
Pero no son esas escenas que me hicieron llorar en tantas ocasiones, las que esta vez me han interpelado. Están ahí, sí, pero hay más, mucho más.
Una mujer refinada
Dora, personaje discreto, mujer refinada, maestra, perteneciente a una clase social elevada, que acude regularmente a la ópera con su novio, funcionario fascista, de posición relevante, considerada por la madre de Dora el sitio adecuado para ella en la vida.
Pero Dora decide dejar todo por un hombre sencillo, judío, honrado pero modesto, que llega a la ciudad a trabajar en el hotel de su tío como camarero con la ilusión de abrir una librería.
En la película son muchas más las veces que Giosuè, el hijo de Dora y Guido, sale acompañado por su padre, también durante su vida en la ciudad, y no creo que sea casual. Dora trabaja a tiempo completo en la escuela, Guido atiende el negocio familiar.
Se desprende que no viven desahogados económicamente, y es probable que esté mejor pagado el trabajo de Dora que el de Guido, sobre todo si tenemos en cuenta que en aquellos días pocos fueran los clientes de un negocio regentado por un judío. Guido y Dora trabajan, comparten, como diríamos hoy: concilian ambos sus vidas personales y profesionales, y sin lugar a dudas, son felices.
Porque contigo pan y cebolla, porque es su decisión, porque es su forma de vivir
Dora abandonó por amor su vida acomodada y se expuso a la indiferencia de su propia madre, que interrumpe con ella todo trato, hasta el punto de no llegar a conocer a su nieto hasta el propio día en el que tanto Giosuè como Guido son detenidos por su condición de judíos y enviados a un campo de concentración.
No se rebela ante un destino injusto
En el momento que Dora descubre que Guido y Giosuè son apresados, no protesta, no intenta liberar a su marido y a su hijo, no busca el favor de ninguno de los contactos que su madre pudiera ofrecerle. Conoce el destino del tren a dónde se encaminan presos y no lo duda, une su destino al de ellos, sin vacilar, prefiriendo compartir la incertidumbre de su destino a la certeza de su propia seguridad.
Dora era una mujer inteligente, sabía que se había casado con un judío, y lo que ello implica en la Italia ocupada, y no reniega. Su decisión fue libre, su entrega total. Porque el compromiso del amor es así. Porque contigo pan y cebolla, porque es su decisión, porque es su forma de vivir.
Otros Guidos… también existen
Y si no hubieran tenido un hijo, ¿habría cogido el tren solo por Guido? Estoy segura de que sí, porque conozco otros Guidos, otras Doras, que se han entregado el uno al otro en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, cuando han estado los hijos y cuando no.
Hace unas semanas visité la Residencia de ancianos Teresa Jornet, atendida por las Hermanas de los Desamparados, en la que más de cien personas mayores son cuidadas, atendidas, servidas y queridas. Pasé un rato con ellos, suficiente para saber que tres matrimonios se alojan allí, marido y mujer, y que mientras pueden valerse se mantienen juntos. Me conmovió especialmente la historia de uno de ellos.
Él está sano y en plenas facultades mentales. Ella está enferma, casi ni conoce ya. Él cada día la recoge en la enfermería, la acompaña, salen a pasear. En verano al jardín a que le dé el sol, un día tras otro. No sé sus nombres, pero en mi imaginación les llamo Dora y Guido, porque de haber sobrevivido los personajes de ficción de la película, esta podría haber sido el final de su historia.
Recuerdo también a los padres de un amigo, muy mayores ya. El padre llamaba sin cesar a sus hijos para que atendieran a su madre, para que le hicieran caso, porque se quejaba de constantes dolencias, muchas de ellas quizá imaginarias. Pero él solo quería que la cuidasen, porque tras más de 60 años juntos, les decía, “yo sigo enamorado”.
No me sorprendería en absoluto que cada mañana ambos saluden a las “niñas de sus ojos” con ese maravilloso “¡Buenos días, principessa!” que en su mundo consciente o quizá en lo más profundo del subconsciente, arranque de ellas una sonrisa.
¿Por qué el amor entre hombre y mujer se cuestiona tanto?
Estas imágenes me sacuden con fuerza, porque el amor entre hombre y mujer está hoy en día en tela de juicio.
Porque “el violador eres tu” es trending topic. Nos cuentan que la mujer es víctima por el hecho de serlo y el hombre su verdugo, según parece no es posible ya la felicidad juntos. Porque las costumbres de ayer se han enjuiciado con los parámetros de hoy, condenando al “heteropatriarcado” en juicio popular sin presunción de inocencia, sin abogado defensor que pueda atenuar su pena.
Y me rebelo. Me rebelo porque el hombre como la mujer, son capaces de las peores atrocidades, pero también de los más bellos sacrificios. Porque me enternece la imagen de todos los Guidos y Doras que existen y existirán. Porque he visto en la cara de muchos hombres que esperan el nacimiento de un hijo, cómo se mezclan la ilusión por la vida que llega con la preocupación por la salud de la mujer a la que aman.
Se puede defender a las mujeres que sufren violencia de cualquier tipo sin culpabilizar de ello a todos los hombres. Sí, desgraciadamente muchas mujeres pueden entonar con razón “el violador eres tu”, y debemos protegerlas con todas nuestras fuerzas y con todo el peso de la ley, sin medias tintas ni disculpas de ningún tipo.
Pero también con fuerza debemos seguir cantando “mi compañero eres tú”, “mi amigo eres tú”, “mi vida eres tú”, junto con tantas Doras que existen y han existido, y a nuestros Guidos decirles: “La vida contigo es bella”.
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