Si alguien quisiera identificar un concepto en auge nuestra cultura, acertaría al pensar en la innovación: ámbitos diversos como la empresa, la economía, la educación o la tecnología se dan hoy la mano bajo ese mismo paraguas.
Leía el otro día una noticia sobre el ranking de universidades españolas que quedaban clasificadas de acuerdo con “las tres grandes misiones de la universidad”, esto es, docencia, investigación, y desarrollo tecnológico e innovación. Y al hilo de ese reportaje, me venía a la cabeza el design thinking, una metodología empresarial aplicada con gran éxito en compañías como Zara o Google y cuya finalidad es generar ideas innovadoras. Según sus creadores, aquí se reúnen la sensibilidad y métodos de los diseñadores con lo que es tecnológicamente factible y con los intereses de los clientes. O sea, de acuerdo con este nuevo método empresarial, la innovación es resultado del encuentro entre las ciencias y las humanidades.
Uno de los grandes innovadores del siglo XX, Steve Jobs, destacaba en su biografía que una de las ideas que más le interesaban era estar en la intersección entre las humanidades y la ciencia porque consideraba que allí estaba el quid. De hecho, Jobs creía que el motivo por el que Apple contaba con la aceptación de la gente era que existía “una corriente profunda de humanidad en nuestra innovación”, y contaba con orgullo cómo en el primer Mac habían participado ingenieros que eran también poetas o músicos, esto es, artistas. Antes que Jobs, muchos otros grandes científicos, pensadores o artistas consideraron que ese interés conjunto por las ciencias y las letras era clave para sus descubrimientos, su arte o pensamiento: Benjamin Franklin, Einstein, Miguel Ángel, Leibniz y un largo etcétera son ejemplos de eso.
Lo cierto es que humanidad y ciencia están íntimamente unidos. La ciencia es un medio que ha encontrado la humanidad para progresar y sus aportaciones al conocimiento del ser humano y el mundo material son imprescindibles.
De hecho, una disciplina como la Filosofía no puede pensar el mundo y la persona al margen de los conocimientos científicos actuales. Pero, al mismo tiempo, no todas las realidades son plenamente comprensibles desde la ciencia experimental ni las respuestas a los interrogantes que plantea el vertiginoso avance tecnológico las da la ciencia: la comprensión del mundo y el ser humano no vienen dadas por la ella. Escribía al respecto el físico Erwin Schrödinger: “Debemos insistir (…), en que el conocimiento aislado obtenido por especialista en un campo limitado del saber carece en sí de todo valor. Su único valor posible radica en su integración con el resto del saber y en la medida en que nos ayuda a responder a la más acuciante de las preguntas: ¿Quién soy yo?”.
Sin embargo, la mentalidad actual percibe las humanidades y la ciencia como mundos desligados y tan ajenos mutuamente que cuando se relacionan, casi solo lo hacen para excluirse mutuamente o para señalar la brecha que los separa.
Como claro ejemplo de esta perspectiva,contaba el Premio Nobel de Física Robert Fenyman que, en una conversación con un amigo artista, este le echaba en cara que como científico no tenía capacidad de disfrutar de la belleza de una flor del modo que él podía hacerlo. El físico reconocía que quizá fuese así, pero afirmaba: “al mismo tiempo, yo veo mucho más en la flor que lo que ve él. Puedo imaginar las células que hay en ella, las complicadas acciones que tienen lugar en su interior y que también tienen su belleza (…) (Además, la ciencia) añade preguntas: ¿existe también este sentido estético en las formas inferiores? ¿Por qué es estético? (…) Cuestiones interesantes que ponen de manifiesto que un conocimiento de la ciencia añade algo a la excitación, el misterio y el respeto por una flor. Añade; no entiendo cómo puede restar”.
La reflexión del científico resulta sumamente acertada y me parece clave para comprender mejor la relación real entre las ciencias y las humanidades: añaden, suman, se aportan mutuamente; no restan.
Una separación radical entre ciencias y humanidades es, pues, artificial y engañosa y pensar cómo superar la brecha que nosotros mismos hemos creado es una tarea urgente e importante.
Desde el punto de vista educativo, podrían abordarse los siguientes aspectos con el fin de contribuir a ello:
- Primero, una adecuada formación científica de todos los alumnos (no solo de aquellos que escogen itinerarios tecnológicos o bio-sanitarios), que les permitiera:
- Comprender bien el alcance del método científico. Este, junto a una enorme precisión y fiabilidad, tiene también sus propios límites, puesto que hay aspectos de la realidad que se le escapan y que se deben abordar con métodos diferentes.
- Conocer la historia de la ciencia, de forma que esta quede situada en el amplio marco cultural en que se desarrolla y cuyos descubrimientos permite. En este aspecto, las lecturas de biografías de grandes científicos y pensadores son sumamente ilustrativas.
- Salvar la dificultad que supone para los humanistas tener conocimientos suficientes de ciencia, y que les son imprescindibles para pensar la realidad también desde su punto de vista.
- Segundo, una adecuada formación humanística, también dirigida a todos, que permita enseñar Historia, Literatura o Arte desde los grandes personajes que las forjaron en los distintos ámbitos. Por ejemplo, contar la Historia a través de sus protagonistas y no solo como mera sucesión de hechos, permite ver que la ciencia la hacen personas y personas con un amplio interés por conocer, lo que es el acicate de cualquier descubrimiento.
- En tercer lugar, enseñar a superar el pragmatismo cultural vigente, que impide valorar las cuestiones o las personas más allá de su valor de uso y que afecta también al ámbito del saber. Una disciplina académica o creativa sin ese valor queda hoy prácticamente excluida del interés social, y nuestra cultura refleja una atracción algo desmedida por disciplinas de carácter medial tales como la Economía o las de carácter tecnológico, como señala el americano Robert Lane.
Respecto al Curriculum, sería conveniente mantener en él la importancia y el peso de materias que ayuden a pensar la realidad (y en especial, al ser humano) en su globalidad, tales como la Filosofía, aprovechando también para incluir nuevas metodologías de trabajo que contribuyan a ello. Además, es importante recuperar la importancia de disciplinas artísticas como la Música o la Plástica, que, entre otras aportaciones, integran conocimientos tanto de ciencias como de humanidades, como bien sabían los pitagóricos o Leonardo da Vinci.
Finalmente, y no por ello menos importantes, el fomento de la lectura y la escritura como tareas necesarias para poder pensar y hacerlo con el rigor necesario para contemplar cuestiones como esta.
Quisiera terminar estas líneas dando de nuevo la palabra a otro Nobel de Física, Werner Heisenberg, en una reflexión algo más larga acerca de la íntima unión de la ciencia con las humanidades: «La ciencia la hacen los hombres. Esta circunstancia, en sí obvia, cae fácilmente en olvido, y traerla de nuevo a la memoria puede contribuir a mitigar la escisión existente (…) entre las dos culturas, la de las ciencias del espíritu y el arte, por un lado, y la de la técnica y las ciencias de la naturaleza, por otro (…) Debe ponerse de manifiesto que la ciencia surge en el diálogo. (…) En tales conversaciones, no siempre juega la física atómica el papel más importante. Con la misma frecuencia se tratan problemas humanos, filosóficos o políticos, y el autor confía que precisamente así quedará de manifiesto en qué escasa medida puede la ciencia apartarse de estas cuestiones más generales. (…) La moderna física atómica ha puesto de nuevo sobre el tapete problemas fundamentales de la filosofía, la ética y la política, y es menester que en esta discusión participe el mayor número posible de hombres”.
Dra. Ana Romero-Iribas
Universidad Rey Juan Carlos (Madrid)
Este artículo se publicó inicialmente en Urteko Galdera el 8-6-2016 y surge como respuesta a la pregunta anual que formula la Sociedad de Estudios Vascos a personas que considera expertas en la temática.