¿En qué consiste el verdadero amor? Hace unos meses leí algo que se me quedó muy grabado en un libro que me regalaron unos buenos amigos poco antes de nuestra boda: “Si tu mujer te decepciona es que no la has amado lo suficiente”. Lo mismo sucede, obvio, si se trata de tu marido ¡Caray! Suena fuerte, ¿no?
Pues el pasado fin de semana me volví a encontrar con un pensamiento parecido: “Si la ves fea, seguramente tú estás horroroso”. Obviamente no se está refiriendo al aspecto físico. O no sólo. Y en esta ocasión no fue a través de un libro, sino de un apasionante encuentro de matrimonios en el que tratamos de profundizar en la belleza del matrimonio “como Dios lo quiso”.
Entiendo las reticencias que esto puede generar a quien no tenga fe, en un tiempo en el que el matrimonio está tan devaluado como poco protegido. Pero quien tenga una cierta apertura de la mente y el corazón, podrá encontrar argumentos valerosos para el fortalecimiento de una institución tan básica como insustituible en la construcción de la sociedad.
Más necesaria cuanto más creciente es la plaga de rupturas familiares, con todas sus consecuencias colaterales, empezando por los hijos.
No me adentraré (salvo al final y de soslayo) en consideraciones teológicas o exegéticas. Sólo compartiré algunas ideas fuerza que considero de valor universal para todo hombre o mujer que quiera fortalecer su matrimonio y que tenga interés en descubrir cuál es el verdadero amor.
“Cuando menos se lo merece el otro, más hay que amar, porque es cuando más lo necesita”
1.- El verdadero amor no es un sentimiento. No lo es. Que no. ¿Queda suficientemente claro? El amor es un esfuerzo de la voluntad, basado en la donación y la acogida de los esposos en su totalidad: con sus virtudes, defectos, carencias, pasado y circunstancia presente.
2.- La calidad en el verdadero amor depende de la fidelidad. No podemos medir la calidad del amor que recibimos y que damos por lo que sentimos. Los sentimientos fluctúan, cambian, evolucionan, se contraponen, se exaltan o diluyen en medio de una volatilidad evidente. El amor es constancia consciente. El amor verdadero ni se cansa ni traiciona.
3.- No se ama por méritos del amado. Al matrimonio no se llega por oposiciones, atendiendo a criterios de mérito y capacidad. Y mucho menos, es una institución en la que uno “saca plaza” fija. Por eso es vital tener presente que cuando menos se lo merece el otro, más hay que amar, porque es cuando más lo necesita.
4.- El verdadero amor no tiene punto muerto. En la caja de cambios del amor, no hay punto muerto. O se avanza o se retrocede. O se ama o se deja de amar. O hay generosidad o hay egoísmo. El verdadero amor construye. Y siempre que no se construye, se destruye.
5.- El verdadero amor es un asesino… de nuestro yo. Cuando nos casamos (y antes, si se quieren poner bien los cimientos de tal decisión), nos comprometemos a matar nuestro yo. Si no somos capaces de entender esto, es probable que no lleguemos muy lejos. Hay que acabar con el individualismo y el egocentrismo en las relaciones entre hombres y mujeres, porque funcionan como un veneno que todo lo emponzoña.
Hasta el acto más bello, más entregado, más delicado en apariencia se convierte en una amenaza si está motivado por un afán egoísta. Por eso en el verdadero amor las diferencias se entienden no como un obstáculo sino como una fuente de enriquecimiento que nos ayudan a salir del yo.
6.- El verdadero amor es un don recíproco, no un contrato de compraventa. Yo lo entrego y mi cónyuge me lo entrega. Pero no lo uno por lo otro. El verdadero amor no está regulado por el Código de Derecho Mercantil. En un esquema de verdadero amor, el bien se hace aunque el otro no lo haga: no es un intercambio comercial, es un don.
7.- El verdadero amor necesita del perdón. Y no un perdón cualquiera. Ha de ser rápido y sincero, tanto para pedirlo como para darlo, sin importar quién tiene razón. No se trata de analizar la realidad de los hechos objetivos a través de un microscopio o un modelo estadístico, sino de tener en cuenta la subjetividad de las experiencias, contemplando la realidad desde la empatía, la gratuidad y la misericordia. Una y otra vez. Porque eso significa el perdón: el don reiterado.
Cuanto más rápido y más sincero, mejor. Porque el perdón es el acto por el que la relación entre dos personas se hace más estrecha. Es como si, a cada ruptura del hilo imaginario que une a un hombre y una mujer, siguiera por el perdón un nudo que recompone la relación. Y cuantos más nudos, más cerca están ambos.
“El sexo en el verdadero amor no se deja llevar ni por la apetencia descontrolada y el instinto irracional (léase animal) ni por la mojigatería o el ilusionismo de esperar a un supuesto ‘momento perfecto’
8.- El verdadero amor abraza el defecto del otro. Lo hace por entrega, pero también porque hace crecer a quien así lo hace. ¿Si no se ama la impuntualidad del otro, cómo se crecería en paciencia? Porque, si amas sólo lo que te encaja del otro, ¿qué mérito tienes?
9.- El verdadero amor cuida las relaciones sexuales. Esto significa, entre otras cosas, que, en lo referente a las relaciones sexuales, no se deja llevar por los extremos: ni por la apetencia descontrolada y el instinto irracional (léase animal) ni por la mojigatería o el ilusionismo de esperar a un supuesto ‘momento perfecto’. La entrega sexual es culmen del verdadero amor en el que los esposos se dan y acogen al otro de una manera sublime. Es muy importante y hay que ponerle dedicación. El encuentro sexual de la noche comienza a prepararse por la mañana.
10.- En el verdadero amor la intimidad es total. Sin ánimo de restar un ápice de relevancia a la intimidad corporal, que la tiene, porque somos seres corporales, existe un modo de intimidad aún más elevado y enriquecedor. Es la referida al corazón o al alma.
Para todos los públicos, podríamos decir que es necesario conocer en profundidad los anhelos, los dolores, las alegrías y todo aquello que el otro alberga en lo más profundo de su ser. Esto exige alcanzar un ambiente de confianza mutua absoluta al que sólo se llega con la donación total (a pesar de los errores, los fallos y los actos dominados por el egoísmo) que es correspondida por una acogida total entre los cónyuges, de manera mútua.
Para quienes tengan fe cristiana, profundizamos al afirmar que esta intimidad es la que se alcanza recuperando la situación original del hombre y la mujer al inicio de la creación, antes del pecado original. Adán y Eva vivían en plenitud en el paraíso en compañía de Dios. Y conversaban en su presencia con total libertad porque “no sentían vergüenza uno de otro”. Esa conversación libre y profunda en presencia de Dios es la oración conyugal, algo así como la gran aportación que rescata el Proyecto Amor Conyugal, basado en la teología del cuerpo elaborada por san Juan Pablo II.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: