Hoy comienzo esta reflexión centrándome en rendir un cariñoso y merecido homenaje a tantas personas ancianas (o de la tercera edad, como solemos decir ahora) y que en sus canas y en sus achaques, encierran toda la sabiduría y la riqueza del mundo.
Yo recuerdo cuando era una niña, y vivía en un pueblo pequeño, contemplar esa escena, tan repetida aún en nuestro pueblos, que no es otra que la de ver esos parques o en las puertas de las casas, a los abuelitos sentados y rodeados de «gente menuda», que escuchaban con atención sus «batallitas». Es una escena que por desgracia en las grandes ciudades no se ve o cada vez se ve menos.
Ahora solemos ser las personas ya maduras, las que nos paramos a escuchar a ese abuelito o a esa abuelita que, mientras esperas el autobús, o viajas en él, te cuentan las peripecias de sus hijos y nietos, con la alegría de poder compartir su felicidad y algunas veces su soledad, con alguien que le escucha.
El otro día me pasó a mi algo parecido a esta situación mientras viajaba en autobús urbano de mi ciudad, y pude apreciar de cómo disfrutaba el señor que iba a mi lado, y como con mi escucha pude hacer, en los minutos que duraba el trayecto, a que su soledad fuera paliada un poco.
Eso me hizo sentir y pensar, de cómo ha cambiado la vida de nuestros ancianos, sobre todo en las grandes ciudades, donde por falta de espacio y de tiempo para atenderlos, se han visto relegados a un tercer plano, si no son aparcados en un asilo o residencia, para visitarlos de tarde en tarde.
Se dice que «LA EXPERIENCIA, ES LA MADRE DE LA CIENCIA» y es verdad, porque la sabiduría, no la dan los títulos universitarios ni los grandes y caros Masters, la sabiduría la adquirimos a base de vivir el día a día, aprendiendo de la experiencia de los demás una buena lección.
Antes, en mis tiempos, los abuelitos, vivían con los hijos hasta el día de su muerte, sintiendo el calor de todos los suyos, hasta sus últimas horas de vida. De esa convivencia. se enriquecía toda la familia. Desde el más grande, hasta el más pequeño.
Se dice que «LA EXPERIENCIA, ES LA MADRE DE LA CIENCIA» y es verdad, porque la sabiduría, no la dan los títulos universitarios ni los grandes y caros Masters, la sabiduría la adquirimos a base de vivir el día a día, aprendiendo de la experiencia de los demás una buena lección.
Nuestros ancianos son lo más valioso que tenemos y debemos mimarlos y cuidarlos. Ellos nos dan toda una enseñanza de vivencias y sacrificios, de los cuales nosotros debemos aprender, porque es escuchándolos y atendiéndolos cómo nos enriqueceremos.
Que seamos capaces de paliar su soledad, haciéndoles sentirse importantes, cuando estemos a su lado.
¡Muchas felicidades a todos los abuelitos y abuelitas del mundo, que Dios os bendiga siempre!
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