En ningún momento pretendo igualar a ilustres comentaristas, periodistas renombrados o a escritores consagrados, ni tan siquiera a políticos de profesión, aunque esto último no me costaría mucho.
Eso, tiene un doble sentido ya que, por un lado, la mayoría de los políticos de hoy en día son profesionales de la política, esto es, viven por y para ser políticos, viven exclusivamente del sueldo que les da el puesto político que tienen, o del puesto administrativo que les ha proporcionado la política. El segundo es que, no todos pero si la mayoría, no han hecho otra cosa en su vida que eso de ser políticos, esto es, casi los únicos méritos que han demostrado han sido hacerse un hueco en el organigrama del partido a base de caerle bien al de más arriba, y así sucesivamente.
El primero de los matices no debería ser tan peyorativamente considerado, en puridad de hechos. Esto es, parece lícito a priori que a una persona que ejerce una profesión, a la que dedica su tiempo, esfuerzo, energía y aptitudes le revierta una remuneración de tal suerte que pueda ver cubiertas sus necesidades económicas, ya sería más discutible la cuantía de esas coberturas, pero así dicho, en general, es lícito y además aconsejable, sobre todo para evitar males mayores que tienen nombre propio, y que no quiero ni nombrar, porque este artículo no va de corrupción ni mucho menos.
El segundo de los matices, el hecho de que muchos de ellos solo hayan demostrado los méritos necesarios para que les dejen salir en la foto de la lista electoral de turno va ligado en muchos sentidos al primero, y a las perversiones del sistema organizativo político que existe en este país.
Para explicar esto a mi me gusta siempre usar un símil que es el de la familia, en un sentido que cada uno puede abstraer de forma más o menos amplia. Este símil es muy válido, porque en ella se producen, aparte de cuestiones sentimentales, cuestiones de convivencia, de producción, organizativas, etc.
En una familia existen unos recursos materiales, que viene a ser el patrimonio familiar, mas o menos extenso, una serie de recursos humanos, que son sus miembros y una serie de connotaciones como pueden ser el destino de los ingresos familiares en un mix variado, a saber, gastos de subsistencia (comida, ropa, energía, agua), gastos de mantenimiento del patrimonio familiar (reparaciones, seguros, etc.) y por último, ahorro en su más amplia concepción (dinero en el banco, inversión en fondos de pensiones, adquisición de bienes con una rentabilidad, etc.). Esas opciones se manifiestan a través de una toma de decisiones entre los miembros familiares que conllevan un proceso más o menos complejo, depende de la familia, pero que lleva toda la vida inventado.
Pues bien, un país es una acepción en cuanto a conceptos como trabajo, asignación de recursos, educación, inversión/ahorro, gasto, normas de convivencia, etc. similar a la unidad familiar.
Centrándonos en la cuestión de los políticos, yo asemejo a los políticos como a aquellas partes de la unidad familiar que organizan a la familia, a los que confiamos cuestiones tan básicas e importantes que son las que luego condicionan el tipo de familia en el que estaremos, esto es, si la familia gasta en educación, en cultura o en diversión, si es alegre o contenida en el consumo, si fomenta el trabajo o no, si educa en responsabilidad, si … tantas cosas.
Al final nos damos cuenta que quien marca la batuta de una familia son los progenitores, que van aplicando y fomentando una serie de iniciativas que estructuran y definen a su familia en una mezcla de lo heredado, lo aprehendido y lo novedoso. Y nos damos cuenta qué es lo que es primordial o fundamental en el devenir de esa unidad.
Si los políticos basan sus campañas y su gestión fomentando lo que nos enfrenta, tendremos un país enfrentado, si los políticos buscaran lo que nos une y la colaboración para el bienestar del país, la sociedad no estaría fragmentada.
Lo que está claro es que al fin y al cabo, al igual que en una familia, los políticos son un colectivo importante, porque son aquellos que deben gestionar los recursos de un país en una dirección determinada, los que deben decidir que tipo de país tendremos, porque no se nos olvide, un país no es otra cosa que las personas que lo integran, es tan bueno o tan malo como la sociedad que exista, y el devenir de la sociedad en gran medida, lo marcan los gobiernos que tiene esa sociedad, a excepción de cuando se producen procesos disruptivos. Los países los hacemos buenos o malos los habitantes que estamos en él, la sociedad que formamos, entre otras cosas determinada por la decisión que tomamos al elegir qué tipo de gobernantes queremos. Si los políticos basan sus campañas y su gestión fomentando lo que nos enfrenta, tendremos un país enfrentado, si los políticos buscaran lo que nos une y la colaboración para el bienestar del país, la sociedad no estaría fragmentada.
La política, al margen de orquestar en tiempos, localizaciones, usos y cuantías los recursos existentes, pone en valor a través de medidas de fomento social y económico, a través de leyes y normas de carácter administrativo, una serie de acciones que hacen que se vaya conformando una sociedad de un tipo o de otro.
Esa sociedad, en su acepción de colectivo, es la que al final constriñe y condiciona las acciones de los individuos, ya sea por no saltarse esas normas, ya sea por adaptarse al colectivo y mimetizarse en el grupo, ya sea por no hacer la andadura del desierto enfrentándose al sistema
Sería importante pues que los políticos fuesen, al igual que en las familias, personas instruidas, experimentadas, con aptitudes suficientes y actitudes generosas como para confiarles nuestro futuro. A nadie se le ocurre que en una familia tome las decisiones el miembro menos experimentado y menos formado, ¿verdad?
En este país, una de las mayores perversiones es propia del sistema, esto es, la estructura y sistemática de la clase política la definen las leyes promulgadas al efecto, entre las más importantes, la Ley de Partidos y la Ley General Electoral, y por encima de éstas, obviamente la Constitución.
Pues bien, son leyes hechas por políticos “para políticos”, y digo bien, hechas por ellos y para ellos porque no piensan en la bondad de las mismas para la sociedad, sino en la bondad de ellas para que los que están perduren, para que los que están permanezcan y permanezcan no de cualquier manera, sino de la mejor posible.
Me refiero por ejemplo a la existencia de partidos políticos y listas cerradas, esto es, hablo de un sistema de pesebre en el que los casi cuatrocientos mil políticos que hay en España tienen comen en el pesebre y solo levantan la patita cuando se lo ordenan. O están a lo que diga el jefe del partido o dejan de salir en la foto -y de cobrar- porque, por mucho respaldo popular que tengan, les sacan de la lista y simplemente ya no pueden salir votados.
Pues bien, son leyes hechas por políticos “para políticos”, y digo bien, hechas por ellos y para ellos porque no piensan en la bondad de las mismas para la sociedad, sino en la bondad de ellas para que los que están perduren, para que los que están permanezcan y permanezcan no de cualquier manera, sino de la mejor posible.
Hablo también de las circunscripciones, cuestión que hace que un voto de un señor no valga lo mismo en una circunscripción que otra, que haya partidos que tengan el mismo numero de votos que otro y sin embargo tenga un 25% más de representantes.
Hablo también de las autonomías, que hacen que en este país tengamos 17 gobiernos que no hacen más que un gobierno central, sino que al contrario, nos complican la vida enormemente a los ciudadanos de a pie, al margen de la necesidad de recursos que hay que destinar a su mantenimiento. Aún considerando buenas las Autonomías, da que pensar que Alemania, Estado Federal, y que se puede definir como de lo más serio y solvente que hay en el mundo, tiene 80.000 políticos, frente a los 400.000 que hay en España (cinco veces más) y eso sin tener en cuenta que tienen 80 millones de habitantes frente a los poco más de cuarenta que tiene España.
Hablo del chantaje, desde hace 30 años, de algunos gobiernos regionales a cambio de prestar el apoyo debido a los políticos que quieren su sillón a costa del bienestar del resto de la sociedad, que compran su sillón con nuestros impuestos y con nuestro trabajo en lugar de no transigir al chantaje nacionalista y repetir, si hace falta las elecciones que los han aupado al silloncito de turno.
Pues bien, hasta ahora no he hecho más que denostar a los políticos, pero atención, no a todos, ni mucho menos, hay algunos, bastantes dignos de elogio, y están ahí por motivos puramente altruistas, basados en querer poner su granito de arena en mejorar la sociedad, sobre todo muchos alcaldes y concejales y algunos otros de las ligas mayores.
Pero la intención de estas letras no ha sido meterme con la clase política y sus acciones, sino increpar a la sociedad dormida, porque en estos momentos me indigna que seamos capaces de callar cuando los políticos que nos gobiernan se permiten el lujo de mentirnos, engañarnos, malgastar nuestro dinero, y…hacernos mantener una guerra en la que no nos dan ni fusiles para disparar.
Aún así, nos vuelven a mentir, un día tras otro. Llevamos más de 26.000 muertos (solo por el COVID-19) en prácticamente 8 semanas de confinamiento. Seguimos, mejor dicho, siguen, los sanitarios y las miembros de las Fuerzas de Seguridad, sin medios para protegerse del maldito virus, y cumplen con su deber y con sus juramentos, demostrando profesionalidad, altruismo y generosidad, y yo cuando veo que estos señores se juegan en algunos casos la vida en mayor medida de lo que sería necesario si tuviesen los medios oportunos me indigno.
Al resto de la sociedad nos tienen confinados, y la sociedad, en general, obedientemente acata lo impuesto, pero cuando vemos la necesaria incorporación al mundo laboral a pesar de la situación, y que podría ser de otra manera si tuviésemos forma de hacer test a priori, como hacen otros países y se recomienda por los expertos, como todos los españoles, me cuestiono la famosa forma de hacer la desescalada.
Es penosa la forma en que se ha gestionado y se sigue gestionando esta situación, que la sociedad en su conjunto no ponga el grito en el cielo, es vergonzoso que el Fiscal General del Estado no incoe una investigación para aclarar que es lo que se ha hecho o no se ha hecho con los recursos sanitarios para que esto se ataje de una vez, para saber porque después de 58 días de que hayan empezado los contagios y las muertes en este país sigamos aún sin medios de defensa y de diagnóstico.
Es hora de que levantemos la voz pidiendo explicaciones, sin dejar por ello de arrimar el hombro en lo que podamos, y después salgamos del silencio y del conformismo para que en este país las cosas cambien: eligiendo mejor a los que nos representen, sin pactos que no representan votos, y exigiendo cambios en el sistema, para que los “elegibles” dejen de ser mandados pagados y sean personas de valía, personas a los que confiemos nuestras vidas y haciendas por un futuro mejor para nuestros hijos y nietos.
Con un poco de organización y algunos cambios, un gobierno mejor podría ser posible, y lo más importante, dejaríamos de ver la política como algo inservible que ha nadie le importa porque no tiene arreglo. Pedir un rumbo diferente a nuestro políticos no es tan descabellado
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