La cita de estos días convocada por Naciones Unidas ha resultado ser un poco más de lo mismo, muy buenas palabras y pocos compromisos firmes aunque el objetivo fuera impulsar definitivamente el Acuerdo de París de 2015. Algunas propuestas individuales para un problema general, y si el plan era reducir a cero las emisiones de carbono para el año 2050, las promesas políticas no parecen ir en concordancia. El Secretario General quiso ser optimista al señalar que «77 países –muchos de ellos del mundo industrializado–, están determinados a cumplir con ese objetivo» y otros 70 tienen la intención de incrementar lo pactado para 2020.
Situación muy parecida a la reunión de los líderes del G-20 en China, cuyo objetivo fue ver cómo incrementar la riqueza del planeta. Si el año anterior la preocupación en esas mismas fechas fueron las consecuencias del cambio climático, en el 2016 la preocupación giró en torno a cómo hacer crecer el PIB global.
En relación a este tema, porque todo está relacionado, el primer día del mes de septiembre quedó instituido por el Papa Francisco como «el Día por el cuidado de la Creación», celebrado en unión con otros cristianos, entre ellos los ortodoxos. Hay muchos “días de”, pero sería una pena que éste pasara sin algunas palabras, sobre todo viendo lo que se traen entre manos los Gobiernos, y cuya toma de conciencia no puede relajarse, sino más bien, estar presente en las medidas y acuerdos entre Gobiernos, es decir tanto a nivel global como individual.
Es un tema de preocupación diaria, aunque no lleguemos a ser tan alarmistas como las palabras de James Lovelock, científico multidisciplinar que trabajó incluso en la NASA en la década de los 70, quién decía apenas hace dos años que el cambio climático ya era imparable.
Este británico que llamó a la Tierra ‘Gaia’, en alusión a la diosa griega de la Tierra, advertía ya hace mucho tiempo, no en vano tiene 97 años, que ésta era una señora entrada en años que merecía respeto.
Esta llamada de atención, esta inquietud por cuidar nuestra Tierra no es nueva, si bien en sus inicios no fue tomada muy en serio por el deslumbramiento y la ceguera que producían los nuevos avances y supuestas comodidades
Un poco de historia
Fue en el año 1958, cuando el químico Charles David Keeling empezó a medir las concentraciones de dióxido de carbono en la Atmósfera en el Observatorio Mauna Loa, en la Isla de Hawái. Con este descubrimiento se empezó a tener conciencia de algunos de los efectos de la actuación del hombre en nuestro planeta, la incidencia de los avances tecnológicos y la falta de control sobre sus efectos.
El resultado del aumento de las emisiones produjo la alerta de los efectos del incremento de dióxido de carbono en la atmósfera como consecuencia de la actividad del hombre, si bien fue necesario mucho más tiempo para poder tomar conciencia de ello. La emisión de gases y su repercusión en el calentamiento del planeta, en las corrientes termorreguladoras de los océanos, el cambio en el clima y la transformación de algunos paisajes es lo que provocó la voz de alarma.
Fue en el año 1974 cuando se empezó a avisar seriamente sobre el adelgazamiento de la capa de Ozono gracias al investigador Mario Molina y su compañero F.Sherwood Rowland, junto a Paul Jozef, cuyos estudios independientes habían empezado en el año 1970.
Los estudios de estos científicos, que alertaron al mundo sobre el peligro que representaban para la capa de Ozono los clorofluorocarbonos (CFC) empleados en aerosoles, refrigerantes y solventes, tanto de uso industrial como doméstico y que se usaban desde 1940, fueron menospreciados en un primer momento. Y no es hasta 20 años más tarde cuando se reconoció su trabajo, dando lugar al Protocolo de Montreal en 1994, por el cual todos los países del planeta se ponían de acuerdo para detener la producción de CFC y sustituirlo por otros productos menos dañinos para el medio ambiente.
En 1973, el reconocido intelectual y economista E.F. Schumacher publica “Lo Pequeño es Hermoso” dando las directrices para conseguir un verdadero avance de la Economía. Recuerdo la lectura entusiasta de este libro en mi época universitaria a finales de los 80, alegato contra una sociedad distorsionada por el culto al crecimiento económico, y donde anima a una reorientación de los objetivos de nuestra economía y la técnica para ponerlos al servicio del hombre.
En palabras de Schumacher “la actitud del hombre hacia la naturaleza en los últimos tres o cuatros siglos… El hombre no se siente parte de la naturaleza sino más bien como una fuerza externa destinada a dominarla y conquistarla, olvidándose que, en el caso de ganar, se encontraría él mismo en el bando del perdedor”.
Cuestionaba así mismo… “Siempre hay algunas cosas que las hacemos por amor a ellas mismas, y hay cosas que las hacemos por algún otro fin. Una de las tareas más importantes para cualquier sociedad es distinguir entre los fines y los medios para los fines, tener un punto de vista coherente y el acuerdo correspondiente acerca de esto. ¿Es la tierra meramente un medio de producción o es algo más, algo que es un fin en sí mismo? Y cuando digo “Tierra”, incluyo a las criaturas que hay en ella”.
La conciencia humana
Para Schumacher la solución era un tecnología con rostro humano, mientras que para Lovelock, la solución venía por una tecnología resultado de la observación de la naturaleza. Observar cómo funciona la naturaleza nos ofrece una oportunidad de copiar ese funcionamiento con técnicas desarrolladas por el hombre, el viento, el sol, los ríos, las olas, los volcanes etc. y luego ver como funciona la creatividad humana. Pero el enfoque de esta creatividad depende de la conciencia humana, de la educación, de la formación y del sentimiento de responsabilidad de cuidar algo regalado.
Para el Papa Francisco, la solución para cuidar la creación viene a través de la práctica de la misericordia.
La conclusión de las diferentes propuestas posiblemente sea una unión de ciencia, economía y valores
Este recordatorio es de total actualidad para los gobernantes reunidos bajo la presidencia de China, país reconocido por su crecimiento económico donde el hombre queda supeditado al rendimiento, a la inversión en I+D que ellos presumen como fuente de su real y gran desarrollo económico.
A ellos podríamos dirigir las palabras de R.H.Tawney a modo de reflexión sobre su comportamiento: “Si no se desea que la industria tenga que paralizarse por las continuas protestas de la naturaleza humana injuriada, una organización económica razonablemente calculada debe permitir la satisfacción de aquellos que no son puramente económicos”.
Puesto que la preocupación ambiental no se puede separar de las acciones directas de los hombres, la preocupación por la forma en que se toman las decisiones, los medios utilizados y los fines a largo plazo constituyen una realidad.
Para esta tarea Schumacher nos recuerda que “necesitamos optimistas que estén totalmente convencidos que la catástrofe es ciertamente inevitable salvo que nos acordemos de nosotros mismos, que recordemos quiénes somos: una gente peculiar destinada a disfrutar de salud, belleza y permanencia; dotada de enormes dones creativos y capaz de desarrollar un sistema económico tal que la gente esté en primer lugar y la provisión de mercancías en el segundo. La provisión de mercancías, sin duda, se cuidará de sí misma. La gente optimista de la que hablamos, sin embargo, no ha temido nunca el trabajo.”
«Todo esto nos recuerda una de las características actuales “la fortaleza requerida sólo puede derivarse de convicciones profundas”
Realmente estas convicciones dejan de ser profundas cuando se supeditan a las luchas por el poder político o al objetivo del crecimiento económico como fin en sí mismo y no como una ayuda al hombre, lo cual cuestionaría el objetivo fijado al principio del artículo y perdería valor el propósito que lleve únicamente a ese objetivo sin pensar en el llamado estado de bienestar o beneficio de la personas que lo integran.
El futuro de una tecnología por encima del ser humano, sin un rostro humanizado, que no sirva al hombre sino en busca de otros objetivos, conseguirá logros a corto plazo que seguirán poniendo en peligro la humanidad a largo plazo.
Según los sabios de Davos, es decir del Foro Económico Mundial, la cuarta Revolución industrial ya está aquí, y su impacto social va a ser mayor que el de todas las anteriores, en palabras del informe: “en cinco años sufriremos una disrupción tecnológica que interactuará con otras variables socioeconómicas, geopolíticas y demográficas que generarán una tormenta perfecta que hará que salte por los aires el mercado laboral”.
El Papa Francisco nos daba una guía para el cambio de ruta que hace más de 40 años anunciaba Schumacher, cuya inspiración procedía, ya entonces, de fuentes tan diversas como las Encíclicas de los Papas, la economía budista, o las obras de Mao Tsé-Tung.
“El planeta no necesita más personas exitosas. El planeta necesita desesperadamente más personas que cultiven la paz, personas que ayuden a sanar y rehabilitar, que narren historias, que den amor en todas las formas posibles. Necesita gente que viva de forma significativa en sus lugares de origen, con coraje moral, dispuestos a luchar por un mundo más habitable y humano; y estas cualidades tienen muy poco que ver con el éxito tal y como lo entiende nuestra cultura actual”. Dalai Lama
Pero la destrucción medioambiental no es la única forma de hacer daño a la biosfera, la pobreza que afecta a muchos países que siguen estando en vías de desarrollo, el aumento países en esta situación, el maltrato del hombre por el hombre, las guerras y los catastróficos resultados de las mismas, los movimientos migratorios de personas, unas veces consecuencia de las guerras y otras, consecuencia de las hambrunas provocadas por desastres climáticos.
O el problema del aborto, que está provocando un futuro con pirámides de población invertida en algunos países occidentales. Esta solución respecto al problema de la superpoblación, ya era impensable para Bertrand Schneider como así lo manifestaba en su Informe al Club de Roma de 1995 (El escándalo y la vergüenza de la pobreza y el subdesarrollo).
Decía la Madre Teresa que “todo el mundo se preocupa por los niños inocentes que mueren en las guerras y querríamos evitarlo. Pero ¿qué esperanzas hay de impedirlo si hay madres que matan a sus propios hijos?”.
Los desastres provocados por el comportamiento irresponsable y egoísta que pretende aumentar la productividad a toda costa, afectan de forma más fuerte a los países pobres, ya que además estos son los que tienen menos recursos frente a los mismos.
Así el deber de los países desarrollados debería ser ayudar a los pobres… lo de siempre y que nunca se hace. Ayudar a potenciar su desarrollo, que no dependan de fuera y sobre todo, que no tengan que abandonar sus países.
“La pobreza es la forma más terrible de violencia” Gandhi
“Cuando maltratamos a la naturaleza, maltratamos también a los seres humanos. Al mismo tiempo, cada criatura tiene su propio valor intrínseco que debe ser respetado. Escuchemos tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (ibíd…,49) y busquemos comprender atentamente cómo poder asegurar una respuesta adecuada y oportuna”, nos dice el Papa en ese mensaje.
El profesor Borja Vilaseca, director del Master en Desarrollo Personal y liderazgo de la Universidad de Barcelona, reconoce que “el problema de la empresa es la falta de humanidad”. Si la empresa es reflejo de los valores de una sociedad que ha intentado buscar la felicidad en signos externos, la falta de humanidad es también el problema de la sociedad y de sus gobiernos.
Pero Schumacher vuelve a darnos una solución:
“Nos retraemos de la verdad si creemos que las fuerzas destructivas del mundo moderno pueden ser “puestas bajo control” por la simple medida de movilizar más recursos (económicos, educativos y de investigación) para combatir la contaminación, para preservar la vida silvestre, para descubrir nuevas fuentes de energía y para concretar acuerdos más efectivos de coexistencia pacífica. No hay que decir que la riqueza, la educación, la investigación y muchas más cosas son necesarias en cualquier civilización, pero lo que es más necesario hoy es una revisión de los fines a los que se supone sirven estos medios.”…” La libertad de elección de la humanidad no viene limitada por las modas ni por la lógica de la producción, sino por la verdad. Sólo en el servicio a la verdad existe la perfecta libertad, y aún aquellos que hoy nos piden liberar nuestra imaginación de la esclavitud al sistema existente olvidan mostrar el camino del reconocimiento de la verdad”.
Las recomendaciones sencillas y cercanas del Papa Francisco sobre como tratar con cuidado a otros seres vivos, controlando el consumo desordenado por encima de las necesidades, o no ganar a costa de la naturaleza o la exclusión social, arrepentirse del mal que hacemos a nuestra casa común, no desperdiciar agua, hacer un uso adecuado de materiales que pueden ser contaminantes, de la energía… Hacen que podamos participar en la solución desde nuestro pequeño grano de arena ya que son para el día a día.
Pero también apela a un consenso político, a respetar y cumplir los compromisos, cuyos objetivos de desarrollo quedaron fijados en Nueva York en septiembre de 2015, concretado en el Acuerdo firmado por 195 países en la lucha contra el Cambio Climático en París en ese año.
Anima a que los objetivos y los acuerdos se concreten en acciones dirigidas a construir un mundo mejor, sin las cuales cualquier compromiso carece de sentido. “¿Qué mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?” (Laudato si,160)