Hablar con El Desconocido se ha convertido en el mejor momento del día. Mi madre aún no capta el sentido de mis conversaciones con <<una persona con la que no tengo en común más que un par de palabras>>, como suele describirlo. Con el tiempo he descubierto que El Desconocido no es difícil de explicar, pero que tampoco es fácil de entender.
Todo sucedió un martes de marzo, día de la semana en el que solía tomar el té en un bar de la plaza, delante de mi casa. Sin embargo aquella tarde mis planes se torcieron, pues me encontré con el establecimiento cerrado por obras. Con el ceño fruncido me dispuse a buscar otro lugar en el que pasar el rato.
Minutos después llegué a una cafetería de la que mi hermana me había hablado muy bien: pequeña y acogedora, la describió. Entré sin dudarlo. “Café y tinta” me recibió con un intenso olor a viejo. Me bastó una rápida mirada para darme cuenta de que no era una cafetería normal, pues cientos de estanterías cubrían sus paredes con infinidad de libros, dispuestos para que los clientes leyeran mientras disfrutaban de una merienda. Las pocas mesas que había estaban ocupadas por una o dos personas, todas ellas sumergidas en el volumen que sostenían con las manos.
Pedí un café, ajena a que por la noche me iba a costar dormir, y busqué una novela que me atrajese. Con “El nombre del viento” bajo el brazo, uno de mis libros favoritos, me dispuse a elegir dónde sentarme. Me quede de pie, sin saber a dónde ir. La propietaria del lugar, una anciana de simpática sonrisa, me llamó, señaló a una chica que leía al fondo de la cafetería y susurró:
– Esa jovencita te caerá muy bien.
– ¿Perdone? -. Fue lo único que se me ocurrió contestar, pues dudé que la anciana nos conociese como para intuir que nos llevaríamos bien.
– Siéntese con ella -insistió.
– ¿La conoce?
– No, pero no tengo dudas de que os entenderéis.
Con pasos inseguros me acerqué a dicha mesa y, tras pedirle permiso, me senté frente a la muchacha. Dediqué los primeros cinco minutos a disfrutar del ambiente que se respiraba en el local.
– ¿Te lo has leído?
Miré a la joven desconocida, que rondaba mi misma edad y que señalaba el libro que yo tenía entre las manos. Asentí con una sonrisa, no sin antes darme cuenta de que ella estaba leyendo una novela del mismo género. A partir de entonces el tiempo paso volando y al finalizar la tarde tenía una nueva amiga.
Volví a “Café y tinta” todas las tardes que me fue posible. A veces me encontraba con mi misteriosa amiga y hablábamos un rato. Otras, cuando no tenía la suerte de coincidir con ella, tomaba el libro que me pedía la tarde y la anciana volvía a recomendarme con qué desconocido debía tomar asiento, cada vez uno diferente. Y esa persona pasaba a ser El Desconocido del día.
Mi querida niña -dijo para concluir-, son los libros los que me recomiendan el destino de sus lectores.
Llegó un momento en el que empezó a rondarme una pregunta: ¿Cómo lograba la dueña juntarme siempre con personas afines? Después de dos meses desde mi primera visita, se lo hice saber. Escondiendo una sonrisa en la mirada, me contestó:
– Solo tengo que mirar el libro que has escogido y observar si algún cliente está leyendo alguno similar o completamente distinto. Los días en los que prefieres libros tristes, te siento con los que leen comedia. O, al menos, así trato que sea… Si prefieres novela histórica, te junto con alguien que lea el mismo género, para que abráis un interesante debate. Entenderás que con el paso del tiempo he aprendido cómo es cada uno de mis clientes a partir de sus lecturas. Por ejemplo –buscó con los ojos a un hombre mayor–, ese señor es observador y callado, pero sabe escuchar y es amante de las novelas policíacas. Y aquel joven disfruta con la poesía, pero hoy se ha decantado por una colección de cuentos románticos, por lo que deduzco que le ronda el amor. Llevará unos cuantos meses queriendo encontrar a la mujer de su vida, y esta tarde se estará asegurando de que existen los finales felices. De hecho… -me guiñó un ojo–, te vas a sentar con él.
Entendí el secreto que guardaba aquella mujer, y me reí brevemente ante la seguridad con la que me planteaba aquella cita.
-Mi querida niña -dijo para concluir-, son los libros los que me recomiendan el destino de sus lectores.
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