Recurro a Viktor Frankl, el psiquiatra, neurólogo e impulsor de la logoterapia, aquel que escribió el indispensable libro “El hombre en busca de sentido”. El austriaco profundamente europeo y radicalmente judío que sufrió lo inimaginable bajo el demoníaco periodo nazi. Un hombre que nos anima a mirarnos con optimismo, a creer en la libertad, a cuestionar qué es eso de la vocación personal y a abrirnos al mundo espiritual.
El sabio doctor judío sobrevivió a los campos de concentración nazis de Auschwitz y Dachau, detectaba al instante el vacío existencial, esa realidad que acucia a millones de personas que aparentemente tienen todo, pero que se ahogan en un vacío personal inexplicable.
Cuando acudían a Frankl personas que andaban como perdidas, sin rumbo y cierta tristeza ante la vida, el psiquiatra preguntaba: “¿Es usted creyente?» Recibía todo tipo de respuestas. “A usted lo que le ocurre es que no practica su religión, corra, vaya, acuda a ella y encontrará lo que necesita”. Esta anécdota la escuché en una conferencia, he buscado alguna reseña sin suerte, no tengo porqué dudar de la veracidad del orador pero lo cierto es que no consta.
España y el vacío existencial
Hoy en España somos millones quienes vivimos esa suerte de vacío, y quien lo niegue vive aislado. Nos rodea la decadencia, sobre todo política, la mediocridad más absoluta, el abuso impune de quienes hacen y deshacen sin recibir castigo o sanción de ningún tipo. También mediática. Y el resultado es una sociedad anestesiada, inerme, insulsa.
Frankl comprendía a la persona humana y a «su todo», que al contrario de la realidad social que nos rodea tendente a la separación, el ser humano necesita hallar su unidad esencial, cuerpo y alma.
No todo el mundo respira cristianamente, pero negar la esencia católica y cristiana en España es temerario
Como el psiquiatra austriaco, miles de profesionales dedican su quehacer a ayudar a los demás, psicólogos, educadores, psiquiatras, etc. Pero obvian aspectos claramente espirituales, nítidamente cristianos. No todo el mundo respira cristianamente, pero negar la esencia católica y cristiana en España es temerario.
Viktor Frankl mostraba el camino, abría la puerta a los indecisos, a quienes sabían que algo les ocurría sin descubrir qué. Les señalaba una llave tan secreta como conocida: su religión. Lo cierto es que hay muchas personas que viviendo y echando mano del espíritu viven con sentido, con una serenidad real que les permite tomar distancia, respirar y sumergirse en este mundo confuso que padecemos. Con señorío, me atrevo a decir.
¿Será que solo los cristianos, particularmente los católicos, tenemos llaves secretas y pociones mágicas que nos aportan más equilibrio y fortaleza que a muchas otras personas a las que no se les dan a conocer ciertas realidades?
Hay una clarísima tendencia cada vez mayor a darnos a entender las conexiones entre salud y estados emocionales. Se habla con cierta timidez del “aspecto o dimensión espiritual” de la persona, como mucho se habla de “trascendencia”, pero poco más.
Se enfatizan esos bienes intangibles para llegar a ser super chachis guais, «sé positivo, controla tus emociones, sé innovador, si eres creativo verán el líder que llevas dentro», se nos presentan como baluartes cada vez más constitutivos de nuestro bienestar a todos los niveles, en realidad una propuesta pobre, siempre de cara a la galería.
Pero cuando no se abre la puerta a reconocer llanamente lo que los cristianos sabemos que es el ser humano, cuerpo y alma, entonces, esas pautas o consejos se quedan cortos.
La gracia de estado
Los católicos contamos con algo específico y eficaz llamado, gracia de estado, que no es el estado de Gracia (vivir sin pecado mortal, en paz y comunión de amor con Dios). De esta gracia de estado se habla poco, o más bien casi nada, o nada.
Tuve la suerte desde mi juventud de escucharlo y comprenderlo. He palpado a lo largo de mi vida personal y profesional el efecto positivo y determinante cuando recurres a ella, subrayo, cuando recurres a ella.
¿Qué es la gracia de estado? Con mis propias palabras y sin acudir a definiciones oficiales de la Teología, es la ayuda que Dios proporciona en tu estado de vida para desarrollar plenamente tu misión o propósito principal, personal y profesional. Así de simple.
El médico en su quehacer; el padre y la madre en su vocación esencial para educar; el político en su servicio público, etc. Cualquier persona, sea cual fuere su condición en el desempeño personal y profesional cuenta -si lo busca-, con una asistencia de lo Alto, pero hay que pedirlo.
Propiedades eficaces
Esta gracia, además, posee unas propiedades que van más allá del propio estado de vida: soltero, casado, viudo. Alcanza a todo nuestro quehacer, particularmente el laboral, nuestro medio de subsistencia, o aquel donde tengo el foco principal de mi existencia.
Ahondando un poco más, es evidente que esa gracia de estado es más eficaz tanto en cuanto la persona se ha puesto plenamente bajo la Guía de Dios, o la Voluntad de Dios. Y ahí está el quiz. Es decir, cuando sabes con certeza plena que en tu vida y en tu quehacer hay un designio divino para ti y para nadie más. Lo que llamamos misión de vida.
Si cada quien se adentra un poco en sí mismo, no es difícil advertir esto. Veo mi estado de vida en general y voy recorriendo aspectos que se derivan de ella. Y los confronto en mi relación con Dios, y me pregunto y me respondo: ¿hay unión con Dios o no la hay?
Pongo ejemplos básicos. Una madre o un padre, la vida, la realidad que vive le pone por delante una tarea nada fácil, educar a sus hijos, ahí es donde entra la gracia de estado, la garantía de Dios de realizar tu tarea como padre o madre acertadamente, ah, pero claro, pidiéndoselo a Dios. O el director de colegio, el educador, el profesor de auto escuela, ¿quién no aspira a la excelencia humana y profesional?
Ya lo dijo Jesús «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». El Señor no hablaba de perfeccionismo, ni pulcritud, sino de poner toda el alma en nuestra misión, llevar la vocación personal al extremo de la plenitud. Siempre redunda en bien propio y ajeno. No falla.
Un trabajador, que de repente un compañero ha causado baja y le piden asumir sus tareas de las que no tiene ni idea. Algo inesperado, no buscado ni de lejos, estará perdido, pondrá todo su empeño en llevarlo a cabo, bien, cuenta con la gracia de estado para que Dios le asista en ese nuevo quehacer. Ah, pero claro, pidiéndoselo a Dios y poniendo todas sus capacidades humanas a pleno rendimiento, donde la limitación personal no llegue, Dios suplirá, es así.
Volviendo a Frankl, ante la incertidumbre de si la anécdota narrada más arriba es cierta o no, al menos, sí he hallado esta afirmación que la avala. Silvia Escobar la recogía en un artículo en El País, del 19 de junio de 1998: “Viktor Frankl será siempre el hombre que intentó tender puentes entre la filosofía, la psicología y la religión, aun cuando en la visión de Frankl la dimensión religiosa incluye el agnosticismo y el ateísmo”.
Creo que no ando errada al afirmar la eficacia total de la gracia de estado, traigo a mi mundo ese «corra, acuda a su religión» de Frankl. Además de experimentarlo en incontables ocasiones a lo largo de mi vida. Dios ayuda, sí, pero si nosotros no pedimos, es imposible que llegue… el don.
Vivir y acudir a la gracia de estado nos activa, es justo lo opuesto a la dejadez. Además, cuanto más se experimenta descubres una extraña facilidad para comprender o realizar ciertas cosas en tu vida, antes impensables, lo desconocido se torna natural, todo fluye. Es decir: La gracia de estado nos capacita para desarrollar aptitudes y actitudes impensables y desconocidas hasta entonces.
Termino con Viktor Frankl, «¿Qué es el hombre? El ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero al mismo tiempo es también el ser que ha ido a las cámaras de gas con la cabeza orgullosamente erguida y con el Padre Nuestro o el Shäma Yisrael en los labios».
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