En esta pandemia globalizada, tanto en la etapa más cruenta del estado de alarma y del confinamiento, como en la etapa actual, a causa de los rebrotes, las cosas no son como eran, y no parece que haya vuelta atrás. El mundo está cambiando.
Las relaciones sociales, el trabajo, las estructuras económicas están obligados a evolucionar o a sucumbir.
El miedo, el recelo, la prevención, el rechazo al otro, al contacto, amenazan con extender una capa invisible de sospecha y temor en el aire que respiramos, cubriendo cada acción y cada proyecto de un velo gris. Los niños han estado metidos en las casas, los colegios cerrados y cuando parecía que avanzábamos en la desescalada, el número de contagios diarios que se detectan va en peligroso aumento y cada Comunidad Autónoma está dictando nuevas reglas para la prevención de la expansión de la enfermedad: cierre de locales nocturnos, uso obligatorio de mascarillas en todos los espacios públicos, abiertos o cerrados, prohibición de fumar en espacios abiertos, etc. Muchas voces se oponen a la reapertura de las escuelas y centros de enseñanza.
El miedo deviene ineficaz cuando se apodera de forma permanente de las mentes, genera sociedades subyugadas, recelosas, en constante estado de tensión. Esta intensidad del miedo no se vivía en España desde la guerra y la posguerra, cuando cada vecino, cada individuo con el que uno se cruzaba en la calle era una posible amenaza.
El miedo es una emoción esencial para la supervivencia y, en un momento dado, puede salvarnos la vida. Sin embargo, el pánico nos lleva a la precipitación o a la paralización, y siempre al caos. El miedo deviene ineficaz cuando se apodera de forma permanente de las mentes, genera sociedades subyugadas, recelosas, en constante estado de tensión. Esta intensidad del miedo no se vivía en España desde la guerra y la posguerra, cuando cada vecino, cada individuo con el que uno se cruzaba en la calle era una posible amenaza.
De un lado, vemos el miedo de los ancianos o quienes sobrepasan una determinada edad, de los progenitores, de las personas con patologías y de los que por su trabajo han presenciado impotentes las muertes de tantos durante la etapa más crítica. De otro, vemos a quienes, movidos por el pánico o por la inconsciencia, encauzan su desesperación hacia discursos de rebeldía negacionista, o hacia sentimientos de inmortalidad, tan propios estos últimos de la juventud. De estos últimos, los que niegan la evidencia, actúan fanáticamente con fe ciega contra un enemigo común: el Estado, el 5G, los poderes económicos multinacionales, etc. en una estructura de movilización de masas que recuerda al populismo, ya sea de izquierdas o de derechas, oponiéndose a cualquier medida pública destinada a evitar la propagación; y los segundos, los de las quedadas en rebaño para “contagiarse”, se comportan entonando un «carpe diem» hedonista que olvida que no solo ponen en riesgo su propia salud, sino, sobre todo, la de aquellos con quienes tratan o con los que azarosamente comparten espacios en el transporte o en otros lugares públicos. En ambos casos las emociones se imponen a la razón, se abandona el análisis propio y el pensamiento crítico, que es individual, para sentirse adeptos, protegidos por el grupo que va en la misma dirección, como una forma de rebeldía ante la adversidad que a todos nos acobarda.
Saldremos de esta. Superaremos con toda seguridad la situación tan anómala que estamos viviendo. La infección se irá, como se fue la gripe española de 1918 tras dos años de devastación. La humanidad sobrevivirá como lo ha hecho en el pasado, superando otras pandemias, grandes desastres naturales o guerras mundiales. Entretanto, tenemos que aprender a convivir con la enfermedad, hemos de incorporar sin aspavientos a nuestras rutinas cotidianas los hábitos de aseo de manos, desinfección, distancia social y protección, de la misma forma que el ser humano ha incorporado a lo largo de los siglos conductas básicas de prevención sanitaria que han incrementado enormemente la esperanza de vida, como la higiene corporal y de la vestimenta, el cocinado de los alimentos a temperaturas altas, hervir el agua o la leche antes de su uso, el adecuado tratamiento de nuestros residuos, etc, por no hablar de la esterilización del instrumental quirúrgico en medicina.
El alejamiento social y la evitación del contacto físico, aliados en la prevención de la propagación de enfermedades infecciosas, están presentes en muchas sociedades de nuestra historia. El saludo con una inclinación de cabeza, juntar las manos, la reverencia, los gestos, son formas de cortesía socialmente admitidas en las relaciones en determinadas culturas o épocas que todos reconocemos. Incluso están presentes en la historia tocados con velos o telas que cubren la nariz y la boca, claramente con fines de protección en zonas desérticas.
Los responsables políticos pueden dictar normas, pueden prohibir con mayor o menor acierto, pueden vigilar y sancionar, pero solo los ciudadanos tenemos en nuestro poder la decisión personal de interiorizar las conductas de prevención y protección en nuestras vidas, incorporándolas a nuestras disciplinas diarias
En España, gracias al buen clima, pueden potenciarse las escuelas y actividades al aire libre, un mundo de ventanas abiertas en el que corra el aire y que nos acerque más a la naturaleza. Frente al miedo se puede enarbolar la serenidad y la racionalidad, la asunción responsable de estas pequeñas incomodidades y cambios en nuestra vida. El presente y el futuro están en nuestras manos, somos capaces de cambiar las cosas y frenar la tendencia, todos y cada uno con nuestra conducta individual y nuestro ejemplo hacia los que nos rodean, aportamos un grano necesario para afrontar la enfermedad. Los responsables políticos pueden dictar normas, pueden prohibir con mayor o menor acierto, pueden vigilar y sancionar, pero solo los ciudadanos tenemos en nuestro poder la decisión personal de interiorizar las conductas de prevención y protección en nuestras vidas, incorporándolas a nuestras disciplinas diarias, como lavarse los dientes. Los test periódicos para quienes por su trabajo o actividad tratan con público, la auto-observación para detectar los primeros síntomas, la colaboración de todos en el rastreo, el aislamiento voluntario en casos de confirmación -pero también de sospecha- de contagio, posibilitarán la reapertura de actividades comerciales y la paulatina normalización de la economía.
La sociedad española y sus buenas gentes, su madurez y responsabilidad es el mayor motor de adaptación al cambio que necesitamos.
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