Estaban todas las cartas sobre la mesa y la partida a escasos minutos de resolverse. El rey de corazones me miraba desde el otro extremo del mueble con una sonrisa satisfecha, lo que aumentó mi frustración. Desvié la mirada a la carta que tenía a mi lado, la jota de picas, que soportaba aburrida aquella baza. Entonces me tomé unos instantes para decidir cuál sería mi próxima jugada. Fue en vano, pues el tres de tréboles –la carta más baja de mi taco–, me había tomado con fuerza de la mano, impidiéndome cualquier tipo de movimiento.
Suspiré; estaba perdida y mi sentencia se acercaba. En esos momentos entendí a Alicia, la protagonista del libro de L. Carroll que me acababa de leer: los naipes se reían de mí, de mi inocencia, de mi inmadurez.
Carlos, que me había animado a jugar a aquel complejo juego, se estiró en la silla, consciente de su inminente victoria. Me toqué una de mis mangas, buscando el as de corazones que necesitaba para ganar. Lo deseaba. Era imperativo que demostrase que, incluso viviendo en la luna, soy capaz de poner los pies en la tierra cuando es necesario; que ambos mundos son compatibles; que en ninguno de los dos estoy perdida. Pero nada. Vacío. Ninguna carta. Sin esperanza.
–¡Lucía! ¡Lucía!…
Elevé los ojos para toparme con mi hermano, que chasqueaba los dedos delante de mi cara.
–¿Qué pasa? –le pregunté, abandonando mis pensamientos.
–Se te ha caído una carta –me dijo.
Al mirar allí donde señalaba, descubrí que mi pie pisaba una de las cartas de aquella escurridiza baraja. Se me habría caído al principio de la baza.
–No te iba a decir nada –me reveló–, pero es que te veo tan perdida…
La recogí del suelo y, con cuidado, le di la vuelta. Una sonrisa se abrió en mis labios.
–¡Te gané! –exclamé al colocar, triunfante, el as de corazones sobre la mesa. Aquella carta me observaba con una sonrisa cómplice. –Y ahora –continué mientras volvía a coger el libro que una hora antes Carlos me había quitado de las manos–, vas a dejarme leer en paz.
Me dejé caer en el sofá, dispuesta a pasar una tarde tranquila, tras haber dejado a la reina de corazones con cara de póquer.
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