Hay a quien le cuesta decir “no”. Es una realidad que conozco porque yo misma tuve que superar ese miedo y no es fácil.
Decir “no” a tiempo puede salvar una relación, un empleo e incluso puede salvarte la vida.
Aquietándonos automáticamente a lo que nos piden, en algunas ocasiones lo que estamos haciendo “realmente” es alimentar un monstruo que tarde o temprano se volverá contra nosotros.
Existe la creencia de que para tener contentos a los demás hay que acceder a sus deseos o necesidades, incluso en detrimento de los nuestros. Podemos llegar a actuar de determinada forma inconscientemente, para ser queridos o incluso para no percibirnos como egoístas o malas personas.
En la infancia nos educan para obedecer, para gustar y ser premiados por esa obediencia. De alguna forma, esa educación y esos refuerzos llevados al extremo lo que logran es programarnos para complacer a modo de reacción, no de respuesta meditada.
La respuesta, al contrario que la mera reacción, requiere tiempo, empatía y ponderación de las circunstancias. Ese lapso de tiempo es una baza que debemos usar porque ante una oferta, por bien envuelta que venga, es loable contestar “debo pensarlo” o simplemente “no”, sin más explicaciones.
Parece pues, más práctico, ejercitarnos en el arte de decir no que en el desastre de perder el control de nuestras vidas. A esto se denomina asertividad y dista mucho de ser egoísta o carente de valores.
Pues bien, les sorprendería lo difícil que le resulta a mucha gente articular cualquiera de estas dos frases, tomarse un tiempo para responder o simplemente proponer alternativas para tantear la flexibilidad y la buena voluntad del interlocutor.
Obviamente, hay individuos muy persuasivos, por no mentar a los manipuladores y a los insoportablemente insistentes, que horadan el temple de cualquiera. Los primeros porque suelen disfrazar la propuesta de una energía positiva que entristece desmontársela, los segundos porque soslayan un beneficio para el interlocutor sin comprometerse en realidad a nada concreto, y los terceros porque se rigen por aquello de “el que la sigue la consigue”.
De las coacciones, no voy a hablar hoy porque buscan anular la voluntad del interlocutor y pasan al territorio del delito. Debo añadir que hay quien maltrata de forma sistemática, con chantajes emocionales duros, tintados de coacción y este comportamiento es, y debe ser considerado, delictivo.
Ahora bien, observemos que una vez expresado un sí, la otra parte tiene derecho a solicitar, a pedir cuentas e incluso a exigir. Es, como decimos, una vuelta de tuerca en la que ese favor que hacemos a costa de nuestros propios intereses, puede granjearnos la enemistad o el rechazo de esa persona que deseábamos complacer, en el momento en que nos arrepentimos o nos damos cuenta de la absoluta imposibilidad de llevarlo a cabo. De esa forma, lo que empezó como un “favor” o un “acuerdo” fruto de nuestra debilidad, se torna un conflicto en toda regla.
Los adolescentes deben relacionarse con los demás con la convicción de que no necesitan llevar un “sí” por delante para ser aceptados en un grupo, y que, de darse esta premisa, el grupo no les merece ni les interesa ya que su persona, genuina y auténtica, carece de todo valor para ellos
Parece pues, más práctico, ejercitarnos en el arte de decir no que en el desastre de perder el control de nuestras vidas. A esto se denomina asertividad y dista mucho de ser egoísta o carente de valores. Se trata de convivir con los demás sin abusar y sin ser abusado.
Los adolescentes deben relacionarse con los demás con la convicción de que no necesitan llevar un “sí” por delante para ser aceptados en un grupo, y que, de darse esta premisa, el grupo no les merece ni les interesa ya que su persona, genuina y auténtica, carece de todo valor para ellos y nadie debería prestarse a ser un medio para conseguir algo, sino amarse y amar a los demás como fines en sí mismos.
Un estudio publicado en la revista Journal of Consumer Research, muestra la importancia de la manera que tienen los sujetos de plantearse las negativas. Cuando la reflexión incluía una determinación como “no lo hago” surtía más efecto que algo parecido a “no puedo hacerlo”. El motivo es el no dejar lugar para el debate interno. Si expresas que “no puedes hacerlo” significa que lo harías si las circunstancias fuesen diferentes. Un “no lo hago” implica que no lo haces, no hay lugar para debate alguno.
En efecto, hay ciertas propuestas que no dejan lugar a dudas, seamos aceptados, rechazados o vituperados. Y, es que amigos, como dice la sabiduría popular “No puedes gustar a todo el mundo, no eres una croqueta”.
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