Yo no sé a vosotros, pero a mí a veces se me olvida que estoy aquí de paso y que no viviré eternamente. Creo que, enmarcadas de forma correcta, están muy bien esas frases tipo “Persigue tus sueños” o “Puedes hacer todo lo que te propongas” pero también considero que debe ser agotador y que no hay cuerpo que aguante pasarse la vida corriendo detrás de algo que tal vez no ocurra nunca o no sea para nosotros. Pongamos los pies en la tierra.
Considero que lo realmente difícil es llegar al final de nuestros días haciendo balance y decir: He vivido completamente feliz todos y cada uno de mis días con lo que me ha tocado vivir. No considero que haya que volverse loco buscando una gran hazaña que haga que nos recuerden en los libros de historia sino algo más simple pero que nos cuesta asimilar: vivir serenamente.
Hablo de un más allá discreto y poderoso que, sin hacerse apenas notar, hace posible la existencia. Hace posible vivir plenamente.
Suena absurdo ¿verdad? Es lógico pensar que si estoy leyendo esto es porque estoy viviendo. No hago alusión a una calificación meramente sensible, sino intelectual, a un modo de ser. Hablo de un más allá discreto y poderoso que, sin hacerse apenas notar, hace posible la existencia. Hace posible vivir plenamente.
Una llamada a vivir apasionadamente, de una manera más intensa, más encarnada. Sin hacer una clasificación, vivir intensamente todo lo que hay en la vida con esa sensación de eternidad. Todo eso es vida. Con sus alegrías y sus tristezas, con sus risas y sus llantos, con sus aciertos y sus errores conformando un equilibrio perfecto. En cuanto perdemos el conjunto, la vida es absurda y todo se hace arbitrario.
Amando la vida como es -no una vida soñada o imaginada- sino la que se me propone día tras día, pero descubriendo todas sus riquezas ocultas, sacando provecho de las situaciones rutinarias.
Einstein lo explicaba bien cuando nos enseñaba que las personas inteligentes son aquellas que hacen fácil lo complejo. Esas personas que son descomplicadas, sin doblez. Posiblemente no son brillantes porque no hace falta que lo sean, lo que sí ocurre es que su presencia y su trato mejora el entorno y se les echa en falta cuando no están.
Muchas veces se confunde tener mucho carácter o vivir de forma plena con tener mal genio o sentar cátedra con argumentos absolutos. Pienso que una persona sencilla es realmente una persona con mucho carácter, ya que, afronta con serenidad los contratiempos, no pierde su tiempo en enfadarse o en perder los nervios y es paciente y comprensiva en las relaciones personales.
Ser sencillo es admirar la vida y también sobrecogerse ante sus diferentes manifestaciones. Las personas sencillas son realmente espíritus libres que no ponen su corazón en asuntos superficiales, que no están a merced de una montaña rusa de emociones o de circunstancias, viven una vida verdadera. Viven serena y felizmente.
En esta época de las redes sociales, de narcisismo, de filtros y me gusta…hablar de sencillez y de serenidad hace que, inconscientemente, lo identifiquemos con un señor de avanzada edad dedicado al pastoreo en algún lugar recóndito de provincia.
Es menos común, pero se puede ser sencillo y sereno siendo un alto directivo en una gran capital. El hombre puede conquistar su propia felicidad si consigue vivir con serenidad, sencillez y coherencia ética.
Actualmente existe una exaltación del culto al cuerpo que a mi personalmente me inquieta bastante. Es importante aceptar y cuidar nuestro cuerpo, pero debe acompañarse del entrenamiento de la mente, de sentir cada minuto de la vida, de observar lo que hay alrededor no solo mirar el móvil, de reflexionar sobre acciones, conductas, decisiones vitales, palabras…se está perdiendo el profundizar y debatir sobre la vida y las cosas importantes que la conforman. Necesitamos dar largos paseos alejados del wifi o con el modo avión activado y ordenar nuestro mundo interior sintiendo la frescura del aire en la cara: simplemente viviendo.
Las personas sencillas y serenas no obtienen su felicidad con el consumo material ni con lo que los demás piensen de ellas sino con las experiencias vividas y aceptando tal y como son a aquellos que les rodean.
Amando la vida como es -no una vida soñada o imaginada- sino la que se me propone día tras día, pero descubriendo todas sus riquezas ocultas, sacando provecho de las situaciones rutinarias.
Cuando pienso en la frugalidad del tiempo quiero ser una persona auténtica y libre. Siempre he sentido un particular afecto por la virtud de la sencillez. Es más, creo que no solo es una virtud, es una hermosa e incluso bohemia forma de vida. La sencillez convierte las acciones y el rostro de una persona en algo luminoso, limpio, espontáneo, natural y veraz.
¿Cómo mantenerse sólido en un mundo tan líquido como el de hoy? Yo creo, sin lugar a dudas, que siendo sencillo y, si me permitís la expresión, siendo un pasota. Es decir, sin tomarte las cosas tan en serio.
Tengo la suerte de conocer a varias personas que poseen esta virtud y aunque, replegadas en un discreto segundo plano, destacan casi sin proponérselo, suelen provocar sonrisas allá donde van y oxigenan el ambiente.
Siguiendo al Catedrático Alfred Sonnenfeld: «Debemos hacer un cambio paradigmático para disfrutar más de la vida». Este mundo multitarea no nos pone las cosas fáciles para llegar al final de nuestros días pensando que uno ha vivido cada día con sencillez.
Todos conocemos la sensación de superar con éxito el miedo o algo que nos suponía un gran esfuerzo. Hemos comprobado que entonces el mundo se ve joven y fresco nuevamente, y de repente estamos llenos de impulso. La vida es un ejercicio continuo de superación. ¿Y si elegimos ser más sencillos?
Qué mejor manera de empezar una vida sencilla que volver la mirada hacia la naturaleza. Durante muchos años, el ser humano vivió inmerso en unos ritmos naturales que le transmitían sosiego y plenitud.
El ritmo vital de la naturaleza transcurre de forma simple, y así puede transcurrir también nuestro ritmo hoy, en el lugar y la situación que nos ha tocado vivir. Tomar nuestro tiempo con calma, observar e integrarnos en el ritmo de los bosques, en el compás del oleaje de la playa, en el cantar de los pájaros, en la solemnidad del atardecer o el equilibrio de la montaña.
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