En unos años Toledo celebrará el VIII centenario del comienzo de la construcción de la actual catedral gótica (1226-2026). Me viene a la memoria aquella leyenda, historia, anécdota famosa en la que alguien le preguntó a un albañil: “¿Qué siente al poner piedra tras piedra? No, yo construyo una Catedral”. Sin duda habrá escuchado esta historia, muestra la importancia de la actitud y cómo los seres humanos pasamos por la vida de una u otra manera. La moraleja es sencilla: trascender o no, nuestra cotidianidad.
Ese “no, yo construyo una Catedral”, echa por tierra cualquier lección de motivación y liderazgo profesional, personal, o… político, por ejemplo, tan de moda en estos años, ¿por qué? Porque pone al hombre en el lugar de la dignidad y de la plenitud. Qué diferencia vivir con sentido, ¿verdad?
La catedral, en cualquier lugar de la Europa cristiana, es el Km 0 de la ciudad, todo confluye en la Catedral. Hoy, las catedrales son buscadas más por su arte y estética que por el patrimonio religioso, histórico y cultural que encierran. La catedral es nuestro santo y seña, sobre todo en nuestro continente. Observamos que cada vez más prevalece un pensamiento de “defensa de la cultura católica” o si prefieren cristiana, como tradición, como hecho incontestable de razón de ser de las sociedades occidentales a lo largo del tiempo. Pero nada más. Sin embargo, optar por defender la cultura y civilización católica sin más, racionalmente, no sola roba el alma al pueblo y apuesta por reducir la Fe al rincón, sino que contribuye a una secularidad absoluta, sería el “sí, pongo piedras a algo que será un edificio”, sin más.
En esta España nuestra hay personas influyentes en lo social, cultural y mediáticamente con esta postura de defensa de la cultura cristiana: Jiménez Losantos, Roca Barea, Álvarez de Toledo y muchos articulistas de opinión, etc. Estas personas son oídas con agrado por parte del creyente. Está bien, bueno, vale, sí. Pero ¿y el alma? ¿Y el espíritu? ¿el sentido de esa cultura, historia, personas?
Leía el otro día algo que me hizo constatar una vez más este hecho: “Europa tiene la responsabilidad de volver a la cruz como base de nuestra cultura común. No tanto como una cuestión de fe -allá cada uno con sus creencias- sino como un primer paso para fortalecer los pilares sobre los que se asientan los principios civilizatorios de todo el continente. Respetar los símbolos, reforzar nuestra identidad y preservar nuestras raíces”, de un tal Arturo García, a quien no tengo el gusto de conocer.
Eso de “no tanto como una cuestión de fe”, pues verá no, pretender mantener el significado de la Cruz sin fe es como plantar un árbol en el desierto, ahí quedará hasta que muera y desparezca por falta de agua. La Cruz no es un símbolo y un recuerdo histórico sin más, es el hecho que partió la historia en dos. El albañil de la Catedral con su sencilla respuesta nos muestra su yo más íntimo, el que da da razón de su existencia. Lo mismo sucede con millones de personas a lo largo del tiempo. La Fe es un don, “la fe se propone, no se impone” como nos recordó Juan Pablo II en su discurso en Cuatro Vientos, en aquella última y memorable visita a España. Y es bueno que haya personas que de una forma justa con conocimiento expongan esa realidad histórica cristiana de Europa, es innegable. Nos conforma. Pero sería infinitamente mejor que los creyentes, digamos relevantes, no queden reducidos a la sombra.
La fe no es algo que se pueda disociar de nuestra existencia. O se cree o no se cree. O lo imbuye todo o no imbuye nada. Y quizá esa sea la cuestión, desde el sentido de aplicar los impuestos hasta las ratios de sueldos políticos, todo pasa por una antropología, si es cristiana, esa visión lo imbuirá todo, y si es marxista, utilitarista o moderna en el sentido histórico de la Modernidad, también. Me pregunto si alguien sin fe, que defiende una cultura y tradición está dispuesto a dar la vida por esa Cruz, por esa Fe que trasciende todo su ser. La diferencia no es menor.
“No, yo construyo una Catedral”
¿Quién no puede aplicarlo a su vida?
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