Está muy en boga ser sincero. Yo misma escribo columnas de opinión y en ellas vierto lo que me parece (como no podría ser de otro modo) lo cual me ha granjeado nuevos amigos y bastantes enemigos.
Sin embargo, últimamente, y a tenor de varias conversaciones con conocidos, me he dado cuenta de lo difusa que es la línea entre opinar e insultar, entre la libertad de expresión y una supuesta libertad de agresión. Pero como canta Alejandro Sanz “no es lo mismo”.
Establecer fronteras en este ámbito no es cosa fácil pero la lógica, el sentido común y las leyes vigentes nos van marcando el camino.
Por ejemplo, puedo decir que en mi opinión ciertos comportamientos son absolutamente hipócritas o directamente imbéciles, pero no debo, ni puedo, colocar el adjetivo a una persona con nombre y apellidos por el simple hecho de que difiera conmigo en lo que sea.
Otra cosa muy diferente es la libertad de informar y el derecho que todos tenemos a serlo. La información veraz y de interés público es uno de los pilares de una democracia sana. Amordazar a la prensa cuando ilumina asuntos que deben ser del acervo público es un atropello intolerable y la antesala del absolutismo.
Como ven, podríamos meternos en charcos jurídicos ya que los conceptos de” información de interés público” y “veraz” son elásticos y dan para mucho, como avala la jurisprudencia en materia de Derecho al Honor y a la Información.
Sin entrar en tecnicismos, ya que este no es el tema central del artículo, lo que quiero trasladarles es que, si opinar con respeto y con rigor tiene su dificultad, entiendo que más dificultad entraña escoger lo que uno calla cuando el contenido no es solo de una subjetividad de rompe y rasga sino un atropello que, a lo sumo, retrata la deformación mental de quien lo perpetra.
Otra cosa muy diferente es la libertad de informar y el derecho que todos tenemos a serlo. La información veraz y de interés público es uno de los pilares de una democracia sana.
No es nuevo que nuestra sociedad se nutre de telebasura y de declaraciones impertinentes que apelan a lo peor de cada uno. Tampoco lo es que algunos medios calculan antes de ofender lo que les costará en pleitos (que asumen perdidos) y lo que ganarán en audiencia, ponderando las cifras para tomar decisiones. Es lamentable, pero al menos estas productoras tienen personalidad jurídica, domicilio y caras. Fíjense en lo que está pasando con las redes sociales y, en general, con la red. Los delincuentes campean por sus fueros, usan cuentas anónimas, publican desde un servidor que redirige a otro y a su vez a otro fuera de España, haciéndose prácticamente invulnerables a la justicia.
Estos foros se han convertido en campo de libertad de expresión para los que se ven despojados de ella, pero también en vertedero de lo más despreciable de la naturaleza humana, de los que se ocultan, sin un atisbo de valentía. Los grandes cobardes del siglo XXI.
Pero conviene aceptar que somos nosotros los que alimentamos a estos monstruos. Es la sociedad en conjunto la que debería rechazar y dar la espalda a estos comportamientos. Si consumimos basura, es la basura la que prolifera y se hace viral. Si arengamos a los que dañan desde el anonimato, mañana será nuestro hijo el que sufra ese mismo acoso, no lo duden.
En los colegios, es a los alumnos que “observan” los episodios de acoso a los que se insta a tomar partido, a defender, a denunciar. Es la maniobra más eficaz y estoy de acuerdo.
La libertad de expresión, de opinión y de información son tres bases con las que nuestra sociedad cuenta, a no confundir con la calumnia, la injuria o la difamación.
Este es uno de los motivos por los que lucho sin cuartel para que niños y jóvenes lean y vean buen cine. Porque estas obras suelen poner la lente sobre personajes que se comportan de forma incomprensible para los demás, pero que, al observar su pasado y sus circunstancias, llegamos a comprender e incluso (en algunos casos) a justificar. Un joven puede jugar a videojuegos de guerra en los que mata sin piedad, pero su reacción cuando ve una película en la que los efectos devastadores de la guerra, o de un solo disparo, afectan a unos personajes de carne y hueso, puede cambiar su perspectiva para siempre. La literatura y el cine son escuelas de empatía.
Por último y para poner un toque de humor a esta deleznable cuestión, quisiera mencionaros una película memorable: “La cena de los idiotas” que, además de ser divertidísima, deja patente que, si bien todos pensamos que alguien es idiota, no duden que nosotros somos “el idiota” de otros tantos. Es recomendable dejar el ego a un lado y darse cuenta de que aquí opina hasta el apuntador, como debe de ser. Eso sí, dentro de unas normas. Lo demás es basura.
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