En tiempos de Cuaresma casera, parece que apetecen unas buenas torrijas. Aunque su historia, curiosa y milenaria, tenga más que ver con la lactancia materna que con la penitencia.
Dice el refrán que “De lo que se come se cría”. Será por eso que hace un tiempo se creía que el consumo de leche estimulaba la secreción de leche en las mujeres. Además, la leche, el pan, los huevos y la miel, se consideraban alimentos energéticos de fácil digestión. Por ello, eran muy recomendables para personas enfermas y convalecientes, como las mujeres recién paridas, que pasaban el puerperio en casa siendo atendidas por familiares y amigas. De ahí que las torrijas, cocinadas con dichos ingredientes, fuese un plato indispensable en la dieta de las parturientas, antes y después de dar a luz. También se ofrecían a los invitados en las celebraciones de nacimientos, ya que en aquella época, la leche, los huevos, la miel y la canela, eran ingredientes de lujo.
De hecho, en algunas ciudades se siguen llamando como antaño. En Menorca “sopes de partera”, en Galicia “torradas de parida” y en la cocina sefardí las llaman “rebanadas de parida”. Por tanto, aunque no se conoce su origen exacto, sí sabemos que ya se elaboraban en la Península Ibérica antes de su expulsión en 1492 y que acompañaron a los judíos en su exilio. Existen numerosas recetas de la época de los romanos, por lo que es uno de los postres más antiguos que existen.
Juan del Encina fue el primer autor que usó la palabra «torrejas» en un villancico de 1496 en el que unos pastorcillos le llevan presentes al niño Jesús y a su madre. Por eso en León, su ciudad, se celebra todos los años el Concurso Nacional de Torrijas.
A partir del siglo XVI son frecuentes las menciones de este dulce en villancicos, poesías y comedias. Algunos escritores, como Lope de Vega, las mencionaban en sus obras: “Si haciendo torrijas andan, serán para la parida” (La niñez de San Isidro). De hecho, estaban tan ligadas a los partos que en el diccionario de la lengua española las definían como: “rebanadas de pan fritas y untadas en miel que dan a las mujeres paridas en España”.
Cuando los ingredientes se abarataron, las torrijas sencillas de vino o leche, pasaron de las grandes ocasiones al menú cotidiano. Como durante la Cuaresma no estaba permitido comer carne, se empezaron a elaborar dulces de gran aportación calórica, para sobrellevar el ayuno. Así, se pusieron de moda en esta época del año los buñuelos, las rosquillas, los pestiños… y las torrijas.
En mi familia, mi abuela era la encargada de endulzar la Semana Santa. Ella y las mujeres de su época, tenían la mágica habilidad de convertir un trozo de pan duro en el más exquisito manjar. Su receta de torrijas ha viajado del norte al sur de España, pasando por La Mancha, restaurantes de tíos, primos y alguna pastelería.
Hoy en día, existen distintas recetas, han cambiado algo los ingredientes y las elaboran lo mismo hombres que mujeres. Algunos, para que engorden menos, las cocinan a la plancha en lugar de fritas, cambian la miel por estevia y en vez de pan duro, utilizan rebanadas especiales. Pero aquellas torrijas de madres y abuelas, empapadas en amor, leche, azúcar y canela, siguen conservando en nuestra memoria un agradable dulzor.
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