El silencio tiene alma y compás. El silencio precede a toda creación.
Tras las cosas que vemos y el ruido de este mundo-espejismo, hay otras realidades que no poseen materia, ni objetos, ni relojes, ni opiniones, ni lamentos, nada. Al otro lado de nuestra existencia laten dimensiones que requieren detenerse y callar para poder reparar en ellas. Son islas ingrávidas y musicales.
Cada vez tengo más sed de silencio. Cada vez expando más las horas del día que ocupo (o debería decir, libero) para esperar que el silencio entre en mí, para esperar haciendo de la espera un fin en sí misma. Espero y escucho.
Hay días en que las palabras me cuestan, empezando por las mías. Me parecen espejitos mezquinos, instrumentos sofisticados que esconden una verdad a la que son incapaces de dar acceso. Agota seguir hablando, e incluso escribiendo, cuando me invade la sensación de que las palabras obran más como agujeros negros que como puentes con un universo que vibra y canta desde sus bosques invisibles.
En la Cábala, la mente en su estado primigenio se presenta como Yetzirah, el agua en la que sopla el espíritu de Dios. Estas aguas poseen una sabiduría que no puede expresarse, pero si puede ser captada en el silencio.
La totalidad pura, la ausencia de dualidad es el sonido del silencio.
Cada vez tengo más sed de silencio. Cada vez expando más las horas del día que ocupo (o debería decir, libero) para esperar que el silencio entre en mí, para esperar haciendo de la espera un fin en sí misma. Espero y escucho.
Cada una de las esferas del árbol de la vida cabalístico no son más que Ein Sof (El Infinito, lo absoluto) y Chashmal, la voz del silencio, es la energía que alimenta a Aleph, la primera letra del alfabeto hebreo, y que simboliza una unidad con Ein Sof.
El mundo nace en las aguas del silencio y aunque se manifiesta como diversidad, nunca deja de ser ese fondo silencioso. Y, a fin de cuentas, ¿qué mundo podemos esperar del ruido y el caos? ¿Qué acciones podemos esperar de una sociedad que contempla el silencio como un bien de consumo para momentos puntuales, y lo desdeña como una forma de vivir, como una condición sine qua non?
Lo más cercano dentro del arte que he encontrado últimamente en mi búsqueda del silencio, y se lo recomiendo, es la obra de Tomás Sarraceno. El artista argentino se vale de herramientas como la percepción sutil o la poesía de las matemáticas, algo que, por otra parte, siempre he apreciado de una manera intuitiva y a pesar de mi ignorancia en la materia.
Sarraceno inauguró este 2021 con un concierto en Roma a través de una instalación multisensorial de láser, sonidos y vibraciones. En 2007 ya nos había impactado con Event Horizon, una instalación sonora donde era posible escuchar las vibraciones producidas por una araña. Los sonidos producidos entre las telarañas se traducían en frecuencias audibles para los humanos a través de un altavoz.
Sarraceno pone de relieve los planos que conviven, las arquitecturas que normalmente ignoramos, pero que están a nuestro lado mientras avanzamos “pisando fuerte” entre conceptos y distracciones.
Esta noche, sola frente al mar, he querido escribir sobre esta búsqueda, sobre esta espera.
El silencio es tan real como la arena en la que hundo mis pies. El cielo está cuajado de estrellas. No es un silencio forzado; no es que la ciudad esté dormida, sino que llega de todas partes, como las olas a la orilla –de las estrellas distantes, de las palmeras que se recortan contra el horizonte, y de mi corazón. Hay un silencio del alma y de la mente que nunca es invadido por ningún ruido, por los pensamientos o por los acontecimientos. De este silencio brotan las acciones que transmiten paz.
El día está encendiendo el cielo. Se apagan las luces del puerto. Cierro el cuaderno y escucho un rumor, como a través de una puerta ligeramente entreabierta. El gran silencio habla a través de todas las cosas. Yetzirah y Chashmal se abrazan sobre el embarcadero. No hay nada que decir. Solo calma y
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