Estar en silencio y a solas invita a pensar, equilibrar la mente, procesar acontecimientos y dejar volar la imaginación. Son muchos los padres que aseguran ver a sus hijos sobreexcitados a diario, pidiendo a cada segundo hacer algo. Generalmente los adultos ven normal que sus niños hagan, descubran y aprendan, pero suelen pasar por alto que un niño también aprende cuando logra aceptar determinados momentos sin hacer nada, relajado y permitiendo escucharse. El aburrimiento en los niños es necesario.
Los niños suelen expresar su estado de apatía. Piden jugar, salir al parque o dar un paseo. Los padres se sienten culpables, les asusta que sus hijos puedan sentirse incómodos o insatisfechos y, procuran satisfacerles. En el hogar, atienden sus demandas con la televisión, los videojuegos y juguetes varios (resulta habitual, además, aplacar los deseos de activación de los hijos con sus propios dispositivos móviles); fuera de casa les apuntan a actividades extraescolares (en muchas ocasiones, ni siquiera elegidas por ellos) como inglés, baile o gimnasia. Todo esto les mantiene en una constante actividad, les satura y genera desmotivación.
Los niños nos ven y pese a que para ellos no existen los horarios, se ven inmersos en carreras constantes por hacer y por cumplir con sus propias obligaciones.
Llegamos a obviar el concepto “tiempo” porque la sociedad y su ritmo es frenético. Los días pasan apresurados entre actividades y cambiantes relaciones sociales. Como adultos vivimos entre el trabajo y responsabilidades varias a lo largo del día. Los niños nos ven y pese a que para ellos no existen los horarios, se ven inmersos en carreras constantes por hacer y por cumplir con sus propias obligaciones. Sobre todo, hoy en día, somos esclavos -no solo en el trabajo, también en la escuela-, de una cultura digital adquirida con fuerza el último año. Las consecuencias: falta de concentración, complejos e insatisfacción, generada por adultos que comparan y buscan hijos que rocen la perfección.
El aburrimiento es necesario
Un niño que afronta la vida desde su punto de mira, sin grandes pretensiones, ni metas a alcanzar, llega a interiorizar la ocupación constante, porque es lo que recibe de sus cuidadores y entorno más cercano. Los niños van a clase, pero muchos continúan a lo largo del día con otras exigencias. Lo que conseguimos los adultos con eso es instaurarles en un mundo de estrés, agobio y cansancio mental.
El aburrimiento es un sentimiento adecuado en el adulto y en el niño. Como seres experimentados solemos pedir tiempo, tranquilidad y soledad. Al niño le urge también. Sin embargo, no le permitimos sentirlo y nos angustia incluso que lo verbalicen. Esta emoción nos ayuda a conectar con nosotros mismos y, descubrir qué queremos de verdad y si hay algo que nos está perturbando.
Según diversos especialistas no hacer nada es conveniente. Resulta un aprendizaje veraz de la vida. Un reciente estudio se refería al aburrimiento como fuente de creatividad y productividad. Sus investigadores aseguraban que potentes empresas alentaban a sus trabajadores a desconectar y relajarse durante su jornada laboral.
“Aceptando el aburrimiento se llega a un mejor autoconocimiento y autorregulación”, destaca Merche Báez, orientadora educativa. La profesional recomienda a los padres que recuerden su propia infancia y como ideaban modos de entretenerse en la calle: “se sentaban y tiraban en la hierba o sentaban en el suelo en muchas ocasiones, y sin hacer nada”. “Ahora a los niños se lo damos todo hecho”, remata.
Educamos a nuestros hijos en la inmediatez y no los preparamos para la espera. En el libro “Educar en el asombro”, su autora, Catherine L`Ecuyer comparte la idea de los niños necesitan momentos de reflexión -sin tanto estímulo externo- y poder asombrarse para ser más creativos y adaptarse mejor a su entorno.
Se busca más a un niño activo que feliz
La sociedad actual nos hace creer que no podemos permitir que nuestro hijo se aburra y pierda el tiempo, porque así se quedará atrás en este mundo más competitivo que feliz. “A mis pacientes les recuerdo de dónde venimos: nuestros antepasados. El ser humano evolucionó exponencialmente hace diez mil años con el sedentarismo, cuando pudieron parar a pensar; cultivaron, crearon y desarrollaron técnicas que hoy en día seguimos disfrutando. En definitiva, mejoraron su calidad de vida. Anteriormente se vivía siendo nómadas, donde sobrevivir era el objetivo, no se podía pensar más allá”, relata Daniel Esteban Díez, psicólogo infantil y juvenil.
El profesional expone una comparativa con la actualidad, en el caso de la sobreestimulación, porque con el cerebro siempre ocupado, se vive al igual que los nómadas. “No nos permitimos el tiempo y el espacio que necesitamos para pensar, crear y desarrollar con el fin último de generar calidad de vida. El aburrimiento es conveniente. Es importante tener nuestros tiempos de no hacer nada, de entender cómo hemos llegado a cierta situación, qué se puede hacer y qué solución es la indicada a nuestras preocupaciones”, refiere Esteban Díez. Para él significa la mejor inversión que se puede hacer, con ello: nos convertiremos en personas más creativas, pacientes, relajadas… y, a través de uno mismo, encontraremos nuestra fuente de inspiración hacia el aprendizaje.
En un momento inicial como padres llegaremos a ese crucial punto. Tras ello, se puede inculcar esa filosofía de vida saludable a los hijos. El experto propone para terminar, una actividad para realizar en familia: estar 7 días sin aparatos electrónicos. Después hay que descubrir las habilidades que se potenciarán en todos los miembros de la familia. “Juntos encontraréis las claves para sobrellevar el aburrimiento”, expresa Esteban Díez.
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