Hace poco escribía un artículo sobre un tema que nada tiene que ver con el libro que recomendamos, pero al que inicialmente había puesto este mismo título: «Lo quiero todo», sin saber que ya era un libro. Mi artículo se quedó finalmente con el título de la Ley del deseo, por el valor que se da hoy día a los deseos como garantía de felicidad, y que convierte automáticamente en loable cualquier deseo por el mero hecho de desearlo. La sociedad actual nos vende así que todo lo que deseamos lo podemos tener, pero cuidado con lo que podemos desear porque nos puede destruir también. Sin embrago, la autora del mismo, sabía muy bien lo que quería. Vivir a tope se puede, incluso cuando parece que no, cuando el deseo de hacerlo de verdad es bueno. Volvemos así a la dicotomía del bien y el mal, de la moral o no, de lo que hace sublime a la persona o la hace daño.
«Lo quiero todo». Es el título de este librito muestra bien el tono característico de la humanidad de Marta Bellavista, «una fiebre de vida» que se expresaba en una curiosidad, llena de estupor y gratitud, hacia toda la realidad. En ella vibraba una intensidad de deseo que abarcaba todo, desde sus pasiones, como el baile, al estudio y los amigos. Deseo que se concentra en una única petición persistente: la de ser feliz.
La vida de Marta, una larga carrera de apenas veintisiete años, se tornará dramática y lúcida con la reaparición en 2008 del mal que la llevaría a la muerte dos años después. Marta afrontará esta circunstancia como ocasión para vivir «una plenitud total», sin ceder a la desesperación, dentro de la fatiga cotidiana de los agotadores y dolorosos tratamientos médicos, consultas y pruebas. En los límites de una existencia físicamente cada vez más precaria, Marta vive su enfermedad como un gesto continuo de ofrecimiento a Cristo como circunstancia con la que contribuir a edificar con su vida la comunidad cristiana.
«Jesús, revélate a mí, dame un corazón puro, simple, listo para amarte en cada instante, un corazón que ansíe por ti, ¡solo por ti!».
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