Relato de Irina Galera, ganadora de la X edición de Excelencia Literaria
Como sus padres no le permitían curiosear en el teléfono móvil durante el almuerzo, Joaquín había tenido que esperar a que finalizase la comida para conectarse. Aquellos treinta minutos se le habían hecho eternos, pero al fin había llegado el momento de sumergirse para bucear libremente por internet.
Abrió el Twitter, leyó con indiferencia algunas noticias, pasó algunos memes y cerró la aplicación. Le tocaba el turno a Instagram. Su última publicación, de hacía dos días, aún recibía Me gusta. ¡Acababa de superar los doscientos! Aquella cifra le hizo sentirse satisfecho. La imagen era un autorretrato que se sacó en la playa. El torso liso, la sonrisa desvergonzada y el pelo mojado y revuelto mostraban a un chico con pinta de haber tenido pocos problemas en la vida. Bien es cierto que dicha foto le había costado varios intentos. De hecho, no le gustaba ir a la playa. Le molestaban el sol y la arena, pero había acudido con su amigo Pedro para sacarse aquella instantánea. Sabía que las fotografías quedaban bien en aquel fondo.
<<Mereció la pena>>, pensó Joaquín tumbado en el sofá.
Disfrutaba al imaginarse a su audiencia muerta de la admiración o la envidia.
De improviso una mano salió de la pantalla del móvil, le tomó por la camisa y le arrastró dentro del aparato. Joaquín se levantó aturdido y asustado. Le rodeaba una catarata de imágenes en la que aparecían sus amigos y conocidos, en la misma playa y en otras playas.
<<¿Cómo puedo salir de aquí?>>.
Se había quedado atrapado en Instagram.
Echó a correr y al saltar sobre las fotografías brotaban los corazones del Me gusta, golpeándole en el rostro. Se empezó a poner nervioso y sacudió la pantalla con las manos.
–¡Socorro! –gritó–. Pero, ¿qué clase de pesadilla es esta?
Comprendió que si continuaba encerrado en el teléfono móvil no podría juntarse con sus amigos, ni pasear por las calles, ni hacer viajes, ni sacar fotos ni grabar vídeos para publicar en las redes sociales. Sintió pánico dentro de aquella prisión virtual. Así que empezó a andar en círculos, intentado encontrar la salida. Ignoraba que ya era demasiado tarde. La vía de escape se había cerrado para convertirle en un triste algoritmo.
Por Irina Galera. Ganadora de la X edición de www.excelencialiteraria.com
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