Las relaciones humanas son complejas. Cada persona lleva consigo una mochila de lágrimas, experiencias, risas, sueños y recuerdos. Cada uno de nosotros somos más de lo que mostramos. Escondemos batallas y silenciamos tristezas con los candados de las sonrisas fingidas. Por eso, no siempre nos resulta fácil entender los motivos que existen detrás de las acciones de los demás e inevitablemente los juzgamos, a menudo injustamente.
Siempre me ha gustado fijarme en los ojos de la gente. Decía Friedrich Hebbel que los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo. Observar la mirada de los demás nos da más información de lo que pensamos para, al menos, intentar comprenderlos. Las miradas forman parte de la comunicación no verbal, pero nos resulta más fácil ir por la vida con una venda en los ojos y el corazón lleno de parches (ojos que no ven, corazón que no siente). Nos estamos acostumbrando a expresar e interpretar los sentimientos a través de emoticonos.
Decía Friedrich Hebbel que los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo.
Nos estamos perdiendo la magia de descifrar las emociones de los demás en su mirada y la emoción de conocer poco a poco su alma. Nos privamos de ese misterio lleno de matices que explican la calidad o complejidad de nuestras relaciones y las actuaciones de otros.
De nuestros cinco sentidos me atrevería a aventurar que la vista es el más sincero de todos. Con la mirada podemos intuir si la persona está pensando, recordando, dudando o manteniendo un diálogo interno. Cada mirada es una historia, cada persona es un mundo y como ser humano cada uno tiene su propia personalidad, opinión, cultura, gustos, días buenos y días malos.
Más allá de las inevitables urgencias del momento, va disminuyendo la amplitud de nuestra empatía y aumenta la miopía de ver solo nuestra propia historia. Esto nos dificulta ponernos en el lugar del otro y cada vez es más difícil construir relaciones ricas, fuertes y sanas.
Entender a los demás es algo en lo que tendremos que trabajar siempre ya que el interior humano es complejo, pero a la vez, es asombroso descubrir cómo en lo esencial somos todos iguales.
Para eso, debemos entrenar el corazón para que palpite cuando otros sufren y para que genere el deseo de minimizar su sufrimiento; enseñar a nuestros ojos a captar el brillo en la mirada de los demás, de modo que nos alegremos de sus logros y su felicidad; llegar a descifrar una mirada de sufrimiento en unos labios que expulsan veneno o maravillarnos con la inocencia que nos regalan los ojos infantiles.
Al observar, escuchar y preguntar, eliminamos poco a poco esa molesta actitud de juzgar, mostrando un interés real y sincero por las historias que traen consigo los demás. La amistad y el amor se nutren de estos hábitos, enriquecen siempre nuestra vida y permiten que la disfrutemos al máximo.
Para eso, debemos entrenar el corazón para que palpite cuando otros sufren y para que genere el deseo de minimizar su sufrimiento; enseñar a nuestros ojos a captar el brillo en la mirada de los demás.
Ser hombre y ser en comunicación son la misma cosa; el hombre no puede realizarse sólo, en su interior está la búsqueda del otro.
En nuestras relaciones sociales, no podemos olvidar que cada uno de nosotros es un individuo, que ve la realidad de una manera y que posee su propia verdad. Interpreta el mundo, reacciona ante los estímulos y actúa según su visión. Con frecuencia, damos por sentado que los demás comparten la misma verdad o forma de interpretar la realidad que nosotros y esto es un error que tiene consecuencias.
La necesidad que tenemos de conquistar nuestra autenticidad e identidad humana –a lo que me gusta llamar nuestro tesoro escondido-; exige esfuerzo, reflexión y comunicación con otras existencias e historias diferentes a la nuestra. No se puede aprender y crecer si uno no concede valor a las ideas y formas de interpretar la realidad de los demás. En este proceso tenemos que aprender el arte de escuchar y, escuchar bien es mirar de manera profunda al otro, es contemplar su unicidad y dotarla de valor.
Para lograr descifrar la mirada de los demás, primero hemos de mirarnos a nosotros mismos, ya que no podemos dar lo que no tenemos. Tenemos previamente que peregrinar hacia nuestro fondo, viajar hacia nuestro ser y sufrir hasta encontrar la sensación de volver a casa.
Contemplarnos y admirarnos hasta que entendamos que dentro de nosotros hay un espacio sagrado, un lugar donde se da culto a lo desconocido, un misterio que no podemos comprender ni manipular. Al igual que la vida es una incógnita por descifrar, el otro alberga en su interior un tesoro desconocido que muchas veces ni él mismo ha logrado aún encontrar. Cuando tenemos consciencia de esto, es cuando respetamos y entendemos a los demás.
Un diálogo de miradas o un diálogo de un alma a otra crea una relación que trasciende, un encuentro creativo donde se ilumina la verdad. Cuando encontramos nuestro ser y el de los demás, algo se reanima en nuestro interior y el mundo vibra con ello.
Un diálogo de miradas o un diálogo de un alma a otra crea una relación que trasciende, un encuentro creativo donde se ilumina la verdad.
Cuando leemos en los ojos de alguien odio, desconfianza, tristeza o ignorancia tenemos que ser conscientes de que también nosotros hemos estado en ese tramo alguna vez y que, tal vez, esté desorientado en su viaje hacia el interior, hacia su vuelta a casa. A veces solo necesita que otro le explique cómo le ven sus ojos para que encuentre el camino.
Termino volviendo al dramaturgo y poeta alemán, Hebbel: “Cada nuevo amigo es un pedazo reconquistado de nosotros mismos.”
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