Todos suspiramos con la palabra belleza y su significado: nos atrae y reconforta. Pero ¿dónde está?, ¿cómo descubrirla?, ¿cómo disfrutar de ella en la vida cotidiana?
La belleza, como tantas realidades, es un misterio que nos apela. Una llamada que nos entusiasma la vida y nos impele hacia lo alto, a los anhelos de infinito que posee el alma humana.
Los grandes filósofos clásicos ya estudiaban ese atractivo, y su relación con la bondad y la verdad, tan estrechamente unidas. Por ejemplo, Platón señala que el objetivo de toda educación es enseñarnos a amar la belleza. La belleza en todas sus formas.
En la naturaleza, que nos envuelve con la maravilla de su encanto y perfección, con su milagro constante, que podría no suceder, como la brisa del mar, las hojas de los arboles al viento, el trinar de los pájaros, el colorido y aroma de las plantas y las flores… También en una persona, con toda su grandeza y dignidad, en las relaciones de amistad, de cariño desinteresado, en la generosidad y lealtad a los demás, en la coherencia con lo que pensamos, queremos, hacemos. En especial en la propia familia: esa institución natural intrínseca a la persona, donde crece cada una al sentirse querida, y donde puede dar lo mejor de sí pensando en los otros… Y esa es precisamente la forma de ser feliz haciendo felices a los demás.
Así como la belleza de cultivar el pensamiento y el espíritu, el corazón y la imaginación… Y muchas otras cosas relacionadas, como la maravilla de un trabajo bien hecho, que nos ayuda a crear belleza, o pintar un lienzo con colores que inspiran, o tocar una música armoniosa que alegra… Una sonrisa o un detalle de cariño y amabilidad a quien lo necesita en nuestro día… Todo ello es y conforma una obra de arte. Debemos descubrir y saborear la grandeza y belleza de lo pequeño hecho por amor.
Algunos pasos que nos acercan…
*Admirarse de la belleza. Aprender a mirar y contemplar, asombrarse de esas realidades que nos interpelan hondo, y casi nos hacen volar. Disfrutar y extasiarse con ellas: sentir esa plenitud de lo creado que anima y eleva el espíritu. El asombro y el agradecimiento nos iluminan la vida, nos permiten disfrutar del milagro constante de la vida y su sobreabundancia de ser que rebosa por doquier y a lo que nos vamos acostumbrando… y no prestamos atención.
- Sumergirse en lo bello, en la armonía y encanto de lo que nos rodea. La belleza pone armonía en lo diferente y lo unifica. Disfrutar de la belleza de lo natural, de las montañas, su silencio envolvente y reconfortante que nos permite “asomarnos” a nosotros mismos, el atractivo y encanto del oleaje del mar, que siempre es diferente, con los cielos tornantes y su luz cautivadora, desconectar de tecnologías que muchas veces no nos dejan vivir… para conectar con uno mismo, con los demás.
- Educar la sensibilidad y el buen gusto para descubrir lo de veras bonito y armonioso, y saborearlo. No solo pensando en los hijos, que ya están «predispuestos» si se lo permitimos, o en los amigos, sino también en uno mismo. Cultivar el corazón, abrir sus puertas a la belleza.
- Rebuscar en lo clásico lo bello de nuestras raíces. Señala Andrea Marcolongo que lo clásico es como unas gafas para ver el mundo, pero no un mundo pasado, sino que está fuera del tiempo. Atemporal. Lo memorable, digno de ser rescatado del tiempo, que nos aporta sentido. “Raíces y alas”, que apunta Goethe.
- No renunciar a pensar y usar el cerebro de forma pro-activa, a la creatividad tan propia e intrínseca de la persona. Algo que las pantallas interfieren y marchitan, si no se cuida, porque están diseñadas para enganchar. Uno se acostumbra depender de él, pues son “cómodas” porque evitan que usemos el pensamiento. Y, como señala una máxima neurobiológica: “lo que no se usa se pierde”. El pensamiento se concreta en palabras. Como dijera J. R. R. Tolkien, “la palabra es la puerta de entrada a la realidad”. De hecho, su Legendarium parte de las palabras y lo que significan, y las historias que alumbran… Te lo cuento en mi blog en entradas sobre Tolkien. Pensamiento y lenguaje van muy unidos. Uno se comunica con los demás y transmite lo que piensa, siente, vivencias… mediante palabras engarzadas dotadas de significado propio, que no debemos alterar, desvirtuar, ni manipular, sino usar las apropiadas para cada realidad. Hablar en verdad. También palabras escritas.
- Y la creatividad, resultado de un pensamiento y un trabajo profundo que nos hace disfrutar y llegar a ese estado de “flow”, tan concentrado, con su belleza creativa, en el que casi podemos “volar”… Con la formación de nuevas sinapsis y neurogénesis que la acompañan. Así, hacer una auténtica “obra de arte”, original, inspirada y elaborada, en cualquier tipo de trabajo por “pequeño” que pueda parecer.
Decía el gran director cinematográfico Frank Capra: “Una corazonada es la creatividad tratando de decir algo”. Dejémosle hablar…
¿La Belleza nos salvará…?
El título del artículo es un interrogante que se hace Fiodor Dostoievski ante algunos pensamientos que se plantea y escribe. Y la conclusión, después de toda su vida de experiencia meditada, es un sí. Un sí con contenido específico que te invito a investigar…
La belleza es necesaria para vivir con entusiasmo y plenitud, con sentido, que es la auténtica forma de vivir. Amplía horizontes, nos da su fuerza y atractivo y cala hondo en el espíritu. Nos hace resurgir.
La vía por la que se capta es a través de la afectividad: una vía directa al corazón, como señalara J. H. Newman. “Al corazón se llega habitualmente, no a través de la razón, sino a través de la imaginación”.
La imaginación tiene mucho que ver con lo bello. Los niños ya poseen esa capacidad de distinguir lo bello de lo que “repele”. Y al desarrollarse un poco son capaces de admirar y contemplar mejor esa belleza. Pero, con el paso del tiempo, a veces olvidamos ese saber mirar con una mirada «nueva», “limpia”, sin prejuicios, como ellos. La imaginación es una facultad del alma para comprender realidades que quizá sean “invisibles”, aunque sí verdaderas.
Además, como nos desvela J. R. R. Tolkien, la fantasía ayuda a recuperar la belleza del mundo creado, a valorar las historias arcanas llenas de contenido y sabiduría que nos conforman como personas. Un mundo que nos reconforta y presta una imagen de lo que podría ser, si apostamos por lo mejor del ser humano. Como su Universo…
Lo bello nos hace capaces de disfrutar, de amar, de aspirar a nobles ideales. Como decía, hay mucha relación entre la bondad y la belleza, entre la ética y le estética. Todo lo bueno es bello, aunque no siempre lo veamos a primera vista. Hay que aprender a mirar, saber admirar y ver. Además, la persona posee una gran capacidad de bondad, de tender hacia lo bueno y bello, pues tiene anhelos de infinito que la encaminan a ello. Y debemos desarrollar toda esa potencialidad. La belleza es como “la llave” que nos abre a lo verdadero y bueno, a lo noble.
De ahí esa necesidad de educar la delicadeza y el buen gusto para detectar belleza, que por otra parte se encuentra en muchísimas realidades. En el universo entero, y en concreto en cada persona: ese «pequeño universo» misterioso y casi infinito que se abre dentro, y es cada una de ellas.
Captar el alma de las cosas sencillas que nos salen al encuentro. La sencillez es un arte que permite disfrutar de lo bello y armonioso. Sin estridencias ni complicaciones retorcidas… Sencillez es belleza. Y la puerta a la sabiduría.
Un pensador francés, Gustave Thibon, del que te recomiendo sus libros, define armonía como «unidad en la diversidad». Por eso, descubrir la fuerza de atracción de la belleza que nos da energía y encanto, que une y atrae. Y la capacidad de amar, la más alta libertad del ser humano, que hace resurgir a lo bello y transforma la realidad con su toque esperanzado.
Decía el genial G. K. Chesterton. “Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina”… “Cada cosa tiene un sello divino, y quien lo descubre es feliz y da gracias al Creador”.
Descubrir y disfrutar de la belleza es el primer paso para agradecer y sembrar belleza a nuestro alrededor…
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