El evangelista Juan afirma con rotundidad: «El perfecto amor expulsa el miedo» (1Jn 4,18). Reconstruirnos después de la pandemia tiene un primer paso fundamental: eliminar nuestros miedos. Si recordamos nuestra infancia, cuando el miedo nos acechaba, quizás en la oscuridad, buscábamos la mano amable de nuestros padres. El contacto con su piel nos trasmitía una corriente de amor y seguridad que eliminaba nuestro temor. Si afianzamos nuestras relaciones, si nos sentimos hijos y hermanos, el amor fortalecido expulsará de nuestros corazones el miedo acumulado.
San Pablo nos exhorta: el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado (Rom. 5,5). El Espíritu Santo nos alienta a tomar la mano de Dios Padre para que, al sentir el aliento espiritual de su cercanía, expulsemos nuestros miedos y temores. El Espíritu Santo, agente principal de la vida espiritual, promueve en nosotros la vida teologal: «vida en fe, esperanza y caridad», que nos une más íntimamente a Cristo y nos ayuda a realizar en nuestra vida la voluntad del Padre. Pentecostés es un derroche de amor que nos invita a recuperar la normalidad, a pesar de que el miedo siempre acecha como un virus sutil.
Necesitamos reconstruirnos: la pandemia no solo ha debilitado nuestro cuerpo, también nuestro espíritu se ha visto gravemente afectado. Pero la reconstrucción no puede ser desde el arrojo de la inconsciencia sino desde la certeza de que tenemos instrumentos suficientes para revestirnos de un EPI (Equipo de Protección Individual) que nos protege. Para salir de la pandemia del espíritu necesitamos defendemos con la vacuna de la vida teologal, tres dosis que inmunizan: una fe fuerte en el convencimiento de que Dios dirige los pasos de mi vida y él es la meta de mis días; una esperanza segura que levanta mi mirada de los agobios del presente para contemplar horizontes abiertos de eternidad; un caridad constante que bebe en la fuente del amor que es Dios mismo; un amor que no está sujeto a eclipses y que se derrama hacia los demás, especialmente a los más débiles: solo merece la pena hablar de cansancio si es un cansancio por amor… Con esta triple dosis, alcanzamos una inmunidad personal y de rebaño que nos defiende a todos.
En Pentecostés, el Espíritu Santo viene como una cuarta dosis de refuerzo a nuestra vida teologal, derramando en nosotros sus dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios, «un manantial de agua», que satisface nuestra sed de eternidad. Beber en esta fuente alienta nuestros pasos hacia la plenitud de vida, hacia la santidad a la que todos estamos llamados. A la luz de estos siete dones, revisamos nuestra vida:
1. Sabiduría
No se trata de erudición sino de «saborear» la grandeza infinita de Dios, gustar de un encuentro amoroso con él. La sabiduría es más una «experiencia de amor» que un repetir conocimientos: ¡Dios me conoce y me ama! ¡Quiero conocerle más para amarle más!
► ¿Me siento conocido y amado por Dios? ¿Sé que no camino solo y que Dios va conmigo? ¿Saboreo la grandeza de Dios, que sobrepasa cualquier poder humano? ¿En momentos de oscuridad y duda me atrevo a coger su mano?
2. Entendimiento
Es «la penetración de los misterios de la vida: saber ver el sentido del correr de los días, el por qué profundo de lo que acontece». Para el creyente no existe el azar sino la providencia: Dios se revela en los acontecimientos de mi vida. ¡Dios nunca no se olvida de mí, aunque a veces se oculte!
► ¿Vivo ante la presencia providente de Dios y le dejo actuar en mi vida? ¿Acepto, también, lo que me incomoda, lo que no controlo? ¿Comprendo al otro, en su debilidad y suplo con amor lo que en él considero irrazonable y me cuesta aceptar?
3. Consejo
Hace referencia a la cordura del sabio, que «sabe hablar y callar a tiempo», actuar con prudencia y serenidad. El consejo es una benevolencia hacia el otro, una forma de amor creativo. Quien aconseja debe hacerlo desde la propia experiencia y con la suavidad de la caridad fraterna.
► «Escuchar es un arte»: ¿Escucho antes de dar mi opinión? ¿Sé ponerme en la piel del otro para comprenderlo? ¿Dedico tiempo a escuchar «las historias que ya me sé» de mis mayores? ¿Al aconsejar, «propongo más que impongo» y aconsejo «con dulzura y firmeza»?
4. Fortaleza
Es una actitud de permanecer firme y con la mirada levantada ante la adversidad y la duda; la fortaleza cristiana requiere el sólido pedestal de la fe. La fortaleza no es rigidez -la rigidez fácilmente se quiebra-, sino honda fundamentación para afrontar los lógicos vaivenes y crisis de la vida.
► ¿Se leer las adversidades: la enfermedad, las rupturas, la ancianidad… a la luz de la providencia de Dios y las afronto con la gracia de Dios? ¿Trabajo la virtud de la fortaleza: reafirmando con mis obras las convicciones de mi fe, aunque a veces nade contracorriente?
5. Ciencia
No es fruto de mucho estudio sino que brota de la humildad de descubrir en el poder del hombre el infinito poder de Dios; la ciencia verdadera sabe que toda la creación está al servicio de la persona, imagen de Dios: la ciencia es progreso si mejora a la gran familia humana.
► ¿Me preocupo en formarme, para dar respuesta a los desafíos que, hoy, plantea la ciencia? ¿Participo en el progreso humano, apoyando las iniciativas que mejoran la calidad de vida de todos? ¿Me tomo en serio el cuidado del planeta, colaborando en «construir una casa común»?
6. Piedad
No es una actitud apocada o simplemente devota. Es un amor «reverencial y contemplativo» por nuestro Padre Dios, un «embeleso ante su infinito amor manifestado en su Hijo», que provoca un deseo de corresponder a su amor paternal con un amor filial, que se expande a todas las criaturas.
► ¿Vivo un amor piadoso y reverencial hacia Dios, mi Padre? ¿Ser discípulo de Cristo, me empuja a crear relaciones respetuosas, valorando al otro, alegrándome por su bien? ¿Bajo la luz del Espíritu cultivo mi vida de oración y celebro los sacramentos, especialmente la Eucaristía?
7. Temor de Dios
No es «miedo» sino descubrir nuestra finitud y admirarnos de la grandeza de Dios. Solo Dios es Absoluto y Todopoderoso: todopoderoso para amar, todopoderoso para personar; y nosotros solo somos criaturas: nos parecemos a él cuando amamos, crecemos en amor cuando perdonamos.
► ¿Vivo un «sano temor de Dios», que fortalece una vida moral correcta, cumpliendo los mandamientos como expresión de amor a Dios y a los hermanos? ¿Eludo la idolatría de las redes sociales y custodio con prudencia y pudor el valioso tesoro de mi intimidad?
Con María la Madre del Señor
El libro de los Hechos de los apóstoles narra que el día de Pentecostés los discípulos estaban reunidos con María, la Madre del Señor, (cf. Hch 1, 14. 2, 1-11). Ella, cobijó bajo su manto maternal los primeros miedos de la Iglesia joven y alentó sus primeros pasos misioneros. Ella, que es nuestra Madre, nos acompaña, como a los primeros discípulos, en la acogida del Espíritu Santo, que nos alienta a expulsar el miedo y a caminar como cristianos adultos, dispuestos a dar testimonio valiente de nuestra fe.
Ante un embajador con tales dones, también nosotros exclamamos, con toda la Iglesia: ¡Espíritu Santo, ven!
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