El acontecimiento guadalupano es un hito histórico que marca un tiempo nuevo en todo el continente americano. ¿Cómo una mujer, a través de su imagen, puede cambiar todo el paradigma conocido hasta ese momento en el nuevo mundo? ¿Por qué en España desconocemos este modelo de mujer que tanto ha influido y tiene que ver con nuestra identidad?
María, evangelizadora «imagen» de la humildad
María de Guadalupe aúna a todos los pueblos, a todas las razas, abriendo el cielo, y con ello un nuevo horizonte para todas las tribus indígenas que poblaban aquellas tierras. ¡Qué humildad joven mujer mediterránea! Portadora de vida, es el perfecto icono del dicho popular: “una imagen vale más que mil palabras”.
Desde la humildad de esa adolescente hebrea, la imagen de Guadalupe consigue unificar un territorio, y alumbra una nueva nación, que durante varios años conquistadores, evangelizadores e indígenas, con todos sus esfuerzos, no habían conseguido.
Quizás el acontecimiento de la evangelización de América ha sido uno de los más castigados por la revisión falaz de la historia, por ciertos sectores detractores, los cuáles a través de intereses ideológicos cargados de un anacronismo ignorante de la verdad histórica, han realizado un juicio con tintes de leyenda negra que permea varios siglos después, en el imaginario social, e injustamente se aleja mucho de la verdad del acontecimiento. Sin querer entrar en la revisión histórica de las apariciones guadalupanas, ampliamente documentadas a nivel histórico, pondremos la centralidad en María de Guadalupe, esta gran mujer. Documentos históricos contemporáneos a las apariciones como el Nican Mopohua, “Aquí se narra”, en nahuatl (la legua indígena del momento de la evangelización de América en la zona de México), de Antonio Valeriano; el Códice 1548, relato fiel del siglo XVI; o Flor y Canto, obra de poesía indígena entre otros muchos, testifican la historicidad del acontecimiento.
Si la tripulación de Hernán Cortés quiso regresar a España, después de la ardua travesía marítima que implicaba en el siglo XVI cruzar el Atlántico, poniendo la vida en juego, y sin certeza de tierra firme cercana, qué grandeza personal no debía caracterizar a aquellos hombres, y qué valores infundieron las órdenes de Isabel la Católica, para que la expedición liderada por el navegante extremeño, resistiese y permaneciese al grito de Cortés con su famosa sentencia de “a quemar las naves”, incinerando las carabelas que los portaron a tierras mesoamericanas poniendo fin a las ideas de regreso. Lo que este hombre no pudo conseguir por las desaveniencias entre los intereses de cada uno, lo logró la intervención divina, a través del descenso del cielo de la Virgen de Guadalupe.
La imagen de Santa María de Guadalupe, actualmente venerada en la Basílica de Guadalupe en el Tepeyac, Ciudad de México, donde tuvo lugar la visión por parte del indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin, y donde la misma Virgen pidió que se le erigiera una casa, ha sufrido grandes ataques y persecuciones, sin lograr en 491 años desde las apariciones, que nadie pueda desacreditar este acontecimiento extraordinario, pero a la vez terrenal e histórico.
La imagen de Santa María de Guadalupe es una realidad sobrenatural, que nos abre a la trascendencia de la fe, y abre las miras al cielo, catapultándonos a la verdad ontológica de lo divino.
La tilma o ayate, que era la vestimenta de los indígenas de la época, semejante en su estilo a un poncho, está fabricado de la fibra vegetal del agave popolute, también conocido como ixtle, tela con la que los pobladores de aquellas tierras envolvían su cuerpo para resguardarse del frío invierno mexicano. Este es el material donde la Virgen quiso quedar plasmada. La imagen de Santa María de Guadalupe es una realidad sobrenatural, que nos abre a la trascendencia de la fe, y abre las miras al cielo, catapultándonos a la verdad ontológica de lo divino. A través de la sencillez de una tela de fibra vegetal, que en buen estado de conservación, con suerte alcanza los 20 años, en 2031 cumplirá su 500 aniversario, permaneciendo intacta, a pesar de las vicisitudes y contrariedades atravesadas.
Un recorrido histórico que interpela
Si bien en la actualidad encontramos la tilma bien custodiada en una cámara acorazada, con un marco dorado y plateado, en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, en el cerro del Tepeyac; durante más de 116 años la imagen estuvo a la intemperie, resistiendo el continuo humo de las velas ofrendadas, el trasiego de peregrinos que la tocaban y pasaban su cuerpo para ser sanados de dolencias, el roce con objetos religiosos y de diversa índole, el extremo clima de la ciudad, con la salinidad características del lago de Texcoco, la exposición a insectos que la corrompiesen, y otras muchas adversidades.
En 1785, un trabajador de la basílica, limpiando el marco de la Virgen, derramó ácido clorhídrico en la tela, la cual no sólo no se deshizo, algo lógico frente a una tela vegetal tan antigua expuesta a un ácido tan corrosivo, sino qué con el paso del tiempo, la esquina donde se derramó el ácido, experimenta la reducción paulatina de la mancha que permanece sin explicación científica posible. También sufrió un atentado el 14 de noviembre de 1921, a manos de Luciano Chávez, el cual ejecutó lo que de forma subliminal parece un ataque del gobierno del entonces presidente Álvaro Obregón, conocido por su posición de hostilidad contra la Iglesia. Sin embargo, a pesar de la deflagración que reventó no sólo los cristales de toda la antigua basílica, sino de muchos edificios a la redonda, dejando un crucifijo macizo de bronce del altar ubicado al pie de la Virgen completamente curvado, y que en nuestros días, permanece expuesto en la actual basílica como testigo del suceso, pero que, no obstante, de manera inexplicable y milagrosa, no produjo ningún daño a esta vulnerable tela. ¿Qué temor existe hacia esta mujer, que hasta la posición política ha querido deshacerse ella? ¿Tan poderosa es la imagen de la Madre de Dios?
La intervención de Dios en la historia de América con este acontecimiento, tuvo como consecuencia la conversión de más de 9 millones de mexicanos en menos de 10 años, probablemente la más numerosa desde el acontecimiento de Pentecostés en los primeros siglos de la Iglesia, por lo que los misioneros españoles se vieron sobrepasados para asistir a tanta gente y administrar sacramentos, como el Bautismo. La imagen supone un códice perfectamente comprensible para la mentalidad del indígena, en el lenguaje pictográfico de los entonces moradores de la ciudad de Tenochtitlán, el cuál revela una verdad celeste. No por casualidad la Basílica de Guadalupe ha llegado a recibir anualmente más de 20 millones de peregrinos, superando incluso al lugar con mayor afluencia de peregrinos como es la ciudad de Roma y el Vaticano que se mantienen por debajo de los 19 millones de visitantes anuales.
La tilma de Santa María de Guadalupe supone la única imagen de la Virgen no elaborada por la mano del hombre, tanto Fátima, como Lourdes y otras advocaciones marianas han sido realizadas de acuerdo a las descripciones recogidas de los videntes que las atestiguaron. Sin embargo, María de Guadalupe quiso quedar plasmada tal cómo puede contemplarse hoy, sin intervención de la mano del hombre.
Los estudios realizados dirigen la mirada hacia un hecho sobrenatural
Se han realizado numerosos estudios científicos entorno a la imagen. Resalta en primer lugar, que el lienzo no está preparado para ser pintado. Cualquier pintor que pretenda una pintura de tal envergadura sabe que una tela debe ser primero preparada, a través del aparejo, la imprimación, la tensión con los bastidores, etc. La tela de Guadalupe no contiene en sí ninguna preparación. Al contrario, está remendada ya que se compone de tres tiras cosidas, de las cuáles una costura central, atraviesa toda la tela de arriba hacia abajo, y gracias a la inclinación de la cabeza de la Virgen en actitud de cercanía y humildad, no toca su rostro. Por el contrario, muchos de los remiendos de la tela e incluso pequeños orificios sirven para resaltar y dar volumen a algunos aspectos de la imagen, como si en una proporción perfecta la tela y la imagen fueran una sola cosa. Así mismo, en el periodo del siglo XVI en el que apareció la imagen, no existían pintores con el estilo de la imagen que se observa. Muy distintos eran los pictogramas del momento de los pintores tanto mesoamericanos, como europeos. Aunque la altura de la imagen de santa María de Guadalupe es de 1.47 cm, estatura realmente baja, aunque no tanto en el contexto de los indígenas, las proporciones con las que está realizada son aúreas, es decir, perfectamente humanas. La proporción aurea o la divina proporción, se encuentra en todo el cuerpo humano, la creación, así como las artes y las ciencias. En toda la tela no se halla rastro alguno de pincel, y la imagen se percibe en el revés de la tela, como si de una fotocopia se tratase.
La tilma de Santa María de Guadalupe supone la única imagen de la Virgen no elaborada por la mano del hombre, tanto Fátima, como Lourdes y otras advocaciones marianas han sido realizadas de acuerdo a las descripciones recogidas de los videntes que las atestiguaron.
Otro hito de la tilma de San Juan Diego es el estudio realizado por el doctor Richard Kuhn, premio Nobel de Química en 1939. El cual reconoció que: “los pigmentos de la imagen no son ni de origen animal, ni de origen vegetal, ni de origen mineral, ni de origen sintético […] No soy capaz de determinar de dónde proceden los pigmentos”.
Por otra parte, los investigadores Philip Callahan, biofísico de la Universidad de Kansas y Jody Smith, catedrático de Filosofía de la Universidad de Miami, estudiaron con rayos infrarrojos la tilma, reconociendo la ausencia de cualquier trazo o huella de pintura, percatándose también que no existe ningún tratamiento en la tela. Del mismo modo, ambos aseguraron que la imagen cambia de color dependiendo del ángulo de observación de la tela, fenómeno que se conoce como iridiscencia, cualidad óptica frecuente en seres vivos y la naturaleza. En este sentido, el ingeniero peruano José Aste Tönsmann del Centro de Estudios Guadalupanos de México, experto en el fenómeno guadalupano, estudió los ojos de la Virgen, ampliando las pupilas hasta 2500 veces, usando un microdensitómetro de precisión el año 1979, identificando en sus pupilas hasta 13 personajes relacionados con la escena en la que el indígena Juan Diego, mostró al obispo español Fray Juan de Zumárraga el ayate con el milagro de las rosas de Castilla, inexistentes en el arduo y desértico invierno del Tepeyac como prueba de lo acaecido, en el cual apareció impresa la imagen de la Virgen. Es como si la Virgen estuviese visualizando la escena, y justo después quedase impresa en la tela. Los personajes aparecen en ambos ojos, cada uno en la proporción de la mirada, y se reconocen 13 personajes históricos presentes en la escena, como el obispo de México Fray Juan de Zumárraga, su secretario y traductor Fray Juan González, o el propio Juan Diego, en unas córneas de apenas 8 milímetros. El doctor oftalmólogo Rafael Torija, confirma la hipótesis reconociendo las imágenes reflejadas en ambos ojos, respetando las proporciones ópticas de Samson-Purkinje, como si de los ojos de una persona humana viva se tratase.
La imagen de la Virgen además aparece en un tiempo crucial y apocalíptico para la población indígena. Sin entrar con exhaustividad en la cosmovisión azteca, civilización muy desarrollada en astronomía, acontecimientos históricos en el tiempo de la aparición de la Virgen, como la aparición en el cielo del Cometa Halley, un eclipse lunar, el solsticio de invierno, pues aunque la fecha del solsticio es el 22 de diciembre y no el 12, día de la guadalupana, existe un desfase exacto de 10 días entre el calendario Juliano que regía en 1531 y el posterior calendario Gregoriano que se adoptó tiempo después, y que coincide con la fecha. Un terremoto con destrucción de sus templos o una devastadora epidemia de viruela, marcaban un cambio de época que coincide con las apariciones de la Virgen.
Minuciosos estudios de los doctores Cantó y García de León, ubican en el manto de la Virgen las estrellas de las constelaciones de la noche tal cual debieron haberse visto en el día de la aparición. Las estrellas del manto de la Virgen de Guadalupe son una imagen especular anamórfica de las constelaciones vistas desde el espacio. Además, cada constelación que se identifica en el manto, supone una característica que se asigna a cada constelación, y se relaciona directamente con atributos de la Virgen o del Niño que porta en su vientre, pues está encinta. Todo esto nos remite a la cita de Apocalipsis 12, 1: “Apareció en el cielo un signo sorprendente: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y tocada con una corona de doce estrellas”. De manera literal la descripción de la Virgen de Guadalupe.
Una simbología descriptiva
Por último, apuntamos algunos símbolos y signos de la cosmovisión indígena, que se reconocen en la imagen. El cabello suelto, distintivo de la doncella virgen. El broche de jade en forma de cruz, que les remite a los estandartes de los españoles evangelizadores. Las manos unidas en señal de ofrenda pues trae a su hijo al mundo, como ofrenda a todos los hombres. El cinto negro en la cintura, signo de la mujer embarazada o encinta en la cultura indígena. Las 46 estrellas, por lo que se cubre con el cosmos, tan venerado por ellos. Los rayos de sol, Dios al que adoraban y alimentaban con sangre de sacrificios humanos, para que volviese a resurgir cada día, y sin embargo, es solapado por María. La flor sagrada nahui ollin, que es símbolo de la plenitud divina, que se contabiliza hasta 7 veces en su vestido, número que a su vez significa plenitud en la mentalidad judeo-cristiana. La rodilla aparece flexionada bajo el manto, por lo que la Virgen parece danzar, signo de adoración para el indígena. El color del manto es sin duda, el de una emperatriz, como el color de la vestimenta de Moctezuma emperador del imperio mexica, así como otros. Este título de emperatriz de las Américas se lo asignará ulteriormente el papa Pío XII. La luna ennegrecida, signo del eclipse lunar tan temido por los aztecas como signo del fin de los tiempos, está como escabel de los pies de María, del mismo modo, “Metz-xi-co” significa -en el ombligo de la luna-, por lo que esta mujer viene a posarse en sus tierras y bendecirlas. Por último, el ángel de los pies, tiene cara de anciano, porta la camisa de los neoconversos, y no tiene alas de ángel sino de águila, todo coincide con la descripción del indígena Cuauhtlatoatzin (“el que habla como águila”), que al ser bautizado cambió su nombre por Juan Diego. Con una mano el ángel toma el manto que simboliza el cielo, y con la otra la túnica que simboliza la tierra, por lo que el une el cielo y la tierra a través de la Virgen de Guadalupe.
La Virgen, más viva que nunca
Más difícil es creer que este acontecimiento es falso, que reconocer que se trata de una intervención divina. Ha existido entorno al acontecimiento por parte de sus detractores mucha mala fe y poca fe. Y aún sí la Virgen sigue más viva que nunca, palpitando en la Basílica. La Virgen de Guadalupe es un acontecimiento que cambia todo el paradigma y cosmovisión de un continente, y que además es una imagen profundamente Cristocéntrica como portadora de la vida, la vida del Salvador, la vida que tanta falta hace poner en el centro del debate en la actualidad, como ella lo hace en esta, su imagen. Hoy el resonar del cielo abierto cobra más fuerza que nunca, repitiendo las palabras que María de Guadalupe dijo a su más pequeño elegido: “¿No estoy aquí, Yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester?”
¡Qué humildad joven mujer mediterránea!
Portadora de vida, es el perfecto icono del dicho popular: “una imagen vale más que mil palabras”.
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