El fotógrafo de la Agencia Magnum, Marc Riboud (1923-2016), autor de fotografías icónicas de la historia del siglo XX, desarrolló toda su labor profesional dentro del estilo fotográfico conocido como «fotografía humanista«, tanto por los temas humanos que trata como por su deseo de comunicar con su expresión fotográfica sus sentimientos hacia los demás. Sirva esta preciosa fotografía hecha por él en 1958 en Japón como ilustración del tema que en este escrito se quiere tratar.
A veces se tiene la sensación de que es difícil sentir paz interior. Sobre todo, cuando se vive en un mundo tan acelerado y refractario a lo espiritual. Pero no es imposible si uno lo desea y lo busca de verdad. De hecho, se sabe de personas que bajo las condiciones más adversas, como vivir en un campo de concentración, mantuvieron la paz interior suficiente como para sobrevivir ellas mismas y ser una ayuda y soporte para otros.
Las prisas y obligaciones que caracterizan la vida actualmente en tantas sociedades, a menudo hace que la gente busque desesperadamente formas alternativas de poder «escapar» de lo que consideran una vida alienante y deshumanizada. Pero eso no es nada nuevo. Ya en su tiempo, el emperador y filósofo romano Marco Aurelio (121-180 A.D.) escribió en sus «Meditaciones«, «La gente busca el retiro en el campo, en el mar o en la montaña; y tú también sueles añorar tales retiros; pero todo ello es de lo más vulgar, porque puedes retirarte para tus adentros cuando lo desees. En ninguna parte puede el hombre hallar lugar más tranquilo ni más libre de ocupaciones que en su propia alma… Concédete ese tipo de retiro una y otra vez, y renuévate».
Marco Aurelio escribió: «En ninguna parte puede el hombre hallar lugar más tranquilo ni más libre de ocupaciones que en su propia alma… Concédete ese tipo de retiro una y otra vez, y renuévate».
En el cristianismo también se encuentran en ese sentido buenos pensamientos. Se afirma por ejemplo, que esa disposición de paz en el corazón puede lograrse cuando se pide persistentemente en oración el Espíritu de Dios y permite uno «llenarse de Cristo«, es decir, de su mentalidad espiritual o forma de ver las cosas. Quizá por eso, Thomas Merton escribió: «No podemos llevar la esperanza y la redención a otros, a menos que nosotros mismos estemos llenos de la luz de Cristo y de su espíritu… De hecho, nuestra búsqueda de Dios no es cuestión de encontrarlo por medio de ciertas técnicas ascéticas. Mas bien, es un aquietamiento y reajuste de toda nuestra vida por medio de la abnegación, la oración y las buenas obras, de forma que el propio Dios, que nos busca más de lo que nosotros le buscamos a Él, puede ‘hallarnos’ y ‘tomar posesión de nosotros‘». -Vida y Santidad, Sal Terrae, 2006, págs. 40-42.
En las Escrituras se afirma que «Dios, de hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros» (Hechos 17). De modo que solo es cuestión de «sentirlo» y buscarlo en todo lo que nos rodea. Se podría decir que Dios se expresa de modo que puede ser percibido o intuido desde lo más profundo el corazón.
Buscarlo en oración no es mal asunto entonces. La oración íntima y sincera puede llegar a convertirse en un bálsamo para el alma, porque se produce una correspondencia entre nuestro espíritu y el espíritu de Dios, a quien en las Escrituras se le llama «el Oidor de la oración«. Y para conocer bien las raíces y el espíritu del cristianismo, nada mejor que leer por nosotros mismos el Evangelio, procurando meditar en la importancia de su significado para nuestras vidas.
Edith Stein (1891-1942), era una filósofa alemana de origen judío que fue asesinada en el campo de exterminio nazi de Auschwitz. Sus lecturas de Teresa de Ávila («Solo Dios basta«) la acercaron al cristianismo aceptándolo desde lo más profundo de su alma y dedicando su vida a Dios. Su formación había sido filosófica pero su sentir íntimo fue mucho más allá, llegando a escribir obras de gran profundidad espiritual. Comprendiendo la paz que puede venir al dejarse por completo en las manos de Dios, escribió: «Hay un estado de sosiego en Dios, de total relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hacen planes ningunos, no se toman decisiones de ninguna clase y , sobre todo, no se actúa, sino que todo el porvenir se deja a la voluntad de Dios, se abandona uno totalmente al destino«.
Esa clase de paz interior puede seguir ahí, día tras día, gracias a la esperanza. Quien la tiene siente que esta existencia no es todo lo que hay y que aunque envejezca, sabe que la muerte no lleva a la nada, sino a Dios mismo. Pablo de Tarso supo muy bien cómo esa esperanza no solo lo sustentaba sino que lo renovaba como persona día a día: «Por eso, no nos damos por vencidos. Es cierto que nuestro cuerpo se envejece y se debilita, pero dentro de nosotros nuestro espíritu se renueva y fortalece cada día. Nuestros sufrimientos son pasajeros y pequeños en comparación con la gloria eterna y grandiosa a la que ellos nos conducen«. – 2 Cor. 4:16, 17, LPT.
La paz interior puede seguir ahí, día tras día, gracias a la esperanza. Quien la tiene siente que esta existencia no es todo lo que hay y que aunque envejezca, sabe que la muerte no lleva a la nada, sino a Dios mismo.
Las enseñanzas de Jesús de Nazaret por tanto no necesitan recurrir al budismo Zen, a las religiones orientales o a propuestas marxistas. No tienen que tomar prestado nada de nadie. Tienen sus propios recursos para incidir en el mundo para bien y lograr paz interior en cada uno de nosotros. Ofrece una vida plena y llena de sentido ahora y esperanza de vida eterna para el futuro. Como dijo el Maestro: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo… yo he vencido al mundo«.- Juan 14-16, RV.
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