Los estudios indican que la edad de acceso a la pornografía ha disminuido hasta los 6 años. Además, 7 de cada 10 adolescentes usa el porno para informarse sobre sexualidad. El consumo de pornografía a esas edades deja una huella muy potente, como así demuestran abundantes textos científicos.
Y con todo ello, cuando en la televisión surge un programa dispuesto a tratar el tema, aparece un discurso sesgado, bajo el que se pretende blanquear la pornografía: «Ya que la van a consumir, al menos que sea ética». Así lo he observado recientemente en tres programas: dos de la televisión pública estatal y uno de la autonómica. Entre los tertulianos, no observé a nadie suficientemente documentado para abordar las consecuencias, probadas científicamente, que puede tener el consumo de pornografía en el cerebro (en especial durante la infancia y juventud), en sus relaciones sexuales, o la relación existente de la pornografía con la trata de personas y la prostitución.
Durante el confinamiento, me avisaron que la televisión catalana (TV3), iba a emitir un capítulo bajo el nombre «Sexo Digital». El programa, que versaría sobre la pornografía que consume la juventud, se había desarrollado en un instituto. Los pelos se me erizaron. ¿Por qué? Pues porque tuve la intuición de que sería otro momento para legitimar el porno ético. Tenía que verlo, pero sabía que pasaría un mal rato. Ya anticipaba esa desazón. De acuerdo, sé que no debería ser así… pero no podía evitarlo. Por otro lado, al estar confinados, deduje que dicho programa ya estaría grabado. Así que me dispuse a recabar toda la información posible antes de verlo. Cuando llegó el momento de la emisión ya me sentía preparada para atenderlo. ¿Y cuál era el planteamiento?
El inicio prometía. De hecho, creo que hay un consenso generalizado en los siguientes puntos:
1) El daño que produce la pornografía mainstream
2) El consumo de pornografía puede ser adictivo
3) Muchos padres y madres no saben que su hijo y/o hija está accediendo a contenido pornográfico con 8 años
4) Los jóvenes necesitan que se les hable claro
5) Es necesaria una educación afectivo-sexual.
El programa contó con el asesoramiento de una educadora sexual y se desarrolló con alumnos de secundaria en un instituto público.
La primera alarma que se me disparó fue cuando averigüé que la persona con la que había contado el programa pertenecía a una empresa que organiza actividades, cursos y talleres relacionados con la sexualidad, además de vender juguetes eróticos en su web, y que participa en el Salón Erótico de Barcelona (y otros) desde hace años. Además, durante mis pesquisas había descubierto que, a raíz de la emisión del programa, un profesor del instituto desde donde se filmó creó un proyecto que compartió en Twitter, en el que incluía materiales como Porno Eskola, un programa que defiende que existe un porno pedagógico, y The Porn Conversation, una empresa liderada por la directora abanderada del porno feminista Erika Lust a la que, por cierto, algunos actores que colaboraron con ella le atribuyeron comportamientos poco éticos.
El problema es que la emisión de este tipo de programas no es un caso aislado. En TVE, por ejemplo, pude seguir un par de ellos que, de un modo u otro, hacían referencia a la educación sexual. Curiosamente entre los tertulianos y/o expertos se repetían una actriz porno, así como la misma educadora sexual del programa de TV3, pero ni una feminista abolicionista entre los presentes, ni un profesional con datos contrastados, ni una víctima de la trata o del abuso de la misma industria. Solo en uno de estos programas aparecía la voz de un médico sexólogo, sofocada por la ebullición sexual del plató, más preocupados y ocupados en defender el “satisfacer” como la nueva revolución sexual de las mujeres. Pero no existe revolución sin afecto ni responsabilidad. Si solo pensamos en la autosatisfacción al final acabaremos solos: la autorreferencialidad absoluta impide el placer de la comunicación y logra que nada nos colme, ni el ‘satisfyer’. Me parece absurdo que en pleno S.XXI tenga que reprender algo tan evidente.
La autorreferencialidad absoluta impide el placer de la comunicación y logra que nada nos colme, ni el ‘satisfyer’.
En otro programa muy seguido por jóvenes que se emite en el canal YouTube de TVE, sí que invitaron a una feminista abolicionista, que, por cierto, fue objeto de burla en las redes por parte del mismo programa, el cual se vio abocado a rectificar. Compartían mesa: un psicólogo experto en sexología, una feminista abolicionista graduada en filosofía y políticas y dos actrices porno (ambas en activo y a favor de la pornografía). Una de ellas, la que repite en otros programas, cuando la feminista abolicionista introdujo el tema de la trata dentro de la industria, se enojó diciendo que este discurso le parecía cansino. Hay que decir que esta chica fue también protagonista de una campaña del salón erótico de Barcelona que se erigía como acérrimo defensor de la educación sexual. Sin embargo, en el programa se encontraba tan suelta que convino que se trataba de marketing. Creo que se le escapó que la industria se ha tenido que reinventar porque no le ha quedado más remedio. Esas fueron exactamente sus palabras para que no haya malentendidos:
“Nos hemos dado cuenta a través de todos estos ataques que estamos recibiendo últimamente y de señalar: que la pornografía es la causante de todos estos estragos entre la juventud se ve como un poco forzada a, o bueno, ha tenido la oportunidad ahora de salir ahora el porno ético el porno más feminista.”
¿Quién va a criticar a la mano que le da de comer? ¿Dónde estaban las mujeres que han salido de la industria por los abusos que han sufrido o las que provienen de la trata? Parece que esta representación no es relevante para algunas televisiones públicas.
Puede ser pedagógico visualizar testimonios, pero no se cumple esa función si una parte de ellos son silenciados. Además, meten en el mismo saco a expertos (cuando los hay), “opinadores”, testimonios, personas que de un modo u otro se benefician económicamente, etc. Teorías o formas de ver las cosas hay muchas pero los datos, evidencias de estudiosos y expertos es lo que se necesita para ayudar a fomentar el pensamiento crítico en un asunto tan serio.
En definitiva, es innegable la función socializadora de los medios, por este motivo no se debe dejar esta cuestión en las manos de los intereses puramente económicos. Y ahí es donde todos los actores: legisladores, familias y educadores deberíamos intervenir para sentar las bases de una sociedad educadora. Ardua tarea en un momento de polarización y de confrontación en el que nos encontramos, pero no imposible.
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