Con este título tan significativo, (e incluido en esta preciosa edición de Austral para acompañar el título principal, y ya de todos conocido, «Cuentos de Navidad»), escribe Charles Dickens en 1851 estas reflexiones sobre el peso de los recuerdos, que tantas veces van entristeciendo la celebración de la Navidad al paso de los años, y no nos dejan disfrutar con plenitud de la alegría que ésta trae consigo.
La identificación de Charles Dickens con la Navidad es tal que en alguna ocasión se ha llegado a decir que Dickens inventó el espíritu navideño tal y como lo conocemos hoy. Y su relevancia no se queda en la inolvidable figura del avaro Scrooge y los tres fantasmas que le acechan, sino que también los relatos «Las Campanas», «La historia de los duendes que robaron un sacristán» o «La historia del pariente pobre», incluidos en esta edición, son asimismo buenos ejemplos de historias memorables con moraleja, que nos han llegado del escritor victoriano para escuchar delante de una buena chimenea estos días.
Comienza Dickens sus reflexiones diciendo aquello de que «Hubo un tiempo en el que, para la mayoría de nosotros, el día de Navidad envolvía nuestro limitado mundo como un anillo mágico y colmaba nuestros deseos y aspiraciones…»
Y entonces, ¿Qué nos ocurre después? ¿Qué nos ha pasado a muchos de nosotros? ¿Por qué muchas veces en nuestras casas no queremos o no podemos celebrar el Nacimiento de Jesús como se merece?
Dickens pone el acento en aquellos hogares que han sufrido la pérdida de seres queridos. Al hacernos mayores, van apareciendo personas no sólo en nuestro entorno familiar, sino cercano, a las que nos sentimos indisolublemente unidos, y el vacío que dejan cuando alguno muere, hace que perdamos la alegría para celebrar como se merece la Buena Nueva.
A medida que envejecemos, nos recuerda el autor inglés que no sólo no debemos estar tristes, sino que además debemos ser agradecidos a nuestros recuerdos y las lecciones que éstos imparten no se deben quedar en el pasado, sino que deben expandirse hacia nuestro futuro. Demos, pues, la bienvenida a todos ellos, e invitémoslos a sentarse junto a nosotros en el fuego navideño.
Dickens nos pide con su relato que no cerremos las puertas a aquellos que se han ido (y echamos terriblemente de menos), y que les hagamos sitio en la mesa, entre los vivos, para ser recordados con serenidad y gratitud.
Dickens nos pide que no cerremos las puertas a aquellos que se han ido, y que les hagamos sitio en la mesa, entre los vivos, para ser recordados con serenidad y gratitud.
La celebración del hecho más importante de la historia de la Humanidad, y que es el mayor motivo de gozo para los cristianos, no debe empañarse por la nostalgia de no poder compartir con ellos estos días, sino que debemos hacer un esfuerzo por incorporarlos a nuestra casa, sabiendo con certeza que nos están viendo, y nos reuniremos con ellos en la vida eterna.
Termino haciendo mías las palabras del propio escritor para desearos una muy Feliz Navidad y Año Nuevo 2023,
«¡Que esté más cerca de nuestro corazón el espíritu navideño, que es el espíritu de la utilidad en el servicio, de la perseverancia, del animoso cumplimiento de nuestro deber, de la amabilidad y de la tolerancia!»
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