«Un humilde siervo de la viña del Señor». Así se nos presentó Benedicto XVI aquel memorable 19 de abril de 2005. Sin ocultar el jersey de lana negro debajo de las recién estrenadas vestiduras papales, (ya en el mes de abril, aquí andábamos en mangas de camisa).
Cuando leí la biografía de su vida, que escribió el Card. Joseph Ratzinger hace ya varios años, hubo algo que me llamó poderosamente la atención: su sentido de la adoración a Dios, y en una de sus últimas catequesis sobre la oración volvió a declarar: «el verdadero amor es adorar a Dios».
Y adorar sabemos que es amar, sumisión de hijo, no de criatura, es aprender a estar en escucha atenta, suplicar a Dios nutrirnos del poder de Su Palabra, pedir perdón y reparar por nuestros pecados y los de nuestros hermanos, intercesión continua, espera, perseverancia, compartir -si el Señor lo concede- sus dolores y alegrías. Y silenciarnos en el silencio omnipotente de Cristo presente en la Eucaristía, vivo y real en el Cielo y en nuestras almas en Gracia.
¿Quién no conoce y ha meditado el increíble encuentro entre el Señor y Pedro narrado por S. Juan? (Jn, 21).
«Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.» Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Este pasaje conmueve y nos hace pensar en la historia de amor entre Jesús y Joseph, el siervo bueno y fiel, movido y dejado mover por la única fuerza del seguimiento total al Amor, al único Amor digno de ser servido y seguido, aunque se te vaya la vida en ello.
La imaginación es la loca de la casa, pero el Señor tiene una lógica aplastante, dejándonos llevar por esa imaginación…:
Años 70, Joseph ¿me amas? Sí, Señor, pero mira yo que pensaba que querías que te sirviera en la docencia, ahora me mandas como obispo a Múnich, acepto, enséñame a pastorear como Tú.
Año 2005, Joseph, ¿me amas? Sí, Señor, pero mira que tengo 78 años y ahora me encargas ser tu Vicario, sí, acepto, apacentaré tus ovejas, dame Tu Gracia.
Año 2013, Joseph ¿me amas? Sí, Señor, no puedo más ¿Por qué no me llevas contigo? ¿Qué me dices? ¿Puedo dejar ahora de ocupar el lugar que me pediste hace 7 años?
Sí, Señor, me ofrezco todo entero a Tí en tu silencio omnipotente, úneme a tu poder intercesor de salvación, Tú sabrás guiar a la humanidad hasta Tí. Llévame contigo como Tú quieras, cuando Tú quieras y de la manera que quieras«.
Y… Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
¡Qué Papa nos regaló Dios! Otro Cristo, un reflejo total de ser otro Cristo, el ideal de todo buen católico.
Aquellos días y semanas tras el 11 de febrero de 2013, cuando Benedicto XVI renunció a la sede de Pedro, brotaron todo tipo de opiniones, algunas realmente extrañas, otras muy sorprendentes, viscerales y defraudadoras llenas de espíritu farisaico y no de hijos fieles de la Fe católica.
Nadie mencionaba si Dios interviene personalmente en nuestras vidas, que Él llama, que concede dones, y los quita cuando es menester, que Dios puede servirse de sus hijos fieles porque de lo único que trata nuestra vida de Fe es para amar y rendirnos a Dios, y buscar cooperar con Él en la redención de la humanidad, así lo ha querido Él.
Toda vida de amor vivida con sencillez y con la profunda humildad de los santos tiene sus consecuencias, en el caso de nuestro Papa Benedicto XVI, la consecuencia es maravillosa, en pleno duelo, lleno de tristeza y a la vez enorme gratitud, el Señor vuelve una y otra vez a decirnos: «¡Eh!, que soy Yo la Cabeza de la Iglesia», «¿Creéis o no creéis en Mí?» Y es lógico que todos los católicos digamos ¿y ahora qué? Pues que tenemos a Francisco, y a Benedicto XVI en el Cielo.
«Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?»
Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.»
Conmovedora y realista historia de amor total entre dos personas, Nuestro Señor y su siervo bueno y fiel, Joseph y entre Jesús y todos nosotros, parece que como a Pedro nos esté diciendo: «¿Qué te importa? Tú, sígueme.»
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