Febrero, además de ser un mes atípico por el número de días, es el mes del amor gracias a San Valentín, fecha además en la que la CEE aprovecha para celebrar la semana del matrimonio.
Hace no mucho descubría un matrimonio especial. Fue el pasado noviembre durante la clausura de la 24 Jornada de Católicos y vida pública organizadas por el CEU.
El encargado de cerrar las jornadas fue S.A.I.R. Archiduque Imre de Habsburgo-Lorena, y la historia que descubrí fue la de sus bisabuelos.
Su bisabuelo, Carlos I de Austria y IV de Hungría y III de Bohemia, nacido el 17 de agosto de 1887, fue el último Emperador de Austria, el Rey apostólico de Hungría y el último Rey de Bohemia.
Como el propio ponente decía, el legado de su bisabuelo fue un legado de vida:
“El éxito de una vida no depende tanto de los éxitos de este mundo, sino de nuestra voluntad de entregarnos a Dios y a su voluntad como instrumentos imperfectos pero fieles y dispuestos”.
Un poco de historia
Tras el asesinato de su tío el archiduque Francisco Fernando en 1914 en Sarajevo, el archiduque se convirtió en el sucesor del Emperador Francisco José, que fue Emperador de Austria y el Rey de Hungría, reinando desde 1916 a 1918, año en que «renunció a la participación» en asuntos estatales, aunque nunca llegó a abdicar. Pasó los años restantes de su vida tratando de restaurar la monarquía hasta su muerte prematura en 1922.
Llevó la vida de un príncipe que no estaba destinado a desempeñar ninguna posición política. Además, las relaciones del archiduque con el Emperador no eran cercanas y las que tenía con su tío el heredero archiduque Francisco Fernando no eran cordiales, así que hasta el momento del asesinato de éste, en 1914, no había tenido ninguna formación sobre asuntos de Estado.
En el año 1911, el archiduque Carlos se casó con la princesa Zita de Borbón-Parma. Aunque se conocían desde niños, no se habían visto en casi diez años. Fue durante una de las visitas del archiduque a su abuela, al ser enviado su regimiento a Brandeis an der Elbe en Bohemia, cuando el archiduque Carlos y Zita volvieron a encontrarse. Los hijos del archiduque Francisco Fernando habían sido excluidos de la sucesión debido a su matrimonio morganático, así que el archiduque Carlos tenía la presión por parte del Emperador para que se casase de acuerdo a las reglas de la casa imperial.
Nacida en la Toscana italiana, Zita María de la Gracia de Borbón Parma y Braganza es la quinta hija del último duque de Parma y Piacenza antes de la unificación italiana y de su segunda esposa, la infanta portuguesa nacida en Alemania, María Antonia de Braganza. Se instalan en Austria después de que su padre pierda el ducado de Parma junto a su numerosa familia, así Zita crece hablando italiano, alemán y portugués. Además siempre se preocupó por la educación de sus hijos y Zita estudiará en un exigente internado en Suiza y más tarde, después de la muerto de su padre, en un convento en Inglaterra en el que reforzaría no sólo su formación religiosa y espiritual sino también su inglés. Las obras de misericordia eran también parte de su educación, pues tenían la obligación de ayudar a los necesitados confeccionando ropa para ellos de sus propios vestidos.
Así, lo que parecía una presión fue resuelto por el amor, la princesa Zita compartía, además de fe católica, la pertenencia a un linaje real impecable. El día después de su boda, Carlos le decía a Zita: «Ahora, debemos ayudarnos el uno a otro para llegar al cielo».
Los primeros años del matrimonio fueron muy felices, especialmente con el nacimiento de los dos primeros hijos del matrimonio, además, todos percibían en el carácter alegre y decidido de la nueva archiduquesa, la fuerza que impulsaba a Carlos Francisco, cuyo carácter y cultura eran de menor envergadura que los de su esposa. Como suele decirse, detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer.
Ella recordaría aquel momento más tarde en un entrevista (murió en 1989):
«Por supuesto, nos alegramos de encontrarnos de nuevo y nos hicimos amigos íntimos. Por mi parte, los sentimientos se desarrollaron gradualmente durante los dos años siguientes. Sin embargo, parecía haberse decidido mucho más rápidamente y se volvió aún más apremiante cuando, en el otoño de 1910, se difundieron rumores de que yo me había comprometido con un lejano pariente español, Jaime, duque de Madrid. Al oír esto, el archiduque descendió apresuradamente de su regimiento en Brandeis y buscó a su abuela, la archiduquesa María Teresa, quien también era mi tía y la confidente natural en tales asuntos. Le preguntó si el rumor era cierto y cuando le dijo que no lo era, respondió: «Bueno, entonces es mejor que me apresure antes de que ella se comprometa con otra persona».
Como anécdota curiosa, fue el Papa Pío X quien semanas antes de la boda, durante el transcurso de una audiencia concedida a Zita, quien predijo la próxima ascensión al trono de los prometidos, a pesar de que la princesa le recordara que el heredero directo era el archiduque Francisco Fernando, y no Carlos.
Heredero al trono del imperio Austro-Húngaro: “Emperador y Rey de la paz”
El asesinato del archiduque Francisco José en Sarajevo en 1914, además de precipitar la Primera Guerra Mundial en Europa, convierte a Carlos en heredero al trono. Sólo en este momento el viejo Emperador Francisco José tomó medidas para prepararlo en los asuntos de Estado. Pero el estallido de la guerra interfirió con esta educación política. Durante la primera fase de la misma, el archiduque Carlos pasó su tiempo en el cuartel general en Teschen, pero no ejerció ninguna responsabilidad militar. En la primavera de 1916, durante la ofensiva del ejército contra Italia, se le confió el mando del XX Cuerpo del ejército, ganándose de inmediato el afecto de la tropa por su afabilidad y amabilidad. Poco después, fue destinado al frente oriental como comandante del ejército imperial contra los rusos y los rumanos.
Tras la muerte de su tío abuelo el Emperador Francisco José en noviembre de 1916, el archiduque Carlos le sucede en el trono, convirtiéndose en el Emperador Carlos I de Austria. El 2 de diciembre de ese año, el archiduque Friedrich, duque de Teschen le confirió el cargo de Comandante Supremo de todo el ejército. El 30 de diciembre del mismo año en Budapest es coronado como Emperador con el nombre de Carlos IV. La coronación del emperador Carlos fue austera, siendo una muestra de la sencillez que vivía con que vivía la nueva familia imperial en pleno conflicto mundial.
En el año 1917 entra, de forma secreta, en negociaciones de paz con Francia a través de su cuñado, el príncipe Sixto de Borbón-Parma, como intermediario, para buscar una paz por separado, pero los aliados insistieron en el reconocimiento austriaco de las reivindicaciones italianas sobre su territorio, a lo que el Emperador Carlos se negó, sin llegar a ningún acuerdo al respecto.
Fueron tiempos complicados, por un lado Carlos buscaba la paz, siendo el único mandatario del conflicto que, ante todo, buscaba la paz; por otro, Zita intentaba negociabar a través de correspondencia secreta con sus numerosos hermanos (eran 24 hijos de dos matrimonios) en los diferentes países en conflicto, una salida de paz y honor para Austria. Desconfiaban de Alemania, sabían que el emperador alemán sólo quería el fin de la monarquía dual de Austria Hungría y el desmembramiento de todo ese gran imperio.
La confusión interna en los últimos años de la guerra, y tensión entre los grupos étnicos que lo conformaban azotó al Imperio Astro- Húngaro. Como parte de sus Catorce Puntos, el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, exigió que el Imperio concediera la autonomía y la autodeterminación de las regiones en discordia. En respuesta, el Emperador Carlos volvió a convocar al Parlamento Imperial y permitió la creación de una confederación con cada grupo nacional ejerciendo el autogobierno. Sin embargo, los grupos étnicos lucharon por la plena independencia como naciones, porque estaban decididos a separarse de Viena lo antes posible, pero parecía no ser suficiente. El nuevo ministro de Relaciones Exteriores pidió un armisticio el 14 de octubre basado en los “catorce puntos” y dos días más tarde el Emperador Carlos emitió una proclamación que proponía cambiar radicalmente la naturaleza del estado austriaco: los polacos obtendrían la plena Independencia con el propósito de unirse a sus hermanos étnicos rusos y alemanes en un estado polaco. El resto del territorio austriaco se transformaría en una unión federal compuesta de cuatro regiones: alemana, checa, eslava del sur y ucraniana. Sugería que cada una de ellas fuera gobernada por un consejo federal y que Trieste tuviera un estatus especial. Sin embargo, el secretario de Estado norteamericano Robert Lansing respondió argumentando que los aliados estaban ahora comprometidos con las causas de los checos, eslovacos y eslavos del sur. Por lo tanto, la autonomía para las nacionalidades ya no era suficiente.
En relación a la política interior, incluso en tiempos extremadamente difíciles, abordó una amplia y ejemplar legislación social, inspirada en la enseñanza social cristiana, y de esta forma hizo posible al final del conflicto una transición a un nuevo orden sin guerra civil.
1918 el año del cambio
El 11 de noviembre de 1918, el mismo día en que se firmó el armisticio que puso fin a la guerra entre las potencias Aliadas y Alemania, el Emperador emitió, después de meditarlo mucho, una proclamación en la que reconocía el derecho del pueblo austriaco a determinar una nueva forma de gobierno y «renunciaba a toda participación en la administración del Estado”, liberando también a sus funcionarios de su juramento de lealtad a él. Ese mismo día, la Familia Imperial abandonó el Palacio de Schönbrunn y se trasladó a Viena. El 13 de noviembre, tras una visita de los magnates húngaros, el Emperador emitió una proclamación similar para Hungría.
El Emperador evitó deliberadamente el uso de la palabra abdicación en sus comunicados con la esperanza de que los pueblos de Austria o Hungría votarían para volver a llamarle, aunque se había interpretado como si lo fuera. En privado, el Emperador Carlos no dejó ninguna duda de que él creía ser el Emperador legítimo. Dirigiéndose a Su Eminencia el Dr. Friedrich Gustav Cardenal Piffl, Príncipe-Arzobispo de Viena, escribió:
“Yo no abdiqué, y nunca lo haré. (…) Veo mi manifiesto del 11 de noviembre como el equivalente a un cheque que un matón callejero me ha obligado a emitir a punta de pistola. (…) No me siento obligado por ello de ninguna manera.”
Al día siguiente de la proclamación, se instauró la República independiente de Alemania-Austria, seguida de la República Democrática de Hungría dos días más tarde. Cuando el tren imperial salió de Austria camino de Suiza, el Emperador emitió un manifiesto que se convertía en un reclamo de soberanía, declarando que «todo lo que la Asamblea Nacional de Austria ha resuelto con respecto a estos asuntos desde el 11 de noviembre es nulo y sin valor para mí y mi casa.»
Aunque el reciente gobierno republicano de Austria no tenía en ese momento conocimiento de este «Manifiesto de Feldkirch» (había sido enviado sólo al Rey español Alfonso XIII y al Papa Benedicto XV a través de canales diplomáticos), los políticos en el poder estaban muy irritados por la partida del Emperador sin una abdicación expresa, al punto de la aprobación por parte del Parlamento austriaco de la Ley de los Habsburgo el 3 de abril de 1919, que prohibía permanentemente a los Emperadores Carlos y Zita regresar a Austria al tiempo que confiscaba todas sus propiedades. Otros miembros de la familia Habsburgo también serían expulsados del territorio austríaco a menos que renunciaran a todas las intenciones de reclamar el trono y aceptaran el estatus de ciudadanos comunes. Otra ley, aprobada el mismo día, abolió toda la nobleza en Austria.
Exilio en Madeira y muerte
Tras el segundo intento fallido de restauración en Hungría, el Emperador y su esposa Zita fueron detenidos, embarcando el 1 de noviembre de 1921 en un buque destructor británico que les trasladó al Mar Negro, llegando finalmente, el 19 de noviembre de 1921 a la isla portuguesa de Madeira. El Consejo de Potencias Aliadas había acordado el exilio de la familia imperial en Madeira para impedir el tercer intento de restauración, considerando que estarían más aislados en el Atlántico. La familia se reunió al completo meses más tarde viviendo en condiciones sumamente modestas.
El Emperador nunca Salió de Madeira. El 9 de marzo de 1922 se le diagnosticó un resfriado que se convirtió en bronquitis y luego progresó a una neumonía grave. Después de sufrir dos ataques al corazón, murió el 1 de abril por insuficiencia respiratoria, en la pobreza más absoluta y en presencia de su esposa (que estaba embarazada de su octavo hijo) y del príncipe heredero Otto, de nueve años de edad. Sus últimas palabras a su esposa fueron: “Te amo tanto”.
Una vida ejemplar
A pesar de su breve reinado, el Emperador Carlos ha sido reconocido por su fe cristiana, tanto en el reflejo de esta visión de la vida en relación a la toma de decisiones políticas, como por su papel de pacificador durante la primera guerra mundial en Europa, especialmente después de 1917. Sus acciones fueron fiel reflejo de la enseñanza social católica de la Iglesia, creando una política social que en parte, aún subsiste hoy en día.
El Papa Juan Pablo II le declaró «Beato» en una ceremonia el 3 de octubre de 2004, recibiendo el título de Emperador de la paz, fue el único gobernante de su época que aceptó la propuesta de paz de Benedicto XV, y al ser el único, nunca pudo llevarse a cabo.
San Juan Pablo II diría en su homilía:
“La tarea fundamental del cristiano consiste en buscar en todo la voluntad de Dios, descubrirla y cumplirla. Carlos de Austria, jefe de Estado y cristiano, afrontó diariamente este desafío. Era amigo de la paz: a sus ojos la guerra era «algo horrible». Asumió el gobierno en medio de la tormenta de la primera guerra mundial, y se esforzó por promover las iniciativas de paz de mi predecesor Benedicto XV.
Desde el principio, el Emperador Carlos concibió su cargo de soberano como un servicio santo a su pueblo. Su principal aspiración fue seguir la vocación del cristiano a la santidad también en su actividad política. Por eso, para él era importante la asistencia social. Que sea un modelo para todos nosotros”.
Zita de Borbón-Parma
La emperatriz Zita fue una gran compañera de aquellos duros momentos, ya lo había vivido el exilio antes con su familia, y conocía sus sinsabores, manteniéndose siempre fuerte y decisiva, decidiendo pedir asilo en España al rey Alfonso XIII, su pariente. El 21 de mayo de 1922 llegaba a Madrid, dando a luz a su octavo hijo al día siguiente de su llegada. Fueron alojados, primero en el Palacio de El Pardo, y luego el Palacio Uribarren en Vizcaya, donde vivirán seis años en gran estrechez. Zita no se avergonzó de pedir dinero de los bienes dinásticos de los Habsburgo para sobrevivir. Aunque desgraciadamente, no era la única de la gran familia Habsburgo que estaba en el exilio y necesitada de fondos. De ahí partieron hacia Bélgica, para que sus hijos mayores pudieran tener una educación universitaria, pero la Segunda Guerra y ocupación nazi la impulsó a levantar a su familia otra vez para trasladarse a Nueva York, a dónde huyeron tantos otros, donde parecía haber más posibilidades para progresar, además de la tan ansiada paz.
La Emperatriz Zita murió en Suiza el 14 de marzo 1989 y reposa en la Cripta imperial del Convento los Capuchinos de Viena, panteón de los emperadores de la Casa de Habsburgo.
Zita, que sobrevivió 67 años a su esposo, cuidando a sus hijos, es también Sierva de Dios y está en proceso de beatificación como no podría ser de otra forma ya que la Iglesia reconoce la unidad de este matrimonio, y no solo el papel de Carlos.
«Vi el hambre, la miseria, la angustia, el dolor y los esfuerzos sobrehumanos que hacía mi esposo –contaba Zita- por conseguir la paz. Pero eso la gente no lo sabía, y comprendo que se fraguara una especie de resentimiento contra nosotros.
La primera tarea que se propuso Karl fue procurar que la guerra acabase de una vez por todas. Pero existían demasiadas fuerzas interesadas en que el conflicto continuara. Sabíamos que la guerra solo podría tener un triste final y por eso se intentó encontrar una fórmula para atajarla, pero no tuvimos éxito. Yo, ahora, tanto tiempo después, sólo guardo amor por toda aquella gente que nos despreció, porque estaban engañados. No sabían lo que ocurría realmente”. Emperatriz Zita de Austria – Entrevista
A pesar de la prematura muerte de él con tan sólo 34 años, fueron un matrimonio ejemplar de cómo vivir vidas de virtud heroica durante un tiempo tumultuoso. Junto a sus hijos, a los que cuidaron y educaron con amor en la fe católica, son ejemplo de matrimonio fructífero y cristiano apegados a su fe tanto en momentos de alegría como de dolor, pobreza y rechazo.
Para honrar su vocación al matrimonio, la Iglesia eligió para su fiesta no las fechas en que fallecieron, sino el día de su boda: el 21 de octubre de 1911, día en que entre sus votos estuvo “morir a sí mismos” todos los días de sus vidas.
Descubre aquí el vídeo sobre el acto de clausura del 24 Congreso de Católicos y Vida Pública.
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