Sin cierto grado de verdad, la vida sería imposible, ni en las relaciones personales con otros ni en la vida en sociedad.
El poeta Ramón de Campoamor (1817-1901) escribió «en este mundo traidor, nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira». Quizá ilustra muy bien el relativismo pertinaz en el que algunos viven permanentemente instalados. Un relativismo ramplón que sume en la más soporífera de las indiferencias. La verdad objetiva de las cosas, la verdad como meta, como concepto ético, deja de ser objeto de interés para convertirse a menudo en otra cosa, como por ejemplo, la llamada «posverdad», que pone más énfasis en las creencias personales, en la simple apariencia y en las emociones que en los hechos reales. Pero es interesante saber que según la filosofía antropológica, la mayoría de los seres humanos preferimos la verdad a la falsedad o el error, y la certeza a la duda. Y es que hasta un niño pequeño suele preguntar a sus padres (a veces con la exigencia desesperada del que necesita saber) «papá, ¿a dónde vamos?» o «¿qué es esto?»
En su libro «El miedo a la libertad», Erich Fromm (1900-1980) también lo expresa muy bien cuando dice:
«Otra manera de desalentar el pensamiento original… es la de considerar toda verdad como relativa. Se considera la verdad como un concepto metafísico, y cuando alguien habla del deseo de descubrir la verdad, los pensadores ‘progresistas’ de nuestra época lo tildan de reaccionario. Se declara que la verdad es algo enteramente subjetivo, casi un asunto de gustos… Las consecuencias de este relativismo, que a menudo se presenta en nombre del empirismo o del positivismo… son que el pensamiento pierde un estímulo esencial: los deseos e intereses de la persona que piensa… en la medida de que exista algún anhelo de verdad en los seres humanos, ese anhelo es fruto de la necesidad que se alberga en todo hombre de conocer lo verdadero».- Erich Fromm, «El miedo a la libertad», Paidós, 1980.
En una línea parecida, Joseph Ratzinger dijo:
«El relativismo, cuanto más llega a ser la forma de pensamiento generalmente aceptada, tiende más a la intolerancia y a convertirse en un nuevo dogmatismo. Mientras la fidelidad a los valores religiosos es tachada de intolerante, el patrón relativista se erige en obligación. Es muy importante oponerse a esta constricción de una nueva pseudo-ilustración que amenaza a la libertad de pensamiento, así como a la libertad religiosa. El relativismo ha empezado a tomar cuerpo en Europa como una especie de nueva religión que pone límite a las convicciones religiosas y trata de someterlas todas ellas al super-dogma del relativismo». – Joseph Ratzinger (1927), «Sin raíces. Europa, Relativismo, Cristianismo, Islam» (2006), Península, Madrid.
Necesitamos la verdad
Hasta los más escépticos necesitan atenerse a ciertas verdades vitales si es que quieren seguir dando algún sentido a su existencia.
Una cosa es segura. Sin cierto grado de verdad, la vida sería imposible, ni en las relaciones personales con otros ni en la vida en sociedad. Hasta los más escépticos, aquellos que dudan de que sea posible alcanzar la verdad, necesitan atenerse a ciertas verdades vitales si es que quieren seguir dando algún sentido a su existencia. Y es que hasta los científicos de la Nasa cuentan con la confianza, con la verdad, de que las órbitas de ciertos cuerpos celestes son regulares y que por tanto son fiables.
Cuando un detective investiga, busca la verdad. También cuando un médico analiza síntomas, cuando un juez coteja pruebas para emitir un veredicto, cuando un matemático intenta hallar la incógnita, cuando un historiador desea conocer fehacientemente los hechos del pasado, o cuando nosotros mismos nos preguntamos quiénes somos o cuál es el sentido de la existencia. Y así en infinidad de aspectos de la vida. Como dice Ortega y Gasset:
«La vida sin verdad no es ‘vivible’. De tal modo, pues, la verdad existe porque es algo recíproco con el hombre. Sin hombre no hay verdad, pero, viceversa, sin verdad no hay hombre. Éste puede definirse como el ser que necesita absolutamente de la verdad y, al revés, la verdad es lo único que esencialmente necesita el hombre, su única necesidad incondicional». – José Ortega y Gasset (1883-1955), «Prologo para alemanes», VIII, 40.
Pero hay que reconocer que aceptar la verdad objetiva de las cosas a veces es difícil. Empezando por nosotros mismos, que a menudo nos convertimos en el principal obstáculo. El entorno en el que nos movemos o la educación recibida pueden cargarnos de gravosos prejuicios, tantos, que la verdad sea difícil de asimilar.
Por ejemplo, durante años se adoctrinó al pueblo alemán con la idea repetida hasta la saciedad de que los judíos no eran verdaderos seres humanos, que eran seres inferiores, despreciables y enemigos del Estado. La historia muestra cuál fue el resultado atroz de todo ello: el asesinato de millones de personas inocentes hasta el grado de que, como dijo un oficial alemán, «matar judíos era lo normal para nosotros». No solo no se le había dicho la verdad al pueblo alemán; se le había adoctrinado en la mentira más abyecta. Preocupado por que la verdad de todo aquello con el tiempo se intentara ocultar, el general norteamericano George Patton (1885-1945) llegó a decir cuando entró en el campo de concentración nazi de Buchenwald, (donde el número de víctimas provocadas por las enfermedades, la mala sanidad, los trabajos forzados, la tortura, experimentos médicos y fusilamientos se estima en unas 56.000, entre ellas 11.000 judíos):
«Documentarlo todo, no dejad nada al azar… porque un día, algunas cucarachas se arrastrarán desde las letrinas para negar absolutamente todo lo que ha pasado. ¡Malditos sean!»
Se falta por tanto a la verdad cuando se falsea la historia, cuando ésta deja de ser una ciencia rigurosa para convertirse por razones ideológicas en mero instrumento de manipulación. Ciertos regímenes totalitarios o dictatoriales, así como los nacionalismos lo han llevado a cabo sin ningún rubor con el fin de adoctrinar a la gente o simplemente ilusionarla con simples quimeras. Como escribió Aldous Huxley (1894-1963),
«Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante» … “la eficacia de una propaganda política y religiosa depende esencialmente de los métodos empleados y no de la doctrina en sí. Las doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, pueden ser sanas o perniciosas, eso no importa. Si el adoctrinamiento está bien conducido, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea”.
John Fitzgerald Kennedy (1917-1963), mostró también cómo la verdad no tiene solo a la mentira como enemiga, porque escribió: “El gran enemigo de la verdad muy a menudo no es la mentira deliberada, bien tramada y deshonesta, sino que es el mito persistente, persuasivo e irreal».
El mito de la caverna
El filósofo griego Platón (428-347 a.C.), en su libro «La República» (libro VII) comienza con la exposición del conocido mito de la caverna, que utiliza como explicación alegórica de la situación en la que se encuentra el hombre respecto al conocimiento. José Luis López Aranguren, que fue profesor de ética en la Universidad Complutense de Madrid desde 1955 y que ejerció una notable influencia en la vida intelectual española, comentó en 1958 este mito del siguiente modo:
«Dividimos el drama que consiste en cuatro actos.
1. Durante el primero, los hombres viven tranquilos atados en la caverna, es decir, en la prisión de la seguridad de lo acostumbrado y recibido; prisión y ligaduras que ni siquiera se reconocen como tales.
2. La primera y gran decisión moral es la de romper las ligaduras para moverse libremente dentro de la caverna y mirar de frente el fuego que la ilumina.
3. Una segunda decisión ética, más grave aún que la anterior, es la del pasaje de la caverna al aire libre, a la luz del sol. Pero con salir fuera no está hecho todo. La libertad -y con ella la verdad- son difíciles de soportar, hay que conquistarlas poco a poco; no se dan sin más con que le suelten a uno y le pongan ante la verdad; es menester acostumbrarse a la luz del sol; es menester acostumbrarse también a la luz de la verdad y a su presupuesto, la libertad.
4. Pero el filósofo (o pensador) que lo es plenamente no guarda libertad y verdad para sí solo. Regresa a la caverna, y allí, dentro de ella, lucha por la libertad y la verdad de los demás. Entonces, los prisioneros, los ‘polloí’, matan, si pueden, a quien intenta desatarles y hacerles salir hacia la luz; matan a quien les trae la libertad ética, camino de la verdad. Los hombres no quieren la verdad porque no quieren la libertad, porque la temen, porque pesa demasiado sobre sus hombros. Los hombres prefieren vivir encadenados con tal de estar al abrigo, bajo techado y no expuestos a la intemperie. Los hombres prefieren la seguridad a la verdad».
– José Luis López Aranguren, «Ética», Alianza Editorial, 2001.
La filosofía como búsqueda de la verdad
Cuando el ser humano se hace preguntas, sean las que sean, cuando filosofa, se pregunta por la verdad. De hecho, según Ortega y Gasset la verdad es la razón de ser de la filosofía. Y sobre su significado etimológico en griego escribe:
«Su nombre griego, alétheia —significó originariamente lo mismo que después la palabra apocalipsis—, es decir, descubrimiento, revelación, propiamente desvelación, quitar de un velo o cubridor. Quien quiera enseñarnos una verdad, que nos sitúe de modo que la descubramos nosotros» – José Ortega y Gasset, «Meditaciones del ‘Quijote», I: 335-336.
La verdad es una necesidad radical del hombre, es decir, una necesidad que nace de la raíz constitutiva del ser humano.
La verdad es una necesidad radical del hombre, es decir, una necesidad que nace de la raíz constitutiva del ser humano. El ser humano busca la verdad objetiva de las cosas porque la desea, porque quiere saber a qué atenerse en medio de su existencia, a veces caótica y falta de sentido. Es una cuestión de voluntad pero también de inteligencia, lo que ayuda a ver la diferencia entre la verdad y la falsedad. Por tanto intuimos y percibimos que en muchos ejemplos de la vida saber la verdad nos ayuda y nos protege, y que la ignorancia de la verdad en absoluto es dicha. Mahatma Gandhi pone de relieve cuán importante es la verdad cuando dice «aunque la verdad la tenga uno solo, seguirá siendo la verdad».
La verdad no la puede eludir de un modo absoluto nadie, ni tan siquiera el escéptico ni el suicida teórico, porque necesita unos mínimos existenciales de verdad y de conducta para poder vivir y todavía salir airoso. No es de extrañar que los primeros filósofos, los que asumieron como quehacer propio el pensar y que querían averiguar, llamaran a eso la verdad. Ese es pues el objetivo del pensamiento: conocer la verdad; pero incluso aunque a veces se caiga en el error, porque eso puede ayudar a ver mejor la verdad cuando este se identifica y se reconoce. Como Albert Einstein (1879-1955) decía, «el esfuerzo que se haga por llegar hasta la verdad debe preceder a todos los demás esfuerzos».
Para ver la verdad se necesita tanto inteligencia como voluntad. La inteligencia para discernir e identificarla, y la voluntad para desearla de verdad. Solo así puede aprehenderse, hacerla uno suya. Como escribió Simone Weil (1909-1943) “no hay posibilidad alguna de satisfacer en un pueblo la necesidad de verdad si para ello no pueden encontrarse hombres que la amen“.
La verdad es siempre la verdad y en todo momento histórico. Es así en el caso de todos los movimientos filosóficos, incluso del escepticismo. Porque el escéptico no niega eso, sino que personalmente no se siente capaz de alcanzar la verdad. En filosofía, las distintas perspectivas existentes deben verse como complementos para que al final pueda tenerse la idea más aproximada a esa verdad. Lo que significaría rechazar toda aquella otra perspectiva que pretendiera ser la única.
Búsqueda de la verdad en campo de la religión
Ortega y Gasset dice que las creencias son las «columnas de nuestra existencia». Se comprende que haya cierto temor cuando creencias que parecen firmes se tambalean. Una opción es adoptar una posición acomodaticia y decir que «doctores tiene la Iglesia». Otra es amar sinceramente la verdad y ser un verdadero buscador de ella. Al fin y al cabo, Jesús de Nazaret dijo que «los verdaderos adoradores, adorarán al Padre con espíritu y con verdad» (Juan 4:24). Esta palabras invitan a no creer cualquier cosa. Él no se conformó con el sistema de creencias farisaico de su día, el establishment. Más bien luchó por transmitir la verdad sobre Dios y su voluntad. Aceptar ese reto tendría un efecto liberador, porque «conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32, LBLA). Como reconoce el historiador Paul Johnson:
«El cristianismo, al identificar la verdad con la fe, debe enseñar- y bien entendido, en efecto enseña- que la interferencia con la verdad es inmoral. Un cristiano dotado de fe nada tiene que temer de los hechos; un historiador cristiano, que limita en un punto cualquiera el campo de la indagación está reconociendo los límites de su fe. Y por supuesto, está destruyendo también la naturaleza de su religión, que es una revelación progresiva de la verdad. De modo que, a mi entender, el cristiano no debe privarse en lo más mínimo, de seguir la línea de la verdad. Más aún está realmente obligado a seguirla. En realidad, debe sentirse más libre que el no cristiano, que está comprometido de antemano por su propio rechazo». – Paul Johnson, «Historia del Cristianismo», Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1976.
Siguiendo en la misma línea, Joaquín Ruiz Giménez Cortés, uno de los políticos españoles que más contribuyó a la transición a la democracia, escribió:
“La mente y el corazón del hombre están hechos para la verdad: la verdad en las realidades naturales y sobrenaturales, la verdad en la conducta personal y en la vida colectiva. Santo Tomás la señala como la más alta, la más específica de las inclinaciones naturales del hombre -y por eso de sus exigencias auténticas- la apertura y búsqueda de la verdad… “el cristiano, menos que nadie, puede dejarse vencer del miedo a la verdad. A la verdad histórica con los errores y las culpas que se hubieran cometido a lo largo de los siglos, a la verdad reciente, a la verdad de cada día. Y es que no hay dos verdades, una verdad científica y otra verdad religiosa, sino la única verdad que late en la acción creadora de Dios. El cristiano debe luchar contra las distintas formas de mentira y de inautenticidad en su vida privada, y en su vida pública, incluso, contra aquellas formas de propaganda que deforman la verdad». – Joaquín Ruiz Giménez Cortés (1913-2009), «Cuadernos para el diálogo», febrero-marzo de 1964.
No hay que renunciar por tanto a persistir en aproximarse todo lo posible a lo que sea verdad en sentido religioso, así como a discriminar o apartar lo que la evidencia muestre que no es verdad. Por otro lado, hay que reconocer con humildad que llegar ahora a la verdad completa no es posible porque ésta solo pertenece a Dios. Como dice Pablo de Tarso, eso solo se podría producir en el futuro, «porque ahora vemos como a través de un espejo de metal, pero cuando venga lo perfecto veremos cara a cara». Mientras tanto, dice, «ahora prevalecen la fe, la esperanza y el amor. De estas tres la más importante es el amor» (1 Corintios 13: 1-13).
Buscar la verdad es un proceso constante: a partir de ciertas verdades del pasado se debe seguir buscando. Es una tarea sin cesar. El hombre ‘sabe‘ pero todavía sabe que podría saber más. Quizá por eso el filósofo alemán Theodor Lessing (1872-1933) solía decir que prefería la constante búsqueda de la verdad que su posesión definitiva; que eso se lo dejaba a Dios.
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