La falta de creatividad en el común de los mortales en todos los ámbitos, pero especialmente en lo que a la cultura se refiere es para llorar y no de alegría. Las películas que se estrenan son remake o refritos de historias ya contadas. Tenemos muchos de los éxitos de animación Disney con intérpretes de carne y hueso. El despropósito comenzó con 101 Dálmatas y la increíble actuación de Glenn Close como Cruella de Vil en 1996. Desde entonces el gigante de la animación ha seguido compaginando la creatividad original con un empeño desmedido en relanzar sus éxitos con personajes reales. Sin embargo, ahora que tendemos a escuchar el abultado ruido de unos pocos, poco importa la calidad interpretativa de la actriz, pero sí el color de la piel. Patidifusa me quedo con cuánto se indigna la gente porque la Sirenita originalmente danesa sea más bien mulata, y la hawaiana hermana mayor de Lilo un poco newyorker.
La verdad es que no importa el color de nada, ni si quiera el de las ideas. Pero sí las personas. Las personas por encima de todo. Siempre ellas deben ocupar un lugar central con el firme propósito de abstenerse de cualquier decisión que derive en daño físico o moral en ellas.
Por eso me llama mucho la atención este afán sinsentido al que parece debemos acostumbrarnos. Convivimos con corrientes de pensamiento algo peligrosas pues se enfrenta de forma directa con la naturaleza y dignidad humana.
Convivimos con corrientes de pensamiento algo peligrosas pues se enfrenta de forma directa con la naturaleza y dignidad humana.
Normalizamos la eugenesia ya implantada en algunos países y de la que se habla sin ningún pudor ni miramientos. Así se observa en una de las últimas entrevistas al científico Miguel Beato. En ella Beato destaca que “estamos creando malos genomas porque permitimos que todo el mundo, con el defecto que sea, miopía o lo que sea, se reproduzca y tenga hijos. Para la evolución es clave que el que no esté bien preparado, casque y no tenga hijos. Si no, no hay evolución”. Cuando una lee cosas como estas se lleva las manos al alma al recordar, por ejemplo, que en Islandia ya no nacen niños con síndrome down; y que en España vamos por ese camino, proponiendo matar a tu hijo si se diagnostica en el embarazo cualquier anomalía. Aunque el tiro no sea certero, porque los médicos también se equivocan. Casos hay, y no son pocos.
Durante muchos años se ha pedido que a la mujer madre y cuidadora de su hogar se le reconozca económicamente este trabajo que no conoce vacaciones, descanso ni jubilación. Qué pena que ahora sí, con esta comercialización del cuerpo de la mujer y de los hijos estemos más cerca de que la maternidad se considere un trabajo. ¿Y tú a qué te dedicas? Pues nada, lo normal, me embarazo en una clínica con el óvulo de otra mujer para no crear vínculo con el bebé que está creciendo dentro de mí. Después lo alumbro, y se lo entrego a personas que no conozco y que no pueden adoptar porque no superan un test de valoración (realizado por especialistas) para criar a una persona de pleno derecho. Y tan pancha.
A ver si Beato es capaz de decirle a la cara a todas esas mujeres que por dinero se implantan un óvulo de otra mujer y alquilan el vientre que “habría que controlar la natalidad y reducir el número de humanos”. La perspectiva lastimera y sensiblona a la que estamos sometidos nos ciega de forma abrumadora. Porque eso es otra. Además de controlar quien nace y quién no, ahora tenemos a todos los que buscan regularizar los vientres de alquiler para que quienes no pueden tener hijos ni adoptarlos (bien porque no lo permite la ley natural ni tampoco los análisis y estudios que garantizan el adecuado bienestar y desarrollo de ese hijo) satisfagan ese deseo procreador. La involución que diría este.
La maternidad es entrega, comprensión, humildad, consejo, firmeza, alegría, lágrimas, dolor y gozo. Hay mujeres que son madres aunque no hayan podido parir, y hay madres que no lo son por mucho que hayan parido.
Hay mujeres que son madres aunque no hayan podido parir, y hay madres que no lo son por mucho que hayan parido.
Cuando uno es hijo, y no solo buen hijo, se acuerda de su madre todos los días. También aquellos que se equivocan y hacen daño tienen presente a su madre. Porque cuando uno yerra, y siente desnuda su alma en soledad, abatido y sin fuerza; acude a su madre que es la única puede levantarlo.
Me viene justo a la cabeza Bohemian Rapsody, esa genialidad de canción escrita por Freddy Mercury en una época complicada, sí, pero absolutamente creativa en la que no se hablaba de persona gestante sino madre y no nos quedaba más opción que aburrirnos y esperar.
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