Llegó mayo y con él el mes de María, y en su primer domingo celebramos todos los años el día de la madre. Esa que todos tenemos y es camino imprescindible para llegar a esta tierra …
Este día coincide con la llegada del buen tiempo, de los olores primaverales, del manto de flores que cubre parques, jardines y campos, como una señal de la esperanza de la maternidad, de la visión de la madre que siempre confía y da aliento al hijo, y que refleja el amor puesto en el hogar, esa forma de amar que nos quieren arrebatar.
Por muchos adelantos que parezcan progreso, como los úteros artificiales por ejemplo, nuestra naturaleza humana dependiente y relacional nos dice que no podrán sustituir nunca a una madre. El ser humano necesita el contacto, el tono de voz, el roce, el abrazo, la acogida por encima de la simple estancia, el hogar por encima de la mala pensión, en definitiva, el amor.
La madre que nos llevó en su vientre durante nueve meses, de la que escuchábamos su voz cuando estábamos dentro y fuera de él, y cuyo tono y respiración no pueden ser sustituidas por ninguna serenata, la que con amor nos alimentaba, la que nos abrazaba cuando llorábamos, curaba nuestras heridas con un beso y estaba pendiente de todo, no puede diluirse en un nombre indeterminado, sin personalidad propia, que adquiere el papel por deseo, como el pito pito gorgorito, ni en un progenitor A o B.
Su vocación conlleva mucho más, y eso se lo debemos a la biología, y no a la ideología, porque como dice la psicoanalista Helen Deutsch en su obra La psicología de la mujer, “La psique femenina contiene un elemento que le falta al hombre: el mundo psicológico de la maternidad “, y ese mundo no puede se sustituido por una forma paternal, o peor, indefinida o prefabricada, de amar, no se diseña con una mecánica artificial, ni si quiera con la famosa IA que parece venir a resolver todos nuestros fallos.
Este mundo femenino al que se refiere la autora, quiere decir que todas las mujeres, independientemente de la realización concreta de la maternidad e incluso de su deseo de ser madres, contienen en sí un “mundo psicológico materno” que no pueden evitar, y esto es debido a que forma parte de su configuración anatómica, ya que por el hecho de ser mujer, la mujer está dotada para acoger, por un lado al hombre, al que acoge en el abrazo marital, y al hijo, dentro de su propio cuerpo durante el embarazo. Y esencia que es del ser humano que sexualmente es mujer, no cambia, porque eso es precisamente lo que significa la esencia o naturaleza de algo o alguien, y especialmente si ese alguien es único e irrepetible.
Debemos a la biología la vocación de la mujer, y no a la ideología, porque como dice la psicoanalista Helen Deutsch en su obra La psicología de la mujer, “La psique femenina contiene un elemento que le falta al hombre: el mundo psicológico de la maternidad “
Gracias a esa diferencia biológica que nos distingue de los hombres, somos madres, o acogedoras, y gracias a esa acogida también el hombre se convierte en padre, y la negativa a acoger que está imperando en la mujer actual también es la que reduce ese don de ambos: dar vida. Pero también va eliminando la posibilidad que corresponde a cada uno, en el desarrollo de un papel distinto, de ser esa figura de referencia de valores diferentes, figuras que no se puedan intercambiar puesto que son tan complementarias como necesarias en la familia, en el amor, el cuidado y la responsabilidad de unos y otros.
Como dice Mariolina Ceriotti en Erótica y materna, [1]ningún hombre podrá jamás ser madre o convertirse en madre, aunque esté en condición (al igual que una mamá) de desempeñar un papel afectivo cálido y acogedor. Del mismo modo, ninguna mujer podrá convertirse en padre, aunque, por necesidad o decisión, es posible que uno u otra tengan que desempeñar esa función, pero la persona estará ausente siempre.
En esta tarea femenina, la mujer tiene un maravilloso aprendizaje gratuito en el acogimiento de esa vida desde el mismo instante de la concepción, de un nuevo ser que no es suyo, porque es independiente, único, su vida no le pertenece aunque lo lleve en su vientre, y del que tendrá que desprenderse en nueve meses.
En esos meses surgen dudas, sabes que no puedes controlar nada, es un entrenamiento para lo imprevisto, es un mundo desconocido y una maravillosa aventura, y como nos dice Ceriotti, “entra en el juego del sueño de la vida por encima de nuestros proyectos”. Un aprendizaje de renuncia que solo tiene la mujer.
El hijo es el otro en una relación de dos, y en esa relación el pensamiento maternal busca el bien del hijo…”el bien de la persona del otro me concierne”[2], y ¿no es esto lo que hace falta en el mundo?
Y ¿qué es buscar el bien del otro? Es una combinación de entrega y confianza con esperanza, guiar y apoyar sin imposición para lo que la mujer tiene cierta habilidad añadida como es la intuición, a lo que San Juan Pablo II llamó genio femenino, y otros el sexto sentido. Esto implica también ver o saber mirar más allá, es cierto que solemos ir por delante de lo que va a pasar, no nos quedamos en lo inmediato o palpable, y por ello podemos anticipar. Lo que está claro es que la maternidad despierta una sensibilidad especial en la mujer para detectar necesidades, y esa predisposición innata es la que impregna las cualidades naturalmente femeninas que la mujer aporta al mundo para hacerlo, aunque sea un poquito, mejor.
La ideología actual que ha impregnado todo y que empuja a la mujer hacia caminos diferentes y enfrentados a las características de su propia naturaleza anula, no solo al hijo, sino que elimina el valor de la maternidad, y todo lo que por la naturaleza acogedora y de entrega que busca el bien y es capaz de capear imprevistos, aporta la mujer a la familia, a la empresa, a la sociedad…y al mundo.
Como dice la canción, «por esto y por mucho más, nunca encontraré…. otra madre igual».
¡Feliz día de la madre!
[1] Pág. 57, Erótica y materna, Ediciones Rialp, 2022
[2] Pág. 60, Idem
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