La experiencia vital de Ester («Etty») Hillesum, profundamente dolorosa y terrible al final de su vida, pone de relieve cuán a menudo nuestras vidas se parecen; cómo tanto el factor sorpresa como las circunstancias más horrendas y la presión pueden desencadenar dentro de nosotros mismos fuerzas y sentimientos imprevisibles y sorprendentes.
Etty Hillesum (1914-1943), neerlandesa y judía, era una mujer joven y llena de vida que había estudiado derecho y lenguas eslavas. También había iniciado psicología cuando estalló la II Guerra Mundial. Era tan humana como nosotros, apasionada (se enamoró varias veces), y tenía un gran deseo de aprender, de ahí su avidez por la lectura y la filosofía. Sin embargo, también sentía una gran insatisfacción existencial, por lo que aconsejada por un amigo empezó a escribir su propio diario personal, el cual fue escribiendo entre los años 1941 y 1943. Su intención al principio era poder encontrarse a sí misma, hallar su verdadero yo de manera progresiva. Pero la situación de los judíos donde ella vivía empeoraba, de modo que su preocupación por ellos, por su familia y por ella misma, hizo que escribiera desde lo más profundo de su alma, algo que puede verse en su diario y que la llevó incluso a sentir una especial cercanía de Dios. Como Etty misma escribió,
«Dentro de mí hay una fuente muy profunda. Y en esa fuente está Dios. A veces consigo alcanzarla, pero con mayor frecuencia está cubierta por piedras y arena: entonces Dios está sepultado. Por tanto, hay que desenterrarlo de nuevo». – 10/1941.
Su solidaridad con el pueblo judío y su terrible sufrimiento hizo que respondiera con compasión y ayuda práctica. Al principio aceptando un trabajo en el Consejo Hebraico, organismo mediador entre la población judía y los nazis. Después incluso ofreciéndose como enfermera voluntaria en el campo de concentración Westerbork ubicado en Hooghalen, Países Bajos, donde se confinaba a los judíos desde octubre de 1939. Etty salio y entró varias veces de este campo portando medicinas, cartas y mensajes de los prisioneros y para la resistencia. Era un campo de transición hacia los campos de concentración de Polonia, incluidos los campos de exterminio. Fue en ese mismo campo donde también estarían Anne Frank y su familia desde 8 de agosto hasta el 3 de septiembre de 1944, momento en que fueron deportados en el último tren hacia Auschwitz.
En el campo de Westerbork, Etty puede apreciar día tras día cómo aumenta la presión desalmada y sin piedad contra los judíos. En su diario escribe,
«Y ahora parece que los judíos no podrán más entrar en los negocios de fruta y verdura, que deberán entregar sus bicicletas, que no podrán subir más a los tranvías ni salir de la casa después de las 8 de la noche. Sí, me siento deprimida por estas disposiciones; esta mañana, por un momento, las he advertido como una amenaza plomiza, que buscaba sofocarme, pero no es por la disposición en sí. Me siento simplemente muy triste, y entonces esta tristeza busca confirmación. No son nunca las circunstancias exteriores, es siempre el sentimiento interior –depresión, inseguridad, etc.– que da a estas circunstancias una apariencia triste o amenazante. En mi caso, funciona siempre del interior al exterior, nunca viceversa. A menudo las disposiciones más amenazadoras –y son muchas actualmente– van a quebrarse contra mi seguridad y confianza interior, y una vez resuelta dentro de mí, pierden mucho de su carga temerosa». – Viernes, 12/06/1942.
Puede apreciarse muy bien que Etty estaba bien consciente de todo lo que ocurría a su alrededor, que no esquivaba la cruda realidad del día a día, aunque en su fuero interior buscara sus propios recursos espirituales de apoyo para su doliente alma. Era un ser humano aplastado por una realidad que la superaba absolutamente, algo que ni las más terribles novelas de terror podrían nunca emular. Era el horror, el más oscuro de los mundos movido por una maquinaria de inexorable destrucción de toda dignidad humana.
Para 1943 el número de deportaciones se había incrementado considerablemente, y es casi seguro que Etty oiría hablar de conocidos suyos que serían deportados. Como plantado cara al miedo con un corazón lleno de afecto y solidaridad con su pueblo, Etty y su familia deciden rechazar diferentes lugares para esconderse y se entregan finalmente a las SS el 6 de junio de 1943. Ahora sus padres, sus hermanos y ella misma irían al campo de Westerbork como prisioneros.
Lo que contempla en el campo lo va describiendo en su diario. Hay reflexiones, pero a partir de ahora su diario es más una narración detallada de todo lo que vio allí, un preludio horrendo de lo que todavía habría de sobrevenir,
«Después de una noche como ésta, pensé por un momento con toda sinceridad que sería pecado seguir sonriendo… Pero los bebés, los agudos gritos de los bebés a los que arrancaron de sus cunas en plena noche para trasladarlos a países lejanos».- 24/8/1943.
Y sigue describiendo en su diario escenas de verdadero patetismo: por ejemplo, cómo los empleados del consejo judío visten a los bebés y tranquilizan a las madres para que suban a los vagones sin armar demasiado ruido; una joven madre preocupada porque la sábana de su bebé no se había secado antes de subir al tren; una mujer embarazada que tienen que llevarla en camilla hasta el tren mientras comienzan los dolores de parto; otra preocupada por encontrar a su marido que había partido en el convoy anterior; una madre que sube al tren con sus siete hijos. Y sigue relatando en su diario,
«Las puertas se cierran ante racimos humanos comprimidos, lanzados dentro de vehículos para transportar ganado. Las escasas aberturas en lo alto de las paredes dejan entrever cabezas y manos que no tardarán en agitarse… El silbato lanza su grito estridente y un tren sale de Holanda con su cargamento de mil veinte judíos».
Ver a sus seres queridos recluidos allí es un verdadero suplicio para ella, «un infierno», dice. «Estaría dispuesta a ir yo misma diez veces a Polonia o a donde sea si antes pudiera sacar de aquí a estas personas tan queridas» (carta 45). «Lo más desesperante es que puedes hacer por los tuyos mucho menos de lo que esperan de ti» (Carta 49).
Si antes descartaba la idea de que una buena solución podría venir de una intervención militar o bombardeo de la aviación inglesa, ahora lo desea encarecidamente,
«¿Y por qué no podrían alcanzar la vía férrea e impedir que saliera el tren? Todavía no ha pasado, pero, con cada convoy, volvemos a esperarlo con un optimismo inextirpable» (Carta 64).
Sin embargo, ahora le toca el turno a Etty y a su familia. El día 6 de septiembre se toma la decisión y se fija la salida de todos ellos para el día siguiente. Etty está traumatizada al principio, pero rápidamente cobra ánimo, algo realmente increíble, y recupera el buen humor y la amabilidad. Prepara su mochila en la que mete una Biblia, un libro de Tolstoi y una gramática rusa, además del último cuaderno de su diario que finalmente se perdería. Su última carta que tiró del tren dice,
«Christine, abro la Biblia y encuentro esto: «El Señor es mi alto refugio». Estoy sentada sobre mi mochila en medio de un vagón de mercancías lleno. Papá, mamá y Misha están unos vagones más adelante. La marcha es más bien inesperada, a pesar de todo (…) Hemos dejado el campo cantando, papá y mamá muy fuertes y tranquilos, y también Misha (su hermano pequeño a quien intentaron salvar por ser un virtuoso del piano) . Viajaremos por tres días. (…) Adiós de parte de nosotros cuatro». – 07/1943.
Y en uno de sus últimos escritos, una tarjeta postal lanzada desde un camión para transportar ganado,
«Me esperaréis, ¿verdad?» – 7/9/1943
Es como si Etty, y quizá fuera también el caso de otros muchos judíos deportados, no se diera cuenta de la gravedad de la situación.
Los registros muestran que los padres de Etty murieron el día 10 de septiembre de 1943. Morirían durante el viaje o gaseados nada más llegar a Auschwitz. La muerte de Etty está registrada en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943.
En esta existencia humana la nuestra, pocas cosas salen como esperamos y es solo la inseguridad y el factor sorpresa lo que jalona constantemente nuestras vidas.
Tener acceso al diario de Etty, así como a otros registros históricos parecidos, hace recordar una vez más aquellas palabras de Theodor Adorno: «Ya no es posible la poesía después de Auschwitz». Y es que en verdad no puede entenderse tanto horror y destrucción contra millones de seres frágiles e inocentes, pero investidas sus vidas de plena dignidad. Cada vida perdida de aquel modo tan inicuo, hace preguntar es verdad, dónde estaba Dios, pero también dónde estaba el hombre. Walter Benjamin no podía entenderlo. «¿Qué hacemos con las víctimas de la historia? ¿Se ha dicho ya la última palabra en el caso de todos ellos?» Desesperado, aunque su razón materialista lo negaba, su alma le pedía a gritos «una redención mesiánica». Y es que cuando la ciencia y la filosofía se quedan sin respuestas, solo la religión abre una puerta a la esperanza. Porque como dice Adela Cortina, «si Dios no existe no hay ninguna posibilidad de redimir la injusticia de la historia».
En palabras de Etty escritas en su diario
«La vida es buena, sea cual sea». – 7/8/1941
«Hay que volverse tan sencillo y tan mudo como el trigo que crece o la lluvia que cae. Hay que contentarse con ser». – 9/7/1942
«El odio salvaje que sentimos por los alemanes vierte veneno en nuestros corazones… Nada es peor que ese odio global, que no hace diferencias. Es una enfermedad del alma». – 15/3/1941
«Lo único criminal es el sistema, que utiliza ese tipo de categorías». – 27/2/1942
«La maldad de los otros también está en nosotros. Y no veo otra solución, realmente ninguna otra, que regresar a ti mismo, a tu propio centro, y extirpar del alma toda esa podredumbre. Ya no creo que podamos corregir cualquier cosa del mundo exterior que no hayamos corregido antes en nosotros». – 19/2/1942
«Tenemos tanto que cambiar en nosotros mismos que ni siquiera deberíamos preocuparnos de odiar a los que llamamos nuestros enemigos». – 23/9/1942
«Cuando tenemos vida interior, seguramente importa poco de qué lado de las rejas de un campo estemos». – 12/3/1942
«Una vez es un Hitler, otra Iván el Terrible, por ejemplo, durante un siglo es la Inquisición, en otro las guerras, las pestes, los terremotos o la hambruna. En definitiva, lo que cuenta es la manera de llevarlo, de soportar, de asumir un sufrimiento que es consustancial a la vida». – 10/7/42
«Las amenazas externas son cada vez más graves, y el terror aumenta día a día. Elevo la oración a mi alrededor como un muro protector que me ofrece una sombra propicia… Esta concentración interior alza altos muros a mi alrededor». – 18/5/1942
«No creo en la ayuda exterior, no entra en mis previsiones. Los ingleses, los estadounidenses, las revoluciones y Dios sabe qué más. No podemos depositar en ellos nuestras esperanzas». – 23/7/1942
«Mis luchas tienen lugar en un teatro interior y contra mis demonios personales, luchar entre miles de personas asustadas, contra los fanáticos que quieren nuestra muerte y unen la rabia a una gélida frialdad. No, no es para mí». – 14/7/1942
«Debemos mantener el contacto con el mundo real, el mundo actual, intentar definir nuestro lugar en él, no podemos vivir solo con valores eternos, porque podría degenerar en una especie de política del avestruz. Vivir totalmente tanto fuera como dentro, no sacrificar nada de la realidad exterior por la vida interior, y a la inversa, ésa es la tarea estimulante». – 25/3/1941
«He aprendido a amar Westerbork» (16/9/1942)… «¿Cómo es posible que este trocito de tierra vallada con alambre de espino, atravesado por destinos y sufrimientos humanos que se estrellan contra él una y otra vez, haya dejado en mi memoria una imagen tan dulce». – 22/9/1942
«La única responsabilidad con la que podrás cargar en esta vida es la de tu persona». – 21/10/1941
«Dentro de mí hay una fuente muy profunda. Y en esa fuente está Dios. A veces consigo alcanzarla, pero con mayor frecuencia está cubierta por piedras y arena: entonces Dios está sepultado. Por tanto, hay que desenterrarlo de nuevo». – 08/1941
«Otra cosa acerca de esa mañana: mi conciencia de no ser capaz de odiar a los hombres a pesar del dolor y la injusticia que hay en el mundo, la conciencia de que todos estos horrores no son como un peligro misterioso y lejano fuera de nosotros, sino que se encuentran cerquísima y dentro de nosotros». – 02/1942
«Una quisiera ser bálsamo derramado sobre tantas heridas y partirme como un pan para los hambrientos». – 13/10/1942
«Amo tanto al prójimo, porque amo en cada persona un poco de ti, Dios. Te busco por todas partes en los seres humanos, y a menudo encuentro un trozo de ti. Intento desenterrarte de los corazones de los demás».
«Tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento. Y si sobrevivimos a esta época indemne de cuerpo y alma, sobre todo de alma, sin amargura, sin odio, tendremos también una palabra que decir después de la guerra. Puede que yo sea una mujer ambiciosa, pero me gustaría mucho tener mi pequeña palabra que decir».
«La ausencia de odio no implica necesariamente la ausencia de una elemental indignación moral. Yo sé que quienes odian tienen buenas razones para ello. Pero ¿Por qué vamos a escoger siempre el camino más fácil y más trillado? En el campo he sentido con todo mi ser que el más pequeño átomo de odio que se añada a este mundo lo hace aún más inhóspito».
«Estoy enormemente agradecida por esta vida. Me siento crecer. Cada día me doy cuenta de mis faltas y de mis mezquindades, pero conozco asimismo mis posibilidades. Y, además, amo, amo a los buenos amigos; pero este afecto no me aísla de los demás seres humanos. Amo… Incluso a aquellas personas por las que no experimento espontáneamente ninguna simpatía».
«Estoy muy cansada desde hace algunos días, pero eso pasará como todo lo demás. Todo progresa siguiendo un ritmo profundo, un ritmo propio en cada uno de nosotros. Debería enseñarse a la gente a escuchar y a respetar ese ritmo: es lo más importante que un ser humano puede aprender en esta vida. No lucho contigo, Dios mío, mi vida no es más que un largo diálogo contigo».
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