Las dos siluetas eran las únicas sombras que una farola cercana dibujaba sobre el cemento. A pesar de ser los únicos que a esas horas de la noche seguían en el mirador, hablaban con susurros, lo que mantenía la atmósfera de intimidad y complicidad en la que llevaban horas sumergidos. Hacía apenas dos días que Lucía habló por primera vez con Marcos, cuando un conocido de ambos los presentó en una fiesta. Enseguida entablaron conversación por encima de la música y el murmullo de la gente. Aquel recién conocido de ojos verdes, le propuso volver a verse. Fue esa la razón por la que terminaron paseando por la ciudad, una noche de verano, como cualquier otra pareja.
Las dos sombras se diluyeron cuando se tumbaron en la hierba. Sobre ellos se desplegaba la oscuridad, agujereada por cientos de estrellas. Él la había llevado a aquel lugar intencionadamente, para que ella contemplara aquel espectáculo. Desde niño le fascinaba la astrología. Lucía lo escuchaba atenta, mientras el chico le describía aquella parte del Universo.
Fantasearon durante horas acerca de planetas lejanos, teorizando de que los años luz que los separaban de ellos, harían que su imagen llegara hasta tan lejos siglos y siglos más tarde. Por eso, en aquel mismo momento y desde algún planeta a diez años luz, se les vería a ellos diez años más jóvenes, dos desconocidos que vivían en una misma ciudad, que se cruzaban una y otra vez sin ser conscientes de que en algún momento sus caminos se unirían, de que en otro momento –como suele pasar– volverían a separarse. El tiempo borró los detalles de aquel verano de la memoria de Lucía. Apenas le quedó la imagen de las estrellas y el verde de los ojos del joven.
Diez años después el cielo estaba tan estrellado como entonces, lo que llevó a Lucía a salir al jardín a contemplarlo. Tras un rato con la cabeza hacia arriba, presa la mirada en el fulgor de los astros, un dolor de cuello y el relente la devolvieron a la realidad. Su marido la contemplaba desde la terraza, apoyado en el marco de la puerta. Le bastaba un ligero movimiento de cabeza para volver a prenderse en el brillo de los luceros, pero prefirió la manera con la que él la miraba a ella. Al toparse con aquellos ojos marrones que la envolvían con amor, Lucía no pudo evitar el recuerdo de aquellos otros, verdes, que a diez años luz aún la miraban de manera parecida.
«Pero te elegí a ti», pensó al sonreírle a su esposo, «y no me arrepiento».
María Gámez
Ganadora de la XVI edición de Excelencia Literaria
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