El afamado neurocientífico portugués Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias, considera que ser inteligente significa “hacer cosas que puedan ser beneficiosas tanto para tí, como para los otros, o para la humanidad en general”, lo que extiende la inteligencia a un concepto más amplio que el de una persona con gran capacidad intelectual. Por otra parte, lo “artificial” según la RAE es lo “hecho por la mano o el arte del hombre”, lo “no natural” o lo “producido por el ingenio del hombre”.
Es decir si adjetivamos la inteligencia como artificial, la estamos supeditando al ser humano y por lo tanto todo aquello que de beneficioso pueda tener o hacer la inteligencia artificial para cada uno de nosotros o para la humanidad procede del ingenio creativo del hombre. Creo que esto es importante reseñarlo para advertir de los movimientos transhumanistas que desde un arriesgado y peligroso endiosamiento, pretenden sustituir al hombre por un modelo tecnificado más “inteligente”, que en un futuro pueda alcanzar hasta la superación de su mortalidad biológica…
La profesora Elena Postigo, doctora en Bioética y directora del Instituto de Bioética de la Universidad Francisco de Vitoria señala que “el transhumanismo es un movimiento cultural que se plantea la mejora de las condiciones físicas y psíquicas del ser humano con tres fines fundamentales: el superbienestar, la superinteligencia y la superlongevidad, entendida como vivir indefinidamente o como eliminar la posibilidad de morir”. Nos enfrentamos pues, a un reto social, cultural y moral de enorme trascendencia para los años venideros.
El problema radica en concebir al ser humano como una especie de “máquina” compuesta de células, neuronas, arterias y órganos que insuflan la movilidad corporal e incluso la capacidad de desarrollar una inteligencia humana pero que debe ser no solo mejorada sino incluso superada. Se trata de ir arrinconando todo sentido trascendente y espiritual de la vida en favor de un reduccionismo materialista del hombre. Si Dios no existe como creador supremo, sería el propio hombre quien debe ocupar su lugar, haciendo de la Inteligencia Artificial una religión pseudocientífica.
Según la propia Elena Postigo “el transhumanismo tiene una incapacidad para comprender que la debilidad humana, la vulnerabilidad y la finitud nos proporciona sabiduría, conciencia del límite, ello nos aporta mucha sabiduría para comprender el valor de lo verdaderamente importante, para aceptar los límites de nuestro conocimiento y de nuestra existencia. Pero justo cuando somos débiles, vulnerables, nos damos cuenta de nuestra condición humana limitada. Particularmente, la sabiduría de no querer considerarnos como dioses”. Es por eso que prebostes y expertos de las nuevas tecnologías como Geoffrey Hinton, Elon Musk o el filósofo Noam Chomsky han hecho saltar las alarmas ante la posibilidad de que las máquinas puedan convertirse en una amenaza real para la humanidad, solicitando una demora en su desarrollo y una regulación de sus aplicaciones.
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