«Solo un amor que actúa es verdadero amor, porque un amor sin acción es un amor hueco y vacío.» – Superviviente de la brutal tragedia en Hiroshima y Nagasaki.
Recuerdo aquellas imágenes de una explosión en blanco y negro tomadas desde el aire. Lejanas instantáneas que provocaron la posterior celebración de la tripulación del Enola Gay por el éxito de la misión. Una misión que en el acto acabó con la vida de 70.000 personas, la mayoría civiles, y que se triplicó llegando a los 240.000 víctimas mortales a finales de aquel inolvidable 1945. Cuando se cumplen 78 años de la brutal tragedia en Hiroshima y Nagasaki, el único ataque reconocido de la historia con bomba atómica, sale a la luz un libro repleto de humanidad, de historia y de sapivivencia. Y digo sapivivencia porque estas personas han sabido vivir, y lo han hecho ejemplarmente: en silencio, perdonando y sin el debido reconocimiento que por aquí muchos exigimos de forma deliberada e inmerecida.
«Hiroshima Testimonios de los Últimos Supervivientes» es lectura obligada este verano. Su autor, Agustín Rivera, es reportero, doctor en periodismo y profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga. Desde allí enseña a sus privilegiados alumnos las diferentes formas de entender la realidad que vivimos para contarla. Por eso no debe extrañar a nadie la delicada dimensión poliédrica de esta novela de no ficción, la cuarta de su haber. En «Hiroshima Testimonios de los Últimos Supervivientes» desarrolla una narrativa elocuente, cercana y totalmente descriptiva a la imaginación. Agustín Rivera nos vuelve a demostrar su capacidad para transportarnos a lo lejano de tal forma que nos ubica allí donde están los protagonistas y en el tiempo preciso de lo que narra.
Una maleta sin ruedas y cargada de libros. Libreta y bolígrafo en mano y la mochila llena de ilusiones. Los ojos bien abiertos para no perder detalle de las historias que aquellas personas tenían que contar. Rivera ha conseguido explorar en los corazones de sus entrevistados, cumpliendo su sueño de ser explorador. De otra forma, pero intrépido aventurero sin lugar a dudas. Saber mirar en lo profundo de las almas que han sufrido tanto y contarlo con esa sencillez y palabra certera no es fácil. Su lectura sí lo es.
Así uno entiende mucho mejor la historia. Solo reconociéndonos en las personas que la viven y la construyen seremos capaces de asimilar los acontecimientos que llenan las páginas de las desfasadas enciclopedias o los libros de texto (recuperados por el peligro de las pantallas en educación). Hibakusha son los supervivientes de la bomba atómica y sus descendientes. Personas con radiación en el cuerpo. En este mundo global tenemos hibakusha hasta en un pueblo de Málaga.
Pensándolo detenidamente el pueblo no quiere nuevos hibakusha en ninguna parte del mundo. Sin embargo, hay mandatarios a los que le gusta la altanería, saberse poderosos e iniciadores del juego del despiste. Sabiendo que Rusia es uno de los países que más cabezas nucleares posee, junto a los otros 4 países también firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear con permiso para poseer armas nucleares: Estados Unidos, Reino Unido, Francia y China. No olvidemos que India, Israel, Pakistán y Corea del Norte poseen armas, pero unos se niegan a aceptar que tienen dicho armamento y otros simplemente se desvincularon de este tratado como Corea del Norte en enero de 2003.
Con este contexto conviene recordar las declaraciones de Carlos Umaña, Nobel de la Paz en 2017, que hizo en la conferencia «El desarme nuclear humanitario; un imperativo global, urgente y posible» que ofreció en la Universidad de Burgos el pasado noviembre. Umaña apuntaba que «vivimos el momento de mayor riesgo para una guerra nuclear a gran escala de la Historia”. Y es cierto que desde hace un año tenemos detrás de la oreja la mosca putiniana y su amenaza de ataque nuclear. Una no deja de pensar, y lo que son las cosas, leía hace unos días que había aparecido sin vida Grigory Klinishov, el creador de la bomba atómica soviética. A pesar de su longevidad, tenía 92 años, se había mostrado crítico con la deriva del gobierno ruso e incluso renegó de sus aportaciones científicas al armamento nuclear patrio, al igual que pasó con su mentor Andrei Sajarov, Nobel de la Paz en 1975.
Dicen que con el paso del tiempo uno va madurando y rectifica el camino que desde joven se decide emprender. Así ocurrió con los brillantes científicos soviéticos Sajarov y Klinishov, cuyas aportaciones a la carrera nuclear de su país pusieron en alerta a los que trabajan por la paz y el desarme mundial. Reconocido el peligro, ellos mismos se sumaron de tal forma que hay quien dice que Klinishov no murió sino que lo mataron.
Lo cierto es que solo el amor nos salvará, pero el pleno amor. Como dice uno de los supervivientes a los que entrevista Rivera en su magnífico libro: «solo un amor que actúa es verdadero amor, porque un amor sin acción es un amor hueco y vacío». La importancia de «Hiroshima Testimonios de los Últimos Supervivientes» está precisamente en esas ganas de hacer y de amar para que esta terrible historia de dolor nuclear no se repita. Está en nuestras manos y también en nuestras oraciones.
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