Con la llegada de julio y estos calores propios de fechas estivales a una se le pone cuerpo de verbena. ¿Quién no se acuerda de aquellas fiestas en las que las orquestas amenizaban las calurosas noches de verano? Las mesas y sillas plegables de madera, los farolillos, el vino con soda o cualquier refrigerio servido en vasos parafinados, cortesía de la bebida de moda que le ponía chispa a la vida. Qué bonitas las verbenas. Era el punto de encuentro ideal, el momento perfecto para volver a encontrarse con familia y amigos que solo se ven en donde uno veranea y atesora recuerdos de atardeceres anaranjados sin más reloj que las campanas de la Iglesia.
Durante el curso, uno va mirando con cierta nostalgia y a su vez esperanza, el calendario. Así, va tachando los días que van quedando hasta las merecidas vacaciones. Se recuerda entonces una época en la que el tiempo de asueto no estaba planificado al dedillo, ni exigía de tanta reserva ni estrés viajero, ni por supuesto, suponía la reforma exprés de la casa. El verano era simplemente el barbecho de las personas. Un reposo para nutrirse de todo aquello que respiraba a buenos remojones, ciclismo narrado, siestas con ventilador, juegos de cartas y bailes. Mucho baile y disfrute, aunque uno fuese incapaz de levantarse de la silla de palo en toda la noche. El verano es tiempo para volver. Regresar allí donde uno es. Nos ocurre a todos. Incluso a la familia real. Después de graduarse en el Bachillerato Internacional cursado en el AWC Atlantic College de Gales, la infanta Leonor vuelve a España. Regresa a su tierra en donde últimamente hemos vuelto a comprobar la formación y preparación que tiene la que será la futura Reina de España. La princesa de Asturias y de Gerona presidió esta semana los premios de la Fundación Princesa Girona. Durante su intervención se dirigió al público con soltura en catalán, castellano e inglés. ¡Toma ya con 17 años que aún tiene!, ya quisieran muchos diputados o presidentes de gobiernos tener el dominio de los idiomas y de la oratoria que tiene ella.
Sin embargo, las redes, ese lugar virtual a veces pestilente en el que nos empeñamos transitar, solamente se fijaba en la envergadura física de la princesa. La vergüenza supina fue catalogar el insulto verbal a la princesa de gordofobia. No hombre, no. Eso no es gordofobia. Se llama machismo. MA-CHIS-MO. Porque hombres gordos en la esfera pública los hay a patadas y poco se habla de su físico. Y a estos también les pagamos su sueldo con nuestros impuestos. Me refiero evidentemente a estos que viven de la política y la cultura (esa que sobrevive a golpe de subvención). En ella hay hombres gordos, no diré lo de feos porque para gustos, colores. Pero son hombres, intocables y admirables. Guapos, siempre guapos y elogiados. Pero la princesa Leonor es mujer. Menor, por cierto. Una futura señora que sirve de diana perfecta a hombres y mujeres que se autoproclaman feministas (lo serán de boquilla) convirtiéndose así en progres de tres al cuarto. Porque féminas somos todas: altas, bajas, gordas, flacas, sanas, enfermas, infantas o plebeyas.
Tal era el despiece de la princesa en redes sociales que fui presta a buscarla de cuerpo entero en alguna otra noticia. Y por más que buscaba yo solo veía una chica bastante normal que acaba de llegar de un país en el que la dieta principal consiste en fish and chips, chocolate y galletas de mantequilla. No le pidamos peras al olmo.
Así que entre tanto tuit desafortunadamente machista, que no gordofóbico, no paraba de sonar en mi cabeza la canción de La Ramona. Esa sí que iba a reventar; lejos de machacarla y querer minar su autoestima, le hicieron una canción. La del verano, ni más ni menos. Y La Ramona estuvo sonando en todas las verbenas de los pueblos de mi España. Esa en la que uno podía decir lo que quería, vestirse como le daba la gana, y por supuesto sin tener que echarle cuenta a los cuatro tontos de siempre que, amparados por la virtualidad, dicen lo que les viene en gana sin disculpas ni represalias.
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