Septiembre es un mes en que se disparan los divorcios. Y eso que la grave crisis económica que atraviesan muchas familias está haciendo que algunas parejas mantengan la convivencia… por no poder sostenerse económicamente de forma independiente (dos casas, duplicidad de gastos de consumos y servicios, etc.).
Lo cierto es que con las frecuentes rupturas tenemos un problema: especialmente grave, porque las crisis de pareja son además –querámoslo o no- crisis de familia. Y esto, obviamente, afecta a sus demás miembros –especialmente a los menores-. Y, hemos de señalarlo, a una sociedad cada vez más desestructurada (que no más feliz).
Quienes contraen matrimonio (cada vez menos), quienes forman pareja, lo hacen inicialmente con la idea de compartir un proyecto duradero de feliz vida en común, de creación de una familia…
Sin embargo –es la vida real-, en la convivencia cotidiana surgen problemas y con éstos, a veces, la idea de tirar todo por la borda, de romper la unión: muerto el perro, se acabó la rabia. Ello no siempre –ni mucho menos- trae de vuelta la felicidad.
Lo cierto es que hoy el matrimonio no está protegido como un bien: para divorciarse el único requisito legal es ¡haberse casado! Eso sí, hace al menos tres meses. Ni más ni menos. Vamos, que es más fácil divorciarse que darse de baja de un seguro médico o que devolver una plancha a quien te la vendió. Pero no causa los mismos efectos ni personal ni comunitariamente.
¿Podemos hacer algo por nuestros problemas de pareja?
En mi condición de abogado y mediador y como experto en coaching o acompañamiento matrimonial y familiar constato frecuentemente que hay un elemento clave que no se cuida, o que no se trabaja adecuadamente. Me refiero al de la comunicación, en la pareja o en el seno familiar.
Muchas parejas, muchas familias, no saben comunicar adecuadamente. Y eso es causa sustancial de muchos enfados, discusiones, decepciones, agobios, problemas de convivencia. ¡Y mira que parece fácil lo de comunicar! Comunicar bien no lo es.
Lo que sí es fácil es aprender a hacerlo, con bien sencillas herramientas que los profesionales podemos aportar.
En la vida de pareja, la prevención, el “pasar la ITV” de vez en cuando, puede ayudar a fortalecer, mejorar o restaurar el vínculo afectivo y la convivencia. Salvar lo valioso: ese amor que nos unió y que hizo surgir nuestra familia. Lo mismo podemos decir si hablamos de nuestros problemas, por ejemplo, con un hijo adolescente.
Es muy frecuente escuchar, con razón, aquello de que “es mejor un mal arreglo que un buen pleito”. ¡Ello sería aplicable también en derecho de familia!
Pero hay algo mejor que un mal arreglo: un buen arreglo.
Mi experiencia diaria es que las parejas que quieren salvar su unión, en un grado importante lo logran. Y todas, todas, como mínimo mejoran su comunicación, si su relación se ha roto. Ello es bueno para ambos y para los hijos que tienen en común.
Vivimos en una sociedad acostumbrada a deshacerse de aquello que “no funciona”, tirar, cambiar… ¡Qué importante, sin embargo, es restaurar lo valioso! Más si cabe en una sociedad que presume de ecológica, de apostar por el cuidado, de practicar el reciclaje…
Otro día hablaremos, en detalle, de algunas claves para –a través de una mejora de la comunicación de la pareja- salvar la convivencia.
Nos jugamos mucho en ello, y merece la pena. O, mejor dicho, la alegría.
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