De pequeña descubrí que me podía volver invisible.
La primera vez que me sucedió, tenía seis o siete años. Recuerdo sentirme confundida, sin entender qué me ocurría.
Soy una persona creativa. En mi infancia disfrutaba al hacer dibujos y manualidades, que me llevaban muchas más horas de las necesarias. Así pasaba los días, jugando y sin hacer mucho ruido. Mis profesores se quejaban de que era la última para todo, pero sé que, a pesar de todo, yo no dejaba de sorprenderles.
Se dice que a esas edades los niños son amigos de todos sus compañeros del colegio, pues entre ellos no valoran las diferencias y todos se sienten parte del grupo. Así, fue costumbre que quien de nosotros cumplía años, invitara a todos los chicos y chicas de clase a jugar al parque y comer tarta.
Noté que pasaba algo extraño cuando dejaron de invitarme a aquellas fiestas. Por entonces, mi mente infantil no le dio más vueltas, aunque me sentía un poco triste. Tiempo más tarde entendí cómo funcionaba aquella extraña ilusión: no solo me volvía invisible a la vista de los demás, sino también en sus recuerdos. Mis amigos y la gente cercana olvidaban los momentos que habíamos pasado juntos. Quiero decir; no nos volvíamos desconocidos, seguían recordando mi nombre y mi cara, pero nos convertíamos en extraños, como si apenas supiésemos quiénes éramos. Empecé a escribir, en un afán por plasmar mis vivencias, ya que solo yo retenía los buenos momentos que habíamos pasado juntos.
Me fueron dejando de lado. No lo alcanzaba a entender, pues el extraño suceso solo me ocurría a mí. Trataba de sumarme a los distintos planes de mis compañeros, pero no me resultaba fácil empezar una y otra vez. Eran con quienes había crecido, pero, para ellos, yo solo era una cara más entre la muchedumbre.
Con el tiempo me volví más reservada y solitaria. Los eventos sociales se iban sucediendo (fiestas, cumpleaños, encuentros de amigos o graduaciones) sin que yo estuviera presente y sin que nadie me echara en falta. No podía culparlos ni explicarles lo que me pasaba. Por otro lado, si me acercaba a alguno de ellos para hablarle del tiempo que habíamos pasado juntos, y que, por algún motivo, esa persona y los demás me habían olvidado, sonaba a argumento de libro o de película, ajeno a la vida real. Me habrían tachado de loca. Pero en el caso de que alguno me creyera, en un rato olvidaría esa conversación, por lo que no tenía sentido intentarla.
Me fui dando cuenta de que conseguía quedarme en la memoria de algunas personas durante un poco más de tiempo, pero eran casos singulares. Una de ellas se convirtió en mi mejor amiga durante el primer curso de instituto. Nos habíamos conocido a principio del año y pasamos mucho tiempo juntas, compartiendo risas, notas, libros, confidencias. Después de un largo periodo, volvía a sentirme acompañada y creí que se había roto el hechizo. Pero, tras las vacaciones de verano no volví a saber de ella, para la que me había vuelto en una chica más, que no le despertaba interés a pesar de mis esfuerzos por recuperarla.
Tuve que cambiar de centro, de ambiente y de compañeros de clase. Pronto desparecí de la memoria de los anteriores. Traté de celebrar mi cumpleaños, invitándoles a todos, pero no se presentaron. No he vuelto a saber de ellos desde entonces, aunque soy incapaz de olvidar cómo llenábamos las aulas con nuestras risas. Tal vez sea la única que lo recuerda.
En ocasiones tropezaba con gente singular, de las que me sabía parte. Pero vivía con miedo, asustada de que, en cuanto me separara de ellos, pasara lo de siempre en cuanto me volviera transparente, incorpórea. Ellos hubieran sido capaces de atravesarme, ajenos a mis sentimientos.
Intenté dejar señales de mi existencia, crear relaciones más profundas con las que compartir mi angustia por ser olvidada, por ser la única capaz de evocar lo que pasó. Pero aprendí a aceptar mi soledad. Por eso me refugié en libros y en mis escritos, donde los hechos quedan plasmados y no pueden cambiarse. Ahí declaro que, lo que viví pasó realmente, que no es un truco.
En muchas novelas, la capacidad de volverse invisible se considera un poder sobrenatural. A mí eso no me interesa. Lo único que quiero es tener amigos.
Jorge Buenestado
Ganador de la XVI edición de Excelencia Literaria
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